Los artistas contemporáneos VIP, no han podido hacer nada con su “libertad”, tienen la garantía de que todo lo que hagan es arte y sin embargo, son presas de un…
La humanidad tiene varios mitos destructivos, que sostenemos como axiomas de la civilización o de la Historia, contradecirlos lo convierte a uno en antisocial o enemigo de supuestos frutos conquistados. La libertad es uno de ellos, la búsqueda obcecada de una libertad “absoluta”, un estado paradisíaco de la existencia en el que no debería haber ningún tipo de reglas, disciplina o leyes, supondría la oportunidad de que los individuos se desarrollaran plenamente. Falso. Los individuos en ese estado caerán en el caos y la barbarie, es una ficción suponer que ese “buen salvaje” se va a desarrollar en una armonía beatifica, sin abusar o atropellar a sus congéneres.
La educación es una forma de moldear y moderar los impulsos para que nuestra inteligencia se dirija de forma creativa a sus objetivos. Nos convierte en seres más refinados y complejos, que dejan de satisfacer sus apetitos elementales e inmediatos, para satisfacer la curiosidad intelectual que la misma educación va despertando. Entre más estudiamos, más queremos saber. La educación y el conocimiento son producto de la disciplina, que no es un aparato represor como afirman las teorías de moda de la pedagogía y la psicología.
La disciplina es una frontera entre nosotros y nuestro estado salvaje que se desarrolla en la absoluta libertad. Ese control nos obliga a no abusar de los demás y de nosotros mismos, y lo más importante: a no creer en la falacia de la libertad absoluta, de aceptar vivir en la civilización respetando sus reglas.
El arte es un estandarte de la libertad, se supone, que sin reglas ni educación la creatividad fluirá más. Es el objetivo del arte desde los años 60 hasta el día de hoy. Los artistas contemporáneos VIP, no han podido hacer nada con su “libertad”, tienen la garantía de que todo lo que hagan es arte y sin embargo, son presas de un horror vacui, que los orilla a copiarse entre ellos, a repetir las obras de hace décadas, presos en su propio paraíso.
El talento es resultado del trabajo, a menos trabajo, menos talento. La educación en todos los ámbitos, no sólo el artístico, ha dejado las exigencias para no provocar “traumas” a los estudiantes, y lo que no han producido son genios. La obsesión de alcanzar un estado complaciente, una pedagogía blanda, que sea un placebo de la formación intelectual, deja en el desamparo para enfrentarse a una realidad profesional.
El arte nunca había tenido tantos artistas, eso no es un logro, es tal la facilidad de hacer las obras porque todo es arte, que la superpoblación no significa una sociedad más sensible y estéticamente refinada, al contrario, estamos viviendo en la iconoclastia de la libertad.
Los libertinos del siglo XVIII se sentirían avergonzados de nuestra “libertad creativa”, elemental, infantilizada e intrascendental. Sin grandes pasiones, sin riesgos, asomados al vacío del paraíso conquistado.
El contenido presentado en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no necesariamente representa la opinión del grupo editorial de Voces México.
La evolución y el funcionamiento del cosmos revela una intención progresiva que parte de la perfección que le ha creado y que le impulsa a llegar a la misma. No es simple casualidad, hay una serie de presupuestos que impulsan este proceso, entre ellos, la libertad desde el inicio está jugando un papel importante en este fluir.
En efecto, no solo está presente la libertad, sino que, al igual que el resto de los aspectos de la realidad, ha estado evolucionado con el paso del tiempo. Es así como la observación y la reflexión humana han podido descubrir este desarrollo progresivo que cada vez madura más en su camino hacia la perfección.
Para algunas corrientes espirituales este movimiento es circular —el eterno retorno—, para otras es histórico —de la nada a la plenitud—, para la ciencia es presencia eterna —ni se crea ni se destruye, solo se transforma—. Todas ellas solo representan una explicación de una realidad que se vive y se reconoce.
Ahora bien, independientemente del horizonte de comprensión con el cual se mire, al analizar los vestigios que se tienen de la evolución de la vida en la tierra esta va de menos a más, es decir, de manifestaciones muy sencillas hasta las complejas variedades existentes en este tiempo.
Esta evolución presenta tres características, un movimiento para entrar en contacto con los semejantes, diferentes y entorno, un ímpetu que le lleva a mantenerse en la existencia y una tracción que le impulsa al cambio que tradicionalmente entendemos como muerte o destrucción. En todos, aunque sea de forma primitiva hay una cierta libertad que le insta a lanzarse hacia una dirección en vez de otra[1].
Así, conforme las especies se han sofisticado, el margen de libertad se ha incrementado y, con él, la habilitación de criterios para ejercer esta facultad cuya máxima expresión se reconoce en el ser humano.
Esta libertad está presente en la persona como condición de posibilidad y necesita desarrollarse al pasar de los años, de tal manera que la cultura, la crianza y el entorno de cada momento la facilitan y la promueven o la limitan, condicionan e incluso la inhiben.
Ciertamente, el ejercicio de la libertad no es una característica que funcione al margen de otros aspectos de la persona o del entorno; sin embargo, la capacidad intelectual y espiritual del ser humano si le permiten ir superando las condicionantes internas y externas que intervienen en sus elecciones.
El perfeccionamiento de la propia libertad implica el reconocimiento cada día con mayor claridad de los controles internos y externos que afectan la propia conducta, el reconocimiento de la afectación que provocan, y la profundización en el misterio de la creación para contribuir consciente e intencionalmente con el flujo de vida que lleva a la plenitud.
Notas: [1] Ciertamente en animales migratorios pareciera que no existe elección de hacia dónde migrar pues siempre van al mismo sitio; sin embargo, no es el único aspecto de su existencia, por ejemplo, el lugar específico en dónde establecer el nido.
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Durante los últimos días he tenido la oportunidad de escuchar y leer diversas opiniones que critican severamente al nacionalismo revolucionario, al considerarlo un anacronismo que pretende ser revivido aún en contra de una realidad distinta a su surgimiento; situación con la que disiento absolutamente. El nacionalismo revolucionario es, sin duda, una idea que aglutina el sentir generalizado de la gran mayoría de los mexicanos. Es, más que una ideología, una forma de concebir a México, su historia, su devenir y provenir.
Se quiera o no, la mayoría del pueblo tiene ese nacionalismo revolucionario incrustado como parte de su idiosincrasia. La libertad y la justicia social son los valores que la rigen. En esta lógica, para la mayoría de la gente, aún y en las generaciones más jóvenes, el gobierno es un instrumento del Estado para materializar los objetivos plasmados en la Constitución Política de 1917, que es la manifestación máxima de los anhelos de la lucha revolucionaria de principios del siglo pasado, que no es otra cosa que el deseo de bienestar generalizado. Esto pese a los incesantes esfuerzos de la clase política tecnócrata que, desde hace más de cuarenta años, ha intentado transformar esa concepción y acercarla más hacia un estado liberal, en donde la participación estatal sea sí de rectoría, pero más contemplativa y menos invasiva a la actividad humana.
Considero que el debate debiera centrarse más que en la calificación y crítica al nacionalismo revolucionario como ideología monolítica, en la forma en que esa manera de pensar —insisto, generalizada— puede adecuarse a las condiciones actuales del país y cómo tiene relación en el concierto de las naciones en un mundo evidentemente globalizado.
No se trata de desecharlo por ser incompatible con las ideas neoliberales, o bien, compararlo con las realidades vividas en las otras latitudes, sino adecuarlo a las condiciones y situaciones actuales, porque es, de alguna manera, la voluntad mayoritaria la que desea que así se conduzca el país. El sisma del partido de estado vivido en el año 1988 y cuyas secuelas aún padecemos, es un indicador innegable de ello, pues las fuerzas que han pretendido imponer el desmantelamiento del Estado benefactor para constituir uno netamente liberal, siguen en pugna hasta nuestros días.
Y no se trata de establecer un régimen socialista, comunista o alguna de las exageraciones que predominan en las redes sociales y de las que han hecho eco varios líderes de opinión, sino de entender que, por mandato de la voluntad general, el gobierno —como órgano ejecutor del Estado— tiene la encomienda de mantener su rectoría, más no control en las actividades económicas del país, lo que significa que, a través de los instrumentos legales y dentro del marco constitucional, interactúe para menguar las inequidades propias que surgen en las relaciones sociales y que se vuelven obstáculos para el desarrollo, al tiempo que establece los mecanismos necesarios para establecer una sociedad más justa y empática.
En conclusión: el nacionalismo revolucionario no es el anacronismo de instaurar un régimen socialista, es la búsqueda incesante por la justicia social, la cual no es otra cosa que la añorada equidad que la dinámica social ha demostrado ser insuficiente para lograrla.
@AndresAguileraM
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Una forma de pensar hoy al sistema social es a través de los servidores que contienen nuestros biométricos, actitudes, opiniones, comportamientos, situación económica, redes, formas de obtener placer, nuestras proveedurías, formas de alimentación, nuestra higiene física y mental, lo social, dónde vamos, compramos, nos divertimos, transgredimos. Lo contienen todo y con una manipulación pueden saberlo todo, basta la voluntad de interrogarles.
Esos servidores en su mayoría los proveen Rusia, China y Estados Unidos, en una carrera en la que los ciudadanos son sólo el escenario en que se desarrolla una batalla no sólo comercial sino estratégica para establecer la nueva ingeniería social basada en el conocimiento y predicción del comportamiento humano, siguiendo la irrenunciable ecuación según la cual, si se conocen las variables del estímulo y las del organismo que lo recibe, es relativamente fácil predecir el comportamiento.
Nada es nuevo, sin embargo, cientos de miles de páginas, decenas de filmes ficción y documentales se han empleado en glosar esto y no vamos a aportar datos nuevos desde la perspectiva acusatoria. Quisiera en estas notas que me acompañen en una reflexión para la cual todos tenemos una base de ideas y experiencias. Pensemos en quienes guardan nuestros datos y para qué pueden servirles.
Monetizar, politizar y socializar el empleo de los datos es lo más importante para los propietarios de esos servidores que, desde luego, se hacen pagar por los prestadores de servicios de primer plano como las aplicaciones en nuestros teléfonos o las agencias de publicidad. El dato, sin embargo, interpretado a la luz de algoritmos y codificaciones especiales permite entender el comportamiento humano desde una perspectiva más amplia, establecer parámetros y tendencias.
El comportamiento humano es siempre predecible en la medida que sea capaz de conocer –como señalamos antes– las variables asociadas a los estímulos que intervienen y al organismo que los vive e interpreta. Así, el comportamiento, generalmente reactivo, es una función constante de la combinación de estos estímulos y se expresa a través de la trayectoria vital de la persona.
El individuo (operador humano) sometido a una serie de mensajes, presiones, frustraciones, micro-placeres, micro-miedos, micro-angustias y sensaciones, es perfecto y asombrosamente predecible en un altísimo porcentaje. Las variables genéticas, biológicas, psicológicas, sociológicas, culturales son todas accesibles en los poderosos servidores y lo son cada vez más en la medida que avanza la tecnología.
Los determinantes ambientales, climatológicos, comunicacionales (los mensajes a los que se somete una población en las redes sociales y los medios tradicionales), políticos, familiares, educacionales, el día de la semana, la temporada vacacional, el trabajo en casa que es una fuente riquísima proveedora de nuestros datos comportamentales, constituyen en conjunto la base de estímulos que determinan tipos clasificables de comportamiento.
Y es que si somos predecibles somos menos peligrosos, nuestra propensión a generar disrupciones, eventos no programados, se reduce ante esta inteligencia de las cosas. Gozamos de menos libertad, cierto, pero vivimos menos sujetos a los antiguos accidentes de la cotidianidad.
De esta suerte, los “márgenes de libertad” se reducen significativamente para no dejar sino unos cuantos intersticios en los que la individualidad puede expresarse de modo marginal, como si fuese el accidente y no la constante. La libertad es el evento, es decir, la variación perceptible en un medio ambiente estable.
La libertad es, en consecuencia, cada día más improbable, ya no se trata del do it before it is taxed or against the law de los americanos, sino de pequeñas rupturas voluntaristas en el cotidiano y que constituyen formas de expresión que caracterizan y distinguen, que hacen “persona”, que individúan.
Antiguamente existían oráculos, el de Delfos sin duda el más famoso, pero también existían oráculos celtas como el de la isla galesa de Anglesey, penosamente destruido por los romanos, el oráculo de Dharamsala entre los budistas del Tíbet, el de Upsala para los vikingos y en México los oráculos mayas del Kab’ul (la mano milagrosa) en Izamal Yucatán, o el Tonalamatl del Tonalpohualli en el calendario Azteca, en el Perú en numerosas culturas africanas; donde vayamos encontraremos siempre esta vocación de saber el destino de las personas.
La hora, el día en que nacimos, las relaciones astrales, los datos históricos, las runas, las piedras de los j-menes mayas, las plantas de los druidas, los cantos de los chamanes en la estepa, la observación de las estrellas; todo contribuye a precisar los destinos, a determinar los nombres de las personas, a especificar sus vocaciones, a establecer trayectorias de vida.
Hoy, esos oráculos están establecidos de manera física en los servidores, son entrópicos, es decir, caóticos mientras no se les hacen preguntas, pero devienen en información cuando se establecen algoritmos que dan sentido a los datos. La empresa que epitomizó para la generación de centenials esta función, fue la multicitada y mediatizada, Cambridge Analítica.
En México, las encuestas en ocasión del proceso electoral reciente, no se equivocaron, rindieron cuenta de sus resultados con particular pundonor, nos dieron un panorama asertivo que concuerda con los resultados. En breve, apuntaron también a una ingeniería social que va en el camino del fin de la historia.
Sería caso que, en vez de política, los partidos trabajaran más sobre formas de ingeniería social para que los individuos decidan sobre el devenir de sus sociedades. Ser más libres o más seguros podría ser un nuevo dilema de las sociedades.
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