Cuando existen cambios de régimen político, la constante ha sido tratar de desmantelar lo hecho por los anteriores para trazar una nueva línea, tanto discursiva como práctica, teniendo como punto de partida el arribo de determinado movimiento o grupo político al poder.
Encontramos ejemplos de ello en innumerables sucesos históricos. Así, en Rusia, los bolcheviques, en su arribo al poder, borraron todo vestigio de avance o acciones de la monarquía zarina; durante los regímenes fascistas, en Alemania e Italia, se modificaron las visiones y programas de estudio para trazar y fortalecer la línea ideológica del régimen y, en nuestro país, tras la Revolución mexicana, se pretendió demeritar todos los avances logrados durante el porfiriato, e incluso, se abandonaron proyectos que influirían en el desarrollo nacional como la continuación de la red ferroviaria.
Todo aquel movimiento, grupo o persona que arriba el poder con la bandera de transformar de raíz a los países, a través del establecimiento de un cambio de régimen político, tiene como objetivo primordial el rompimiento total con quienes los antecedieron, aun y cuando, de alguna manera, retomen programas y acciones iniciados con anterioridad. Baste recordar, durante la Revolución mexicana el principal medio de transporte de las tropas constitucionalistas fue, precisamente, el ferrocarril, obra máxima del avance y la modernidad de la época porfiriana que se utilizaba para transportar armamento y tropas contrarias al gobierno. Así también lo que sería el nuevo edificio del Congreso de la Unión se detuvo en su construcción y la estructura que quedó se transformó en el monumento a la Revolución mexicana y mausoleo de generales y personajes relevantes que participaron tanto en la lucha armada como en el proceso de reconstrucción del país.
Hoy por hoy, todos aquellos grupos o personajes que arribaron al poder con la bandera antisistémica, pretenden instaurar gobiernos que se caractericen por la transformación radical, pero, sobre todo, que se distingan ‒al menos en discurso y diatriba‒ como completamente ajenos al régimen anterior, ello con el afán de poder establecer una percepción de aniquilación de todo lo hecho, que fue atentatorio contra la sociedad y sus anhelos más profundos de reivindicación.
La realidad es que ningún gobierno, independientemente de su origen, ya sea bélico o por los sistemas electorales, inicia su actividad desde lo cimientos o la destrucción. Las instituciones políticas y la organización gubernamental de la mayoría de las naciones son probadas y atienden a la realidad, devenir y condiciones propias de cada una de ellas. Intentar iniciar algo desestimando o destruyendo lo existente no es más que un mero recurso retórico y demagógico, cuya única finalidad es la legitimación del régimen que pretende autoerigirse como refundacional, que ‒en la mayoría de las ocasiones‒ sólo pretenden generar esquemas de control y permanencia de un grupo o movimiento en el poder.
La experiencia nos dice que los movimientos revolucionarios y sus ofrecimientos de transformación suelen ser pantallas para lograr que oligarquías se consoliden en el control de las instituciones gubernamentales, sin que ello, necesariamente, representen beneficios palpables para la sociedad. Baste recordar la historia de las naciones para comprobar lo aquí escrito. La historia sirve para evitar repetir los errores del pasado.
@AndresAguileraM
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