El riesgo es que crean que la máquina, en lugar de inteligencia artificial, es Idiota Artificial, aun así, deberían hacer el experimento y que dictara el instructivo para una obra de Abraham Cruz-Villegas, “apilar cajas de plástico con una piedra…
Los científicos y futuristas de la Inteligencia Artificial están obsesionados con reemplazar a los seres humanos por máquinas, el reto más grande es la creatividad, la creación del arte, las ponen a prueba con disciplinas como la pintura, el dibujo o la música. Pinturas creadas por algoritmos que imitan a grandes artistas y son evidentemente mediocres, semejantes a cromos que se hacen llenando espacios numerados. La empresa Huawei en un lanzamiento publicitario hizo un algoritmo que “concluyó”, según ellos, la Sinfonía número ocho, la Inacabada de Schubert, y que “piensa” como sus teléfonos. La realidad es que un verdadero compositor terminó la orquestación de lo que la máquina había “pensado”. Lo raro es que los teóricos de la inteligencia Artificial no programen sus computadoras para hacer arte contemporáneo VIP, muchos artistas VIP las dictan por chat y los galeristas venden las instrucciones de las obras y no venden los objetos, el comprador o los curadores tienen que hacer las obras.
En las ferias de arte dan las instrucciones para un cable amarrado, un performance, una caja de cartón. La máquina podría dictar la obra: “es una mesa con un montón de fruta podrida”, o “es una cama con una mujer acostada que emite ruidos”, y el técnico o curador la hace. El riesgo es que crean que la máquina, en lugar de inteligencia artificial, es Idiota Artificial, aun así, deberían hacer el experimento y que dictara el instructivo para una obra de Abraham Cruz-Villegas, “apilar cajas de plástico con una piedra y un huarache encima” y además les pone sus títulos cursis. La podrían dar de alta en las becas del FONCA y que le dicte las obras a cada becario, así no vivirían un año entero del erario público y con dos asesores, con el cerebro de la máquina cubren a todo el staff de sabios del FONCA; claro, el día que se descomponga habría crisis nacional de talentos.
Obra de Abraham Cruzvillegas.
El cerebro de una máquina con Inteligencia Artificial VIP podría dictar los textos curatoriales de las exposiciones, sumando todos los adjetivos y sinónimos del diccionario; por estadística y probabilidades van a encajar con cualquier obra que le asignen. La ciencia y la tecnología deben ser equitativos y crear arte VIP, están marginando a un estilo que ha dependido de la tecnología, bajan de internet las fotos de Google y las imprimen, hay cientos de artistas que su obra es tener un teléfono celular, es injusto que no traten de imitar sus genialidades. Sería una vertiente Tecno-VIP muy redituable, los artistas son casi innecesarios porque todos hacen lo mismo y viven de la Inteligencia Artificial del curador, bastaría que los museos y galerías tuvieran su programa y se pongan a fabricar obras. La ciencia no genera programas de arte VIP porque el reto es demostrar que la máquina puede ser inteligente y tener talento, con las obras VIP el talento no es necesario, así que no significa ningún avance científico hacerlas, como tampoco para el arte.
El contenido presentado en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no necesariamente representa la opinión del grupo editorial de Voces México.
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Retratos van y retratos vienen con los trazos de iluminados que relacionamos con las imágenes de superhéroes y personajes de fantasía. Por su popularidad, parecen una moda que podría permanecer durante algún tiempo; por la inseguridad que pueden provocar, espero que el gusto no dure tanto.
Acceder a que una aplicación pueda navegar por nuestra información, la memoria de algún dispositivo, o los archivos de nuestra computadora personal, es un asunto que no debe tomarse a la ligera, más si estamos acostumbrados a darle “aceptar” a un texto de términos y condiciones, sin apenas leer las primeras líneas.
Vernos como una animación orgullosa y valiente es una manera de apreciar en lo que podríamos convertirnos o seríamos si estuviéramos en un plano de ficción, pero eso les importa poco a muchas compañías que diseñan aplicaciones con una intención distinta a la de entretener. Como he compartido antes, puede tratarse de anzuelos bien programados para saber gustos, preferencias y hábitos, que terminan siendo inteligencia de mercado que se vende bien en la industria, por ejemplo, del consumo.
No es la única. Sectores comerciales, de bienes y servicios, de venta de suplementos y hasta medicinas, podrían encontrar los eslabones que les hacen falta para entender las cadenas que nos impulsan para tomar una decisión de compra. En un acto menos sofisticado, entregar el control de dispositivos para obtener los beneficios de una app, es el equivalente a abrir la puerta de la casa a un desconocido y esa persona es poco probable que ingrese sola.
Al menos a simple vista, no sería casual que en la temporada fuerte de compras sugieran estas animaciones, y sus competidores, para descargar un caballo de Troya de anuncios, ofertas, meses sin intereses y otras promociones. Si la información a secas es poder, imaginemos el precio de datos muy específicos sobre lo que nos gusta.
Asimismo, está el riesgo de infectar cuentas de correo y otras aplicaciones seguras; sufrir el robo de contraseñas o la clonación de tarjetas bancarias y el robo de identidad. Recientemente se reportaron fraudes con los códigos “QR” (que se ofrecen gratis en cualquier buscador) para sustraer información que se traduzca en compras rápidas no autorizadas por la víctima.
Nuestra fascinación con los retratos es tan antigua como nuestra presencia en el planeta. Dibujamos rostros para inmortalizar edades, momentos y personas que consideramos importantes en nuestras vidas. En cuanto pudimos plasmarlos en lienzos, la necesidad de pintar nuestras caras para la posteridad se convirtió en un arte que ayudó a sobrevivir a los genios más talentosos de la pintura universal.
Era una cuestión de tiempo para que el retrato se volviera un pasatiempo cibernético y que la posibilidad, a cambio de un módico pago, de obtenerlo de manera instantánea –igual que una foto de esas que se agitaba para que apareciera la imagen– abriera un mundo de variantes para guardar nuestra figura en un momento preciso de la vida.
Ahora que es hasta una herramienta de promoción y que muchas obras de arte pueden comprarse en subastas electrónicas para coleccionarlas en la nube y en una unidad portátil, los llamados NFT se estarían mezclando rápidamente con las aplicaciones de imágenes, pavimentando el camino para actividades delincuenciales que estarían del otro lado del servidor.
Eso y la vigilancia comercial que podría hacerse de nuestros teléfonos y dispositivos para enviar correos, ubicar presencia en negocios y tener un seguimiento de compras por temporada. Olvide los lectores de retina, con solo estar conectado al teléfono (prendido o apagado) muchas marcas pagarían buen dinero para que un tercero elaborara reportes de “inteligencia” de consumo.
En cualquier caso, la información es un activo propio que debe cuidarse y debemos prevenir que existan abusos, tanto en lo comercial como en la seguridad, para que no se haga mal uso de nuestras rutinas. Algo que podría resultar difícil si nuestra atención se concentra en cuántos retratos nuevos, con vestuario, efectos y color de ojos, podríamos descargar en un día.
Enfocarnos, sin dejar de divertirnos, en nuestra seguridad debe formar parte de la vida cotidiana, en lo real y en lo virtual, porque la misma distracción que sirve para sacarnos la cartera de la bolsa en un vagón del metro, ayuda a robar toda nuestra identidad en ese ciberespacio en el que convivimos ya por muchas horas durante el día.
La moraleja es que la prevención seguirá siendo la mejor seguridad que podemos proporcionarnos. Cuidado al descargar cualquier app, más cuidado al permitir accesos a cambio de imágenes, y asegurémonos de no tener malas experiencias en la parte del año en la que esperamos solo buenos momentos.
Muchas felicidades en estas fiestas y gracias por un año más de colaboraciones en este espacio.
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Hace tres años, AlphaZero, el programa de inteligencia artificial (IA) de Google, derrotó al más potente programa de ajedrez, Stockfish. Lo revolucionario fue que AlphaZero lo hizo, por primera vez en la historia, no con base en jugadas preprogramadas sino con estrategias nunca antes pensadas ni ejecutadas por la mente humana; jugadas originales y no ortodoxas para lograr el resultado: derrotar al oponente. Esto llevó a afirmar al gran maestro del ajedrez, Garry Kaspárov, que “el ajedrez ha sido sacudido hasta las raíces” (ver: Kissinger et al.La Era de la IA y nuestro futuro humano).
En 2020, cuando apenas comenzábamos a vislumbrar lo que venía con la COVID-19, investigadores del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) anunciaron el descubrimiento de un nuevo antibiótico contra una bacteria que había mostrado resistencia a todos los tratamientos explorados hasta entonces. Lo logró un programa de IA; algo que los propios investigadores afirman “hubiera sido imposible con las técnicas tradicionales”, es decir, con solo la mente humana (ver: t.ly/qVq9). El antibiótico se llama halicin, en honor al mítico HAL de la película 2001: Odisea espacial.
¿Cúal es la novedad con estos dos sucesos? (Que, dicho sea de paso, pasaron desapercibidos salvo para los especialistas). Lo revolucionario es que en ambos casos no es posible explicar cómo los programas de AI llegaron a las soluciones, simplemente lo hicieron, con una lógica propia.
“La IA va a reorganizar al mundo y cambiará el curso de la historia humana”, señala Eric Schmidt, director de la Comisión de Seguridad Nacional para Inteligencia Artificial de EE.UU. La Comisión Europea ha llamado a la IA como “una de las tecnologías estratégicas del Siglo XXI” (ver: t.ly/sneI). De acuerdo con el Parlamento Europeo, la IA es uno de los motores más eficaces para estimular la productividad y el crecimiento económico: aumenta la eficiencia en las cadenas de producción, mejora el proceso de toma de decisiones y promueve la creación de nuevos productos.
Un reporte publicado por la financiera británica PricewaterhouseCoopers (PwC) estima que la industria puede aumentar la productividad de los países hasta en un 37% y tendrá la capacidad de incrementar en 14% el PIB mundial (ver: t.ly/HHnv). Hoy día el valor del mercado global de la IA es de 51 mil millones de dólares y se prevé que alcance los 641 mil millones de dólares para 2028; un crecimiento de más de doce veces su valor actual en apenas seis años (Verified Market Research).
Imagen: Freepik.
Desafortunadamente, los beneficios se van a concentrar en un puñado de países, sobre todo en EE.UU. y China, en sus universidades y sus empresas. A nivel global, 7 de cada 10 investigadores en IA están en instituciones de alguna de estas dos naciones. México “no pinta” en este mapa. Tan solo esos dos países generan alrededor del 50% de las publicaciones científicas en IA del planeta, en toda América Latina apenas llegamos al 4% (ver: cutt.ly/3IyvZCT).
EEUU y China no solo son los países que más investigadores de IA forman en sus universidades (20% y 29% del total global respectivamente), también son aquellos que más talento internacional atraen. Más del 30% de los investigadores de primer nivel en EE.UU. provienen de universidades en el extranjero.
Por ello no sorprende que, de acuerdo con datos de la OCDE (2020), las nuevas empresas (startups) de EE.UU. y China vinculadas a la Inteligencia Artificial acapararon más del 80% de las inversiones globales en la materia. Seguidas por las startups de la Unión Europea con un 4% y del Reino Unido e Israel con 3%. En las empresas de América Latina, la atracción de esta inversión global fue inferior al 0.5%.
México, por su parte, no figura –ni lo hará– con las políticas actuales. De hecho, en el Programa Especial de Ciencia, Tecnología e Innovación (PECITI) del CONACYT, recientemente publicado en el Diario Oficial de la Federación, no hay una sola referencia a la IA ni a sus implicaciones. Estamos fuera de este juego global.
¿De qué tamaño es la brecha? Para darnos una idea, tan solo la inversión privada de las empresas chinas y norteamericanas en IA supera los 30 mil millones de dólares anuales, esto es cinco veces más que toda la inversión, pública y privada, en Ciencia y Tecnología en México. Seremos pasivos espectadores y consumidores de esta genuina revolución que lo transformará todo.
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Es indudable que el mayor problema que enfrenta el planeta tierra es el cambio climático y ello se agravará en el futuro previsible. Nos preguntamos de qué manera los grandes avances en Inteligencia Artificial (IA) pueden ayudar a reducir la Emisión de Gases Efecto Invernadero (GEI) y contribuir a alcanzar la meta de cero emisiones netas en el año 2050, ponderando también la contribución de la IA a aumentar dichas emisiones.
De acuerdo a un informe de la Organización Meteorológica Mundial (OMM), el número de desastres se ha quintuplicado en los últimos 50 años (1970 a 2019) como consecuencia del cambio climático y las temperaturas cada vez más extremas. Al mismo tiempo, gracias a la mayor capacidad de predicción de estos eventos y mejoramiento en el manejo de los desastres, se han reducido a la tercera parte las muertes causadas por estos fenómenos en el mismo lapso. Esto último resalta la importancia del uso de tecnología en la capacidad de predicción del comportamiento climático.
Según la OMM, los diez mayores desastres en el período mencionado consistieron en sequías (650,000 muertes humanas), tormentas (577,232 muertes), inundaciones (58,700 muertes) y temperaturas extremas (55,736 muertes). A la vez, la pérdida económica diaria durante los cincuenta años considerados aumentó siete veces; el promedio de pérdidas diarias por los daños experimentados durante este período fue de US$ 202 millones de dólares.
Imagen: Al Jazeera.
Foto: Earthjustice.
La IA, que son básicamente algoritmos computacionales que tienen la capacidad de realizar tareas complejas, pueden ayudar a reducir las emisiones de GEI, principal causante del cambio climático, de distintas maneras. Como indica un estudio reciente de Amy L. Stein, hay cierto consenso en que se puede avanzar en el combate a las emisiones de GEI actuando para ese fin en cuatro sectores: electricidad, transporte, agricultura, y edificios.
La energía eléctrica genera casi el 25% de la emisión de los GEI globalmente, por lo que si la IA ayuda a optimizar el funcionamiento y conservación de electricidad en las redes eléctricas y mejora su eficiencia, contribuiría sin duda a reducir emisiones. En Estados Unidos el sector eléctrico es el segundo mayor emisor de GEI (28% del total) y se espera que allí y en otros países donde se expanda el uso de automóviles eléctricos la demanda de electricidad aumente considerablemente.
El transporte, por su parte, es responsable de alrededor del 14% de las emisiones de GEI en el mundo y la IApuede ayudar a descarbonizarlo a través de una mejor ingeniería de infraestructura y vehicular (con especial énfasis en la electrificación de éstos), así como a través de la optimización de las rutas del transporte de carga.
Imagen: WittySparks.
Imagen: Helbanna.
La agricultura genera aproximadamente 24% de las emisiones de GEI, con un importante papel de las emisiones de metano. La IA podría mejorar enormemente la eficiencia de esta producción junto con el uso de una menor cantidad de insumos contaminantes. La IA asiste a los agricultores para predecir qué tipo de cultivos podrían tener los mejores resultados y cuándo es el mejor momento para hacer la siembra, dando oportunidad a los suelos de regenerarse. La IA, mediante sensores apropiados puede medir la humedad, la composición de la tierra y la temperatura, lo que puede facilitar el riego adecuado, entre otros elementos.
Las construcciones dan cuenta de cerca del 6% del total de emisiones de GEI, pero pueden llegar a explicar hasta el 21% de ellas si se toma en cuenta aquellas de las industrias (hay una superposición entre emisiones industriales y las de sus instalaciones). La IA es capaz de mejorar sustancialmente la eficiencia en el uso de energía en las edificaciones y ubicar fugas de GEI en diversos sitios industriales.
Más aún, la IA puede mejorar la eficiencia energética de las empresas y sus procesos industriales, puede ayudar a diseñar nuevos productos que reduzcan el desperdicio y emisiones durante todo el ciclo de vida del producto y puede contribuir a una mejor gestión de inventarios reduciendo los desperdicios de alimentos, de otros productos y de materias primas.
Imagen: Geographical Magazine.
Existen ejemplos muy concretos de la aplicación de IA para reducir GEI en diferentes ámbitos. Como ilustra Bloomberg, hay empresas que utilizan imágenes satelitales que por medio del aprendizaje de la IA ayudan a detectar las filtraciones de metano (la empresa Kayrros es un ejemplo de ello); también se pueden optimizar sistemas complejos, como lo hace Ferro Labs, que en Estados Unidos y Alemania a través del aprendizaje de IA logra mejorar la eficiencia energética en empresas de cemento, acero y químicos; o bien ayudan a acelerar el descubrimiento científico, como lo hace la startup Aionics, que estimula los experimentos con el fin de encontrar nuevos materiales para las baterías. Tanto o más importante que lo anterior, es la capacidad a través de la IA de hacer simulaciones del clima e incluso, como lo hace la startup Kettle, utilizando redes neuronales virtuales, mejorar las predicciones sobre los riesgos de incendios.
La Inteligencia Artificial, y la digitalización, en términos más generales, parecen ser indispensables en la lucha contra el cambio climático, especialmente con Big Data e IA, pero éstos en sí anidan un agravamiento del problema de emisiones de GEI, pues requieren una considerable cantidad de energía para poder operar. Un estudio reciente sostiene que “en 2018-2020 el sector digital en su totalidad consume un 3% de la energía primaria global y un 7% de la energía eléctrica, y genera un 5% de las emisiones globales de CO₂”. En la medida en que se intensifique el uso de tecnología digital, el consumo de energía y sus emisiones aumentarán. De hecho, la misma fuente indica que el consumo de electricidad por parte del sector digital aumenta a una tasa de 9% anualmente. Baste con considerar que el número de usuarios de Internet en el mundo pasó de 300 millones de personas en 2000 a 4,100 millones de personas en 2019 (misma fuente). Las emisiones provenientes de la actividad digital, de la cual es parte la IA, pueden aminorarse en la medida en que la energía provenga de fuentes limpias, aunque la medida en que éstas pueden serlo es también materia de controversia.
Imagen: Doutor IoT.
Imagen: Capria Ventures.
Baste un ejemplo para dimensionar lo contaminante que puede resultar la IA y sus algoritmos que operan con base al Big Data: pueden emitirse 284.019 kg de CO₂ para entrenar un solo algoritmo de aprendizaje automático para el procesamiento del lenguaje natural, es decir, una cantidad cinco veces mayor que las emisiones de un automóvil a lo largo de su vida útil. Y las necesidades de energía para el entrenamiento de algoritmos se incrementa rápidamente como muestra el hecho de que entre 2012 y 2018 el cómputo requerido para el aprendizaje profundo se duplicó.
Sin duda, la huella de carbono de la IA (que es mayor para el entrenamiento de algoritmos) varía mucho dependiendo del diseño de tales algoritmos, de las características del equipo computacional que se usa para ello y de la naturaleza de la energía empleada, pero de todas formas por ahora la IA genera grandes y crecientes emisiones. Enfrentamos un dilema crucial: ¿cómo lograr reducir las emisiones de GEI que genera el uso de la IA, de manera que sea más que compensada por los beneficios que provee en múltiples planos?
Desde 2019 las grandes empresas tecnológicas como Microsoft, Apple, Google, Amazon, que desarrollan la IA han asumido algunos compromisos para reducir significativamente su huella de carbono, e incluso ser carbono neutras antes de 2050. Pero está por verse si sus intenciones se traducirán en suficientes acciones reales o si tratan de mejorar su imagen ante la preocupación abrumadora sobre el cambio climático.
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