México debe en buena medida su sistema de transporte ferroviario a un personaje casi olvidado por nuestra historia, el General Porfirio Diaz, quien construyó prácticamente la totalidad de los kilómetros de los que dispone el sistema. Los ferrocarriles fueron posteriormente nacionalizados por Lázaro Cárdenas en 1937, y de vuelta fueron privatizados a partir de 1995 por Ernesto Zedillo.
Prácticamente a partir de ese momento, desapareció el transporte de pasajeros por vía de ferrocarril en México, ya que las nuevas empresas concesionarias se enfocaron en la optimización del transporte de carga de la mano del crecimiento del transporte hacia Norteamérica impulsado por el Tratado de Libre Comercio. En ese momento quedaron únicamente un par de ferrocarriles turísticos en las barrancas del cobre y la ruta del tequila.
Sin duda el ferrocarril de pasajeros evoca nostalgia para aquellos que en algún momento nos movimos a través de ellos por el país; yo escucho a mi madre hablar de viajes a Veracruz o Guadalajara en su infancia y yo mismo recuerdo con mucho cariño un viaje que hicimos con varias familias de amigos a Ciudad Juárez en un trayecto que duraba al menos 30 horas, para luego cruzar a los EE. UU. a conocer la nieve. No ha sido sino hasta hace muy poco que México volvió a invertir en ferrocarriles de pasajeros de tipo suburbano como el de la Ciudad de México, el tren México-Toluca (aún en construcción); y el ahora famoso tren maya, que está siendo inaugurado en forma parcial por esta administración.
De la mano del tren maya, este gobierno lanzó un decreto para buscar utilizar la infraestructura de líneas existentes en el país, para rescatar el transporte de pasajeros a través de 11 nuevas rutas de transporte. Les ha pedido a los concesionarios existentes que en forma preferente presenten planes de negocio e iniciativas para hacer esto realidad, pero de no hacerlo lo abrirán a la inversión privada y en caso de no existir apetito, se llevarían a cabo como inversión pública, como ha sido el caso del tren maya.
Existen muchas experiencias principalmente en Europa, y Asia, donde los gobiernos decidieron en las últimas décadas dar un impulso al transporte de pasajeros a través de trenes de alta velocidad. Aunque la idea parecía hacer sentido ya que se le está ofreciendo al viajero una nueva alternativa de transporte, si juzgamos por los resultados de dichas inversiones, en la mayoría de los casos la operación de dichos trenes es deficitaria y requiere de importantes subsidios por parte de los gobiernos, además de que vinieron aparejados de montos de deuda pública muy cuantiosos. Dichos trenes no han sido capaces de operar cubriendo sus costos y han tenido mucha dificultad en atraer pasajeros que por varias razones siguen prefiriendo el viaje en auto, autobús y/o avión.
Según dicen los conocedores, el tren de pasajeros suele ser competitivo en lugares con orografías planas, en zonas con alta densidad poblacional y donde las distancias a recorrer están por debajo de los 400kms. Desgraciadamente lo que está planeando el gobierno mexicano no cumple con ninguna de estas características, ya que están pensando en que muchas de estas rutas sean de largo itinerario y de hasta 2,000 kilómetros, sin haberse detenido a pensar que el usuario hoy cuenta con buenas alternativas para cubrir esas distancias. En México por más de 30 años se apostó fuerte por la construcción de autopistas y hoy tenemos cerca del 80% de los pasajeros en México se mueven por medio de autobuses, además de la aparición de líneas aéreas de bajo costo. En el mundo del transporte de carga el transporte vía terrestre representa el 56% del total vs tan sólo 13% que se realiza vía ferrocarril a pesar de que las empresas concesionarias en los últimos 20 años han realizado inversiones muy cuantiosas.
Ante dicha evidencia resulta pertinente preguntarle al gobierno actual, porque considera prioritario que México destine una parte relevante de su inversión y gasto en deuda pública a proyectos ferroviarios que no atienden las necesidades de la población y más bien parecen ocurrencias de un mandatario enraizado en el pasado.
Este gobierno ha descuidado inversiones en seguridad, salud y educación para sus ciudadanos por darle prioridad a proyectos de inversión altamente cuestionables por su necesidad y utilidad y donde más bien parecieran ser proyectos para promover la imagen pública del presidente.
México tiene muchos retos hacia adelante y la capacidad de inversión pública es muy limitada, de ahí que debe ser estratégica. México debe apostar por invertir en infraestructura, en plantas energéticas renovables, en aprovechamiento del agua y promover educación de calidad, factores que pueden permitir aprovechemos al máximo las oportunidades del “nearshoring”, que sólo se darán una vez en la vida.
México debe dejar de lado la nostalgia y la vista al pasado que representan los ferrocarriles de pasajeros, y quizá la única excepción debe hacerse para aquellos de tipo suburbano y que cumplan con criterios económicos de rentabilidad.
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