Es tiempo de promesas. Todo lo que usted se imagine, apreciable lector, se lo podrá ofrecer su candidato preferido. En el caso de México, serán tres meses de campaña en los que se disputan 19 mil cargos a nivel nacional, incluyendo la presidencia de la República, la jefatura de gobierno de la Ciudad de México, la gubernatura del estado de Jalisco y otros siete estados. Veremos millones de spots, decenas de debates, Reels, Tiktoks, etc.
A propósito de la “oferta electoral”, recomiendo leer “El Mito del votante racional: Por qué las democracias eligen malas políticas públicas”; una gran obra del economista Bryan Caplan, donde explica cómo, generalmente, los ciudadanos somos irracionales: elegimos políticas que no necesariamente están en el mejor interés de la sociedad. Tenemos sesgos cognitivos sistemáticos.
En una democracia, nos explica Caplan, los ciudadanos tienen todos los incentivos para estar mal informados y votar a la ligera, debido a la percepción del bajo impacto de un voto individual en el resultado de las elecciones. ¿Para qué invertir valioso tiempo en estudiar propuestas y trayectorias si mi voto es apenas uno entre millones? Somos “racionalmente irracionales”.
Esto lo saben muy bien los estrategas de la comunicación política, y explotan a la perfección tres de los sesgos que documenta Caplan:
Sesgo anti-mercado (o pro-gobierno): Los ciudadanos tendemos a pensar que todos los problemas se resuelven echándoles dinero o creando nuevas estructuras gubernamentales. No confiamos en la “mano invisible” de los mercados, ni en la tecnocracia de los perversos “incentivos”.
Sesgo anti-extranjero: Todo es culpa de los foráneos, sean connacionales o extranjeros. Los votantes con este sesgo prefieren políticas proteccionistas, como aranceles y cuotas de importación, creyendo que sancionando al extranjero ayudaran a las empresas y empleados locales. Este sesgo es tan importante que la construcción del personaje de Donald Trump se basa en el miedo que generan “los otros”.
Sesgo pesimista: Los tiempos pasados eran mejores. Los votantes con este sesgo anticipan que el futuro apunta a la catástrofe y, como resultado, pueden apoyar políticas intervencionistas innecesarias o de plano dañinas. No reconocen las tendencias históricas de crecimiento económico y mejora en los estándares de vida impulsados por la innovación y el intercambio libre.
Estos sesgos se agravan en un contexto donde la desinformación y las fake news aumentan con el propósito de satisfacer la irracionalidad del votante. Una encuesta del Oxford Internet Institute, por ejemplo, señala que, en El Salvador, México y Venezuela, países que tendrán elecciones presidenciales este año, la desinformación proviene principalmente de los gobiernos y de los partidos políticos (ver: t.ly/EVNS5). En este contexto, resulta preocupante que 7 de cada 10 personas en América Latina no sepan o no estén seguras de distinguir entre una noticia falsa y una verdadera (ver: t.ly/dbQsJ).
Los sesgos cognitivos antes descritos tienen implicaciones profundas en la política democrática, ya que pueden llevar a los votantes a apoyar políticas que no necesariamente promueven el bienestar general.
Cuando escuchemos propuestas que apelan a nuestras emociones y miedos, estemos conscientes de que quieren explotar nuestra irracionalidad.
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