Publicar o perecer
Carlos Iván Moreno

El Apunte Global

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Hasta el 46% de los estudios científicos que reciben son de procedencia sospechosa debido a los requisitos y criterios de evaluación cada vez menos exigentes.

Lectura: ( Palabras)

En política pública todo incentivo, tarde o temprano, genera efectos perversos. Paradójicamente, mientras más atractiva es la “zanahoria”, mayores probabilidades de obtener resultados contraproducentes.

Para las universidades y académicos de alrededor del mundo, los rankings y la producción científica en masa se han convertido en incentivos muy poderosos: de éstos dependen salarios, ascensos, financiamiento y prestigio. Incluso, carreras políticas se definen según el lugar que las universidades de tal o cual país obtengan en los rankings. Basta con ver los casos de países como Francia, Alemania o China (ver: lc.cx/uioV3q).

Las perversiones –y los escándalos– son cada vez más visibles en esta carrera por el prestigio académico. Recientemente han salido a la luz una serie de irregularidades que ponen la integridad científica al centro del debate. Algunos botones de muestra:

Arabia Saudí, la mayor potencia del Golfo Pérsico, ha buscado durante los últimos años crecer su influencia a nivel global y, especialmente, presentarse como un país en proceso de modernización frente a Occidente. Debido a la competencia abierta con otros regímenes de la zona, como Qatar, los saudíes han buscado distintas vías para ampliar su prestigio. Una de ellas es el ascenso de sus universidades en los rankings globales.

Para lograr este objetivo, Arabia Saudí ha recurrido a ofrecimientos monetarios (sobornos) para que académicos de otros países cambien su adscripción a universidades saudíes –como si enseñaran e investigaran en ellas–, con el único compromiso de realizar un par de visitas anuales con los gastos pagados. De esta forma las universidades presentan como propios a los investigadores y, por tanto, a sus publicaciones científicas (ver: cutt.ly/xwyWRnUx).

En España, destacan académicos que publican de forma inverosímil. Por ejemplo, el investigador con más estudios publicados en ese país firmó 176 artículos en 2022; uno cada dos días. A este investigador le sigue otro destacado académico quien firmó 112 estudios ese mismo año, una cifra bastante distante a otros colegas del mismo campo que, a lo mucho, firmaron una decena de artículos (ver: cutt.ly/hwecx6TH).

En la India, se han descubierto empresas que ‘manufacturan’ papers (papers mills) con el objetivo de venderlos a científicos quienes, a su vez, pagan a revistas de dudosa calidad para publicarlos. De esta forma, los “científicos” logran entrar en los rankings de investigadores con mayor producción.

La industria editorial internacional reconoció que, en 2022, hasta el 46% de los estudios científicos que reciben son de procedencia sospechosa debido a los requisitos y criterios de evaluación cada vez menos exigentes. Un científico puede ver publicado su trabajo en apenas un mes, tras una revisión superficial, a comparación de los seis meses habituales que tardan en publicar otras editoriales. No importa aceptar estudios de baja calidad, mientras los ingresos de estas revistas aumenten.

El paradigma actual premia los resultados rápidos y la producción masiva, no la profundidad o relevancia de los textos, lo que genera incentivos contraproducentes. En contraste, recordemos que John Rawls tardó 14 años en escribir su Teoría de la justicia, y cambió al mundo. Bajo el actual paradigma, Rawls sería considerado académico improductivo.

El imperativo de “publicar o perecer” (publish or perish) se está llevando al extremo. Que no sorprenda que la gente desconfíe de la ciencia cuando la ciencia se reduce a esto.

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