¿Puede la academia generar activismos? La respuesta natural es sí. No obstante, los cuerpos, los lenguajes, las actitudes, las expresiones que caracterizan a un “académico” se asocian normalmente con mesura, disciplina, corrección y con quién sabe cuántos otros adjetivos-objetivos (sí, así, en binomio). El adjetivo-objetivo implica un deber y una aspiración (“debo ser como…”, “debo alcanzar…”, “debo publicar…”). Al mismo tiempo, ese carácter de objetivo (sustantivo) cambia de nuevo al de (otro) adjetivo: el que se refiere a la objetividad. Y ojo, esto vale para las comunidades de profesores, para la comunidad que hace investigación y para la del estudiantado (licenciatura, maestría, doctorado y posdoc). Y, quizá no lo imaginen, pero voy a hacer del binomio un trinomio: adjetivo-objetivo-opresivo. No sé si incluso plantearlo como fórmula (a+o=o’); corro el riesgo de verme demasiado oscura ─al fin, es mi ecuación y yo la hago como quiera. Claro, no existe un “ámbito académico” sino muchos y varían en función del carácter público o privado de las instituciones, del tamaño, del financiamiento, de su vocación.
En un principio y dada mi formación (bastante estricta desde los primeros años), admito que escribir el párrafo anterior me acaba de costar un trabajo inmenso. Pero la misma carga, al salir en forma de estas palabras, me resulta liberadora. En varios ejercicios que he realizado con mis alumnos de posgrado han salido una y otra vez estos temas, esta necesidad de vincularnos afectivamente con lo que investigamos y enseñamos y, de pronto, sale también el tema de ese grupo de personas que considera un enorme despropósito que nuestras emociones, intereses o inclinaciones personales se “nos salgan” en nuestros textos. Durante años y, repito, dependiendo del ámbito en el que nos formamos, vivimos más o menos oprimidos por la losa que implicaba la inmensa necesidad de producir conocimiento científico y objetivo. Incluso en niveles de educación básica o media, hay que cumplir con los programas (en lo cual no veo ningún mal), pero eso implica, en el caso de la Historia, por ejemplo, sectorizar con fines pedagógicos para que los estudiantes recuerden “paquetes” de información del tipo “la Edad Media duró diez siglos” ¿En todos lados? ¿Todo fue igual? “La Nueva España se termina el 16 de septiembre de 1810”, o cuando se firma el acta de Independencia en el 21… o cuando quieran. Pues tampoco. No sé si eso tenga ya mucho caso y sé de vivas voces comprometidas (de mis alumnos) que muchos profes están haciendo lo imposible por comunicar, sobre todo, amor y capacidad de relacionar temas, conceptos y problemáticas para respondernos a preguntas concretas, preguntas de hoy. Es entonces que creo que, contrario a lo que pensé de mí misma durante la mayor parte de mi vida, la academia sí puede generar activismos desde la docencia.
Ya que al inicio jugaba con el binomio adjetivo-objetivo, traigo a colación las reflexiones de Mari Luz Esteban, antropóloga de la Universidad del País Vasco, que plantea que los binarismos de la cultura occidental (“sujeto-objeto, mente-cuerpo, objetivo-subjetivo, objetivo-preobjetivo, pasivo-activo, racional-emocional, lenguaje-experiencia”)[1] no solo plantean dicotomías (es esto o lo otro, pero nunca ambos) sino que, además, pone a estos términos a discutir (es esto versus lo otro). Sin duda este modo de ver la vida y de concebir el conocimiento del mundo nos ha puesto en muchos predicamentos y miríadas de filósofos, sociólogos, antropólogos e historiadores han bordado sobre este asunto. ¿Cómo lo trascendemos? ¿Podemos plantearnos esta meta como activismo dentro de los espacios académicos? “El cuerpo es un lugar de discriminación, pero también de resistencia y de contestación”, dice Mari Luz Esteban. Nuestros cuerpos, los de nuestros colegas y estudiantes son espacios, continentes, entidades sintientes que llevan las improntas de lo que la disciplina les ha hecho, de lo que sus propias aspiraciones les han hecho y de lo que las diversas cargas sociales les han impuesto. Más allá de llevar a cabo prácticas catárticas que sucedan en espacios controlados o seguros (que también se necesita), ¿cómo le damos la vuelta a las posturas binarias que crean enunciaciones del tipo “es esto y no lo otro”? ¿Por qué es “esto” hegemónico? ¿Por qué lo “otro” no puede brindar luz sobre el modo en que nos acercamos a las cosas?
Eso otro es lo no medible, lo oscuro, lo dionisíaco, los procesos que se salen de la interlínea de nuestros escritos, lo que soñamos, lo compartido entre pares o amigos, desde el vino, el llanto, la incertidumbre o la propia inseguridad respecto a un trabajo que debe estar “bien hecho”.[2] No tengo la respuesta, pero al menos reflexionarlo con ayuda de mis alumnos y de diversas lecturas que me han acercado, me ha permitido construir una visión distinta de mí misma y de mi camino. Al final del túnel no sé qué tipo de luz me espere, pero por lo menos tengo la confianza de que podemos desarrollar un papel activo a partir de nuestra propia observación.
Notas:
[1] Mari Luz Esteban, “Antropología encarnada. Antropología desde una misma”, Papeles del CEIC #12, junio 2004, ISSN: 1695-6494. http://www.ehu.es/CEIC/papeles/12.pdf, nota 2, p. 4.
[2] Marisa Ruiz Trejo y S. García Dauder, “Los talleres epistémico-corporales…” Universitas Humanística no. 86 julio-diciembre de 2018 pp: 55-82 Bogotá – Colombia ISSN 0120-4807 (impreso) ISSN 2011-2734 (en línea).