En muchos momentos de nuestra historia, nos hemos representado con la figura de un círculo para reflejar la pluralidad de una sociedad ideal en la que cuenta cada persona y cada opinión. Cuando hacemos referencia a la democracia original, imaginamos esos anfiteatros redondos en los que se debate en igualdad de condiciones.
Sin embargo, a veces, nuestras sociedades no dialogan en círculo y tampoco son proclives a darle el mismo peso a todos los puntos de vista que emiten sus integrantes. Muchos dirán que esa es la realidad y existen ciudadanos “más iguales que otros”, pero ese es un argumento que ha promovido la enorme brecha entres nosotros que luego nos parece tan normal.
En este cambio de época que vivimos hoy, una tendencia frecuente es tratar de dividir a la sociedad empujándola hacia los extremos. Los discursos de odio, por ejemplo, siempre tienen ese objetivo: arrinconarnos en una equina, porque en apariencia es imposible ponernos de acuerdo con quien se encuentra del lado contrario. Eso es falso.
Si en algún momento hemos tenido coincidencias es ahora. Ya sé que este argumento se refuta con tan solo abrir una red social o compartir los mensajes instantáneos que nos llegan al teléfono móvil. Pero, si hablamos unos cuantos minutos entre nosotros, descubrimos que estamos de acuerdo en lo fundamental: seguridad, salud pública, educación gratuita, becas, apoyo a los sectores más vulnerables, infraestructura para poder convivir y libre esparcimiento. En resumen, una vida tranquila y próspera.
El problema es cuando nos enganchamos en esas frases hechas en las que todo es absoluto y buscan convencernos de que estamos tan mal, que ya no somos capaces de distinguirlo. Eso no es cierto. México sigue teniendo muchos desafíos, pero cuenta con avances que hemos interiorizado tanto en algunos segmentos de la población que nos parecen que siempre fueron así. Cito algunos: una economía estable, programas sociales que están ayudando a millones de hogares, libertad de expresión (sí, cuando este artículo tenga diferentes opiniones a favor o en contra, estaremos ante una prueba irrefutable de este derecho) y una consciencia social que no había surgido con tanta fuerza antes.
¿Por qué, entonces, nos preocupa tanto el futuro y los cambios que se registran en otros países? Bueno, la incertidumbre es un estado global en estos momentos. Aunque vivimos una estabilidad inédita en el cierre de este sexenio en nuestro país, recordemos que estamos en un planeta con dos grandes guerras, varios conflictos regionales, un enorme cambio climático, y el avance de posiciones radicales que no habían tenido eco en medio siglo.
Es posible que lo que esté cambiando sea la manera de reaccionar de sectores de la sociedad que han aumentado su desconfianza en las instituciones tradicionales y, al mismo tiempo, consideran que una manera de dejarlo claro es manifestar que están en uno de esos extremos. A pesar de que las sorpresas ocurren, la vida no funciona así.
Por eso es importante insistir en el diálogo social, desde nuestra propia casa, vecindario, lugar de trabajo, de estudio, y en los espacios públicos donde interactuamos. Porque esto nos ha sucedido antes, la única diferencia es que no teníamos la red de comunicación que está en pugna permanentemente para ganar nuestra atención, ya sea por motivos económicos o políticos. El nombre del juego, tristemente, es qué puede captar nuestra mirada por más segundos y, si se puede, nuestros pensamientos acerca de algún tema en particular.
Pero ese es el ejercicio de grupos de interés, impulsado por una intervención cada vez mayor de la sociedad en los asuntos públicos que antes estaban reservados para ellos y decidir lo que les convenía, sin consultar demasiado, y no necesariamente lo que era mejor para todas y todos.
Es gracias a ese activismo de millones de mexicanos que nuestra nación pareciera ir a contracorriente de la inestabilidad que rodea a la mayoría de los países, sean desarrollados o estén en vías de serlo. Hemos pasado por pruebas muy duras en estos cinco años, pero logramos superarlas a un grado tal que, por nuestro comportamiento presente, da la impresión de que nunca sucedieron. Solo que tenemos memoria y dudo que esos llamados a radicalizarnos tengan efecto.
Prefiero pensar que estamos en el camino de formar una sociedad inteligente, que construya la paz y consolide esa tranquilidad nacional que tanto demandamos. Creo en una consciencia social que ha superado miedos y una ignorancia que beneficiaba a unos cuantos, para dar paso a una sociedad informada, con criterio y con elementos de juicio que, en su mayoría, impiden arrebatos y berrinches. Sé que eso no es lo que se muestra en el ciberespacio y en los medios de comunicación tradicionales, pero no olvidemos que su estructura es destacar aquello que se estima es de “impacto” para nosotros. Cuando los focos y los hashtags apuntan hacia otro lado, la gente busca resolver sus necesidades y solidarizarse con quienes forman parte de su comunidad inmediata.
Alguna vez escuché que el criterio para difundir una noticia es resaltar lo que no es común, de lo contrario, impresiona a nadie. Y me lo explicaban con un ejemplo sencillo: que el sol salga cada día, no es noticia; que un día no lo haga, es el encabezado de los diarios y la apertura del noticiario televisivo, con todo y control remoto desde el lugar de los hechos que sería donde se viera el horizonte oscuro.
En otras colaboraciones he comentado la importancia de hacer a un lado el ruido para escuchar bien lo que ocurre a nuestro alrededor como miembros de una sociedad. Ir hacia un extremo, es dejarnos envolver por éste y buscar refugio en lo que creemos que coincide con nuestros puntos de vista. Estoy convencido de que somos diferentes y seguimos siendo una sociedad abierta a escuchar, a entender, y a tenderle la mano a los demás. Y eso no es esta en el centro. Eso es ser un auténtico ciudadano. No más, pero no menos.
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