El año de la desinformación
Luis Wertman

Construcción Ciudadana

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La gran ironía de este tiempo es que hemos logrado concentrar la mayor cantidad de información sobre la humanidad, pero eso no nos ha convertido en los humanos mejor informados en la historia del planeta.

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No todos los récords deben considerarse importantes. Aquellos que resultan negativos para la convivencia armónica de nuestras sociedades, vale la pena no mencionarlos demasiado, porque confirman que, así como podemos avanzar en común, también podemos retroceder juntos.

Por eso es importante mantener la atención en esos fenómenos que definen este cambio de época y, posiblemente, en el principal que podría afectarnos: la desinformación. Hoy, con pulsar algunas teclas en nuestro teléfono celular o en la computadora que tenemos en casa, podemos acceder a billones de datos, muchos de ellos puestos en el ciberespacio para confundir, engañar y manipular, a segmentos enteros de la población.

La gran ironía de este tiempo es que hemos logrado concentrar la mayor cantidad de información sobre la humanidad, pero eso no nos ha convertido en los humanos mejor informados en la historia del planeta. Podríamos serlo, pero existen muchas razones que explican por qué hemos optado por el entretenimiento y la sabiduría convencional.

En otras épocas han ocurrido fenómenos similares; sin embargo, no existía la tecnología que ahora brinda posibilidades casi infinitas para consultar, archivar, y modificar hechos por medio de aplicaciones de inteligencia artificial, que no son empleadas de manera muy inteligente que digamos.

George Orwell escribió su célebre novela “1984” después de observar como periodista a los regímenes que combatieron en la Segunda Guerra Mundial y la forma en que evolucionaron varios gobiernos aliados cuando concluyó el conflicto. No era un detractor de la tecnología, pero Orwell era escéptico de que una sociedad con herramientas para estar en todos lados, todo el tiempo, las utilizaría para dar mayores libertades. Pero no fue su primera advertencia.

En 1928, Orwell publicó un ensayo titulado “Un diario de un cuarto de penique”, refiriéndose a un periódico popular francés que aparentaba publicar noticias favorables para los trabajadores, encubriendo los intereses económicos que tenía su dueño. El diario se llamaba “El amigo de la gente” y se distinguía por sus titulares de “impacto” en primera plana y, con ellos, fortalecía la idea de que hablaba el mismo idioma de las personas comunes.

El antecedente de esa forma de vender noticias de “interés general” había sido idea de Benjamin Day, quien fundó “The Sun” en 1833, después de fracasar como compositor, iniciar como periodista, y sobrevivir a la crisis económica de ese año en los nacientes Estados Unidos con un diario masivo que costaba un centavo (penny) el ejemplar.

El contenido apelaba a los incidentes del día en Nueva York, particularmente las noticias “policiacas” y los chismes políticos de la época. Su popularidad fue tal, que la “penny press” cimentó la aparición de los periódicos modernos.

Sin embargo, la necesidad de información de nuestras sociedades ha provocado que la tecnología hoy sustituya los criterios que determinaban la importancia de los asuntos a publicar, por los temas que preferimos saber y desde el punto de vista que más se acerca de nuestro origen y formación.

El problema con las noticias que están diseñadas “a medida”, es que no nos permiten analizar otras visiones o puntos de vista y solo generan coincidencias. Cuando eso se traslada a supuesta información para influir en nuestro criterio o en nuestras acciones, la desinformación se vuelve un recurso para la confusión y la división.

No tenemos que coincidir en todo, eso haría que la vida fuera, además de aburrida, totalitaria; sin embargo, podemos estar de acuerdo en lo siguiente: las mentiras y las noticias falsas son uno de los males que nos aquejan en este momento.

Tres recomendaciones para no caer en el juego perverso de la desinformación: verificar si lo que recibimos o revisamos, particularmente en redes sociales, tiene una confirmación adicional y, de preferencia, oficial. En una época en la que podemos creer que algo que sucedió hace diez años, ocurrió esta misma mañana, debemos esperar a que se confirme por otras fuentes.

La segunda recomendación es que estas fuentes sean confiables, es decir, que tengan el respaldo de un medio de comunicación establecido y con buena reputación, incluyendo aquellos que han desarrollado rápidamente un prestigio en plataformas tecnológicas. Es fácil identificarlos, sus periodistas y sus canales cuentan con biografías, trabajos notables, currículo de sus principales reporteros y editores, así como un código de ética y un defensor de la audiencia.

La tercera sugerencia para verificar si la información es cierta es el medio por el cual llega a nosotros. Si se trata de un video con un título escandaloso o de un mensaje en cadena que advierte de catástrofes que nadie ha escuchado, entonces se trata de un engaño para provocar vistas, “likes” y otros indicadores que permiten generar ganancias económicas a los autores. Nada en contra de quien busca comercializar el contenido que produce, pero hacerlo con morbo o sensacionalismo es el equivalente a los llamados “productos milagro”.

Como sociedad tenemos una tarea permanente para combatir la desinformación, pero en este año en especial, con muchos acontecimientos desarrollándose en el mundo y otros que ocurrirán durante 2024, es importante tomar consciencia que nos corresponde la preservación de la verdad, la protección de los derechos civiles que hemos adquirido con mucho esfuerzo, y la defensa de una democracia que es patrimonio de todas y de todos, donde la posibilidad de decidir con libertad es el mayor activo.

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