Vivir la realidad es diferente a observarla. No le resto importancia al análisis de lo que nos ocurre, pero la mejor manera de comprender lo que sucede en una sociedad es acercarse a lo que experimenta la mayoría en su día a día.
Es un proceso complejo, porque una sociedad como la nuestra está formada por segmentos que se relacionan todo el tiempo, aunque para algunos de sus integrantes sería más fácil entender las cosas si cada uno ocupara el lugar que, tristemente creen, les corresponde a los que no son como ellos.
Sin embargo, la interpretación de la realidad tiene ciertos denominadores comunes que son difíciles de evitar si uno se encuentra entre la mayoría de la población. Uno de los principales, es la economía y el rendimiento del poder adquisitivo que todos percibimos que tenemos en un momento específico; sucede igual con el costo de los bienes y servicios a partir de la inflación. Cuando alguno de los gastos fijos que tiene la familia aumenta, lo sufrimos de inmediato.
Otra circunstancia que tiene el poder de unificar nuestra opinión acerca de lo que vivimos es la tranquilidad con la que nos movemos en nuestro vecindario y en la ciudad en la que habitamos. Construir un entorno de paz es una de las sensaciones más complejas, porque no puede disfrazarse durante mucho tiempo y cualquier hecho negativo influye en muchas personas.
Un tercero tiene que ver con las oportunidades que pensamos que están, y estarán, a la mano de los más jóvenes, en especial de nuestros hijos y nietos. Un futuro que no puede imaginarse mejor es un poderoso motivo para romper con el origen y con las raíces. Un refrán popular dice que “uno no es de dónde nace, sino de dónde la hace”; tal vez, para intentar convencernos de que debemos estar preparados para abandonar la tierra en caso de que todo lo demás falle. Las guerras, la pobreza y las sociedades roídas por la corrupción, son la muestra. Expulsan a miles de personas que ya no pueden pensar en un mañana ahí, pero sí en otro sitio. Por eso están dispuestos a arriesgarlo todo para lograrlo.
Como regla personal, respeto las diferentes opiniones que escucho acerca del estado del país. No se trata de aguantar comentarios que no comparto y sí de tratar de comprender qué mueve a una persona a pensar distinto, a pesar de que no tengan demasiadas evidencias para hacerlo. Una sociedad inteligente es un conjunto de personas que caminan en la misma dirección, aunque los motivos de sus integrantes sean distintos, porque lo que prevalece es el concepto del bien común.
En ese prisma social bajo el que justificamos muchos puntos de vista, con mayor o menor valor en nuestro propio juicio, percibo menos matices, pero colores más definidos y eso, pienso, es una de las mejores noticias que podíamos recibir en este cambio de época.
Para bien, estoy seguro, hemos dejado de ser ciudadanos que miraban los acontecimientos desde la tribuna y hemos entrado a la cancha para defender lo que creemos que es la definición de nuestra vida. Estar, o no, en lo correcto es un ejercicio que debemos practicar constantemente, porque la riqueza de la existencia no está en los extremos o en dividir las cosas entre blanco y negro; nuestra realidad es mucho más compleja y demanda soluciones de fondo, no solo de forma.
Sin embargo, existe una coincidencia en que ninguno de los tres factores mencionados está separado de lo que, en los hechos, vivimos. Es decir, la economía mexicana es estable, el poder adquisitivo se mantiene por arriba de lo que teníamos hace un año y la inflación, con todo y las alzas tradicionales de fin de año, se encuentra en una tendencia a la baja.
No hace falta, sí, continuar trabajando todas y todos para que la sensación de tranquilidad se empate con la de los números que marcan una disminución constante en los principales delitos que se cometen en el país. El que, poco a poco, se reconozca que la violencia está concentrada en lugares y estados específicos, permite empatar una percepción que se comparte en la mayoría de las entidades y en la Ciudad de México, sin que eso signifique que ya se ha resuelto este desafío.
Y, finalmente, las perspectivas a futuro, las que miden las encuestas o las que reflejan el consumo de bienes, servicios, la contratación de créditos y la entrada de remesas, son bastante positivas. La expectativa del “nearshoring” acelera inversiones no solo empresariales, sino de miles de personas de todo el mundo que se han convencido de que México es el país en el que hay que estar.
Para millones de jóvenes que alcanzaron la mayoría de edad este año y que lo harán el próximo, representa formar parte de las posibles primeras generaciones que consoliden el desarrollo de nuestra nación y no solo sobrevivan a sus crisis intermitentes.
Lo más importante es mantener el diálogo abierto y también estar informados sobre lo que ocurre en nuestras calles, a la par de hablar con otras personas -particularmente las que miran la vida desde un ángulo distinto- para que lleguemos a esos acuerdos básicos que nos permitan avanzar hacia la prosperidad que merecemos todos, independientemente del cristal con el que miremos.
Salud y bendiciones para 2024.
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