Los buenos vecinos son para siempre
Luis Wertman

Construcción Ciudadana

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La relación México-Estados Unidos están estrechando su vínculo mucho más rápido de lo que la política y la economía pueden anticipar.

Lectura: ( Palabras)

Las historias de México y los Estados Unidos estarán entrelazadas para siempre y esa es una buena noticia. Tenemos más coincidencias que diferendos y nuestro destino es, sin exagerar, inseparable por la influencia que ambos países han ejercido en ambos lados de la frontera que comparten. Como nunca en este camino mutuo, el momento de México, también es el momento de los Estados Unidos.

Hagamos un poco de memoria reciente: antes de la pandemia, los países de Norteamérica refrendaron un tratado de libre comercio que estaba roto después de casi tres décadas de vigencia, con resultados que no podían considerarse de otra forma más que positivos. Sin embargo, el gobierno estadounidense de ese momento demandó la renegociación con México, por una supuesta inequidad en los términos del acuerdo original que no tenían nada que ver con el TLCAN. Después de un estire y afloje muy complejo, se logró una negociación a través de una enorme habilidad, en la que también nuestro país obtuvo que se mantuviera tripartita, es decir, con Canadá incluido, para que funcionara aún mejor de lo que lo había hecho. Eso sucedió en el cambio de gobierno, y de época, que decidimos los mexicanos hace cinco años. Una tormenta perfecta que terminó por renovar el tratado comercial más relevante que tienen los tres países miembros. En sí mismo, este nuevo acuerdo ya era una hazaña.

Pero, justo cuando ya teníamos el llamado T-MEC, surgió un virus que modificó todo el sistema comercial del planeta y colocó a Norteamérica en el centro de la nueva economía mundial. La desaceleración de China en este último año y un reacomodo de las economías que pertenecen a los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), entre otras que podrían estar incorporándose en breve, contribuyó a que México y la región norte de nuestro continente tuviera una posición única para reubicar cadenas de producción, recuperar millones de empleos que se habían trasladado a otros países y desarrollar inversiones a futuro en un territorio que cuenta con materias primas, recursos naturales, bono demográfico, mano de obra competitiva y un resurgimiento social. Sin dejar de nombrar a la economía más robusta, todavía, del orbe.

Al mismo tiempo, millones de ciudadanos de ambas naciones comenzaron a coincidir en los mismos objetivos de desarrollo social, migración legalizada, protección del medio ambiente, educación y salud universales y gratuitas, que llegan a un punto de quiebre histórico: la convergencia de intereses para enfrentar una creciente ola de intolerancia y de radicalismo allá y aquí.

Existen unos 40 millones de mexicanos y mexicoestadounidenses viviendo en los Estados Unidos, cuyo número aumenta cada año. Paralelamente, los migrantes norteamericanos que se establecen en México han registrado un crecimiento récord. Si bien la frontera sigue siendo una de las principales preocupaciones en la agenda bilateral, ésta se hace más difusa todos los días cuando cientos de ciudades mexicanas están recibiendo nuevos vecinos, jóvenes en particular, que buscan disfrutar de una forma de vida más relajada y económicamente atractiva.

Durante muchas décadas se ha insistido en que la relación diplomática más importante de México tiene un origen que no debe olvidarse: las dos sociedades dependemos una de la otra. Y, por lo que hemos visto estos últimos tres años, nos estamos fusionando a pesar de muros, diferencias comerciales y las recurrentes temporadas electorales que buscan alterar la cooperación de ambas administraciones para ganar adeptos y votos.

Solo que, a diferencia de otros momentos en la relación México-Estados Unidos, sus sociedades están estrechando su vínculo mucho más rápido de lo que la política y la economía pueden anticipar. Esa es, también, una buena noticia.

El aumento del envío de remesas, la construcción de complejos industriales enfocados en las industrias consideradas del futuro, y un revalorado sureste mexicano, están borrando las supuestas diferencias sociales y culturales para formar una sociedad que podría definirse como continental. Una idea que podríamos impulsar entre todas y entre todos para enriquecer un territorio lleno de ventajas que empieza en Alaska y termina en la frontera con Guatemala, pero no necesariamente ahí, porque este progreso bien puede incorporar a Centroamérica.

Mientras en otros continentes lo que falta es juventud y mano de obra dispuesta, nuestra región tiene problemas para contar con manos suficientes que ocupen los puestos de trabajo disponibles. Miles de los migrantes que arriesgan su vida para llegar a México y luego intentar cruzar hacia los Estados Unidos podrían sumarse hoy mismo a una fuerza laboral que llevaría esos beneficios a sus lugares de origen. Si, además, lográramos aplicar planes y programas de desarrollo en esas naciones, la necesidad de salir de la tierra de origen no existiría y podría ampliar las oportunidades de inversión que en este momento solo están contemplan para el norte.

La pregunta de fondo es ¿cuál sería el potencial que puede tener una región como la nuestra, de Alaska a Panamá, en el futuro del comercio mundial? Y no solo en ese rubro, sino en una integración que, paulatinamente, repartiera los beneficios económicos y sociales hasta, digamos, Tierra de Fuego. Europa lo consiguió hace varias décadas con la Unión Europea y, poco a poco, el Oriente se consolida con la unión de China, India y Rusia. ¿No sería más fácil para nosotros ponernos de acuerdo cuando hoy nos entendemos a la perfección gracias a la comida, el entretenimiento, la cultura, varios principios y valores?

Alan Riding, reconocido escritor y corresponsal de The New York Times en México y en varios países del mundo, escribió un famoso libro titulado “Vecinos Distantes”, que describía la relación entre México y Estados Unidos en la década de los años ochenta a partir de un sistema político que se deterioró durante las siguientes décadas y que influyó mucho en esta impresión de éramos dos sociedades que no podrían entenderse nunca.

Eso parece haber quedado atrás. Nuevas generaciones enfrentan los mismos problemas y las mismas expectativas de un futuro mejor. Vivimos un cambio de época, no hay duda, en México y en Estados Unidos. Uno que, me parece, está acercando a los vecinos como en ningún otro momento. Si aprovechamos esa cercanía, podríamos convertirnos en la región más rica, vibrante y correctamente poderosa del nuevo mundo que se está moldeando en este momento frente a nuestros ojos. Otra buena noticia.

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