México es una gran nación, con ventajas geográficas incomparables, muchas riquezas naturales, salidas a los dos océanos continentales, que abren posibilidades para ser una potencia en la industria pesquera; regiones con gran potencial agrícola, con climas diversos y favorables para varios tipos de cultivos que permitirían comercializar productos a todo el orbe, incluso para la generación y distribución de energías limpias; yacimientos de diversos materiales preciosos y combustibles fósiles; puentes comerciales y muchas más ventajas sobre las demás naciones.
Además de ello, México cuenta con una población de más de 120 millones de habitantes, todos con grandes deseos de salir adelante y mejorar sus condiciones de vida en libertad y con la seguridad de poder hacerlo en un entorno seguro, con las garantías necesarias de que sus derechos serán respetados, para ello, es indispensable un gobierno que cumpla con la función mínima de brindar seguridad a la población que conforma el Estado, al tiempo que —como parte de esa obligación— genera condiciones para que, en libertad, las personas se complementen y logren esas metas que todos añoran.
Por eso insisto tanto en reflexionar sobre el gobierno y su forma de actuar: porque es de suma importancia que cumpla con sus objetivos a cabalidad. Si el gobierno funciona, la sociedad también y, en consecuencia, las personas pueden lograr sus fines individuales. En la medida en que cada engrane de la sociedad cumpla con sus obligaciones —incluido el gobierno—, todo evolucionará para un desarrollo adecuado, constante y permanente; si, por el contrario, alguno se desarticula, todo deja de funcionar, y si ese es el gobierno, la maquinaria se desarticula con mayor celeridad, pues es el encargado de modular todo el entorno social.
En una idealidad, sólo bastaría con la convicción para que el engranaje funcione; sin embargo, la realidad es que las pasiones son imposibles de extraer del actuar humano. En esa lógica, la responsabilidad, los principios, valores e ideales imperan el actuar humano e inciden estrechamente en su desenvolvimiento; del mismo modo los antivalores, el egoísmo y la ambición inmoral, inciden en la misma proporción y dimensión con respecto al desenvolvimiento humano.
Así, quienes gobiernan y dirigen las instituciones estatales son guiados tanto por su razón como por sus pasiones; si éstas se imponen a su raciocinio, su desempeño atenderá impulsos meramente egoístas e irreflexivos, con lo que se distraerá de las obligaciones que tienen ordenadas por mandato de ley y por la consideración racional. Por otro lado, si las pasiones basadas en valores, principios e ideales, el actuar —impulsivo o no— siempre perseguirá un fin valioso, que es cumplir con el deber y hacer lo necesario para que la sociedad funcione adecuadamente.
Ese cúmulo de valores y pasiones no son otra cosa que patriotismo, ese impulso que lleva a que quienes ejercen las funciones de gobierno cumplan con su deber, no sólo como obligación sino como un impulso pasional que lleva a entregarse a la función pública incluso por encima de cualquier ambición egoísta; eso que, lamentablemente, pareciera estar más ausente que nunca entre quienes gobiernan en el orbe.
@AndresAguileraM
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