Todo dictador echa a mano a todos los recursos posibles para maquillar su verdadera naturaleza: la voracidad sin fondo del psicópata. Utiliza para ello a la corte de aduladores y de esbirros funcionales a su ideología narcisista, contando siempre, desde luego, con servicios de inteligencia defensores de la moral revolucionaria o el orden público nacionalista.
Aunque conocemos bien su modus operandi, de una forma u otra, como delgadas serpientes, los tiranos de nuestro tiempo siguen arreglándoselas para penetrar a través de las rendijas de nuestras imperfectas democracias y prejuiciosas consciencias, llenando con su veneno discursivo de orden, igualdad, dignidad, soberanía y la siempre bien mentada “Patria” a nuestras sociedades colmándolas de odio e intolerancia.
¿No resulta paradojal cómo Chávez, Pinochet, Videla, Maduro, Castro x 2, Ortega y tantos otros “salvadores” de sus respectivos países han hecho gárgaras con “el pueblo”, “la patria”, “la esperanza”, “la soberanía”, “la independencia” o “el cambio”? Y lo que resulta aún más difícil de entender es que hoy, en un ya entrado siglo XXI, haya líderes políticos de ambas puntas del espectro totalitario que conciten creciente apoyo popular.

¿Qué hay detrás de la aparente inocencia y torpeza de nuestros ciudadanos que dan espacio y cabida al caudillismo populista? ¿Es comodidad, es miedo, es la pérdida de memoria histórica, es falta de educación? Es posible aventurar cualquier hipótesis construida con base a esos términos, pero también es una posibilidad que lo que se esconde detrás de nuestra irresponsabilidad política sean estructuras psíquicas mucho más complejas.
Hasta el día de hoy nos seguimos preguntando cómo fue posible que el pueblo alemán, hace casi ya 100 años, eligiera y apoyara mayoritariamente el horror nazi. Más allá de todas las explicaciones sociológicas, políticas y económicas que existen para ello, sigue habiendo una zona aún muy difícil de abordar y comprender, y que permita dar con una respuesta cierta. Con todo, desde cada uno de nuestros rincones del planeta, seguimos viendo al nazismo como algo que se dio en “los otros”, olvidando que en nuestra propia historia, nacionalismo, espanto y horror han convivido demasiadas veces.
No hay que viajar demasiado lejos en distancia, ni en memoria, para reconocer que en cada uno de nosotros habita una criatura a la que el siseo de las serpientes totalitarias de izquierda y derecha encandila y, no con demasiada dificultad, puede hacer suya.