“El populismo no es solo un adjetivo peyorativo para describir el despilfarro económico o la demagogia estatal, sino un verdadero fenómeno parasitario autónomo, con reglas propias y fines claros, que se vale de instrumentos variados para su bulimia del poder”, Pablo Ignacio Rossi (periodista argentino, 1971).
En las dos décadas de este tercer milenio vemos con estupor el surgimiento y explosión de populistas tanto de derechas como de izquierdas en las democracias contemporáneas, lo cual es evidentemente un síntoma de la falta de verdaderos liderazgos que gestionen e incidan de manera determinante en el desarrollo de nuestros pueblos. Desde Donald Trump en su momento hasta Andrés Manuel López Obrador (AMLO) en la actualidad, se advierte un denominador común y es que en el imaginario de estos dos políticos norteamericanos –entre muchos otros de la región y el mundo– las democracias son aquellas que se gestan solamente cuando la ciudadanía se adhiere a su visión “sectorizada” de la realidad (es decir, el discurso maniqueísta de buenos vs malo es amplificado en tanto, se concibe a los opositores como “agentes del mal” que obstaculizan toda posibilidad de avanzar en las agendas públicas del desarrollo).
Al respecto nos ilustra el comunicador y profesor de la Ibero Leon, Fabrizio Lorusso que el populismo viene del siglo XIX y se desarrolla en el XX, con la oleada “clásica” de la década de 1930 y cita como “populistas clásicos” a los expresidentes latinoamericanos, Lázaro Cárdenas de México, Getulio Vargas de Brasil y Juan Domingo Perón de Argentina.
Y es que, el problema con los populismos –de cualquier ideología–evidentemente es que estigmatizan y crean estereotipos en torno a la oposición, y se escudan en estrategias propagandísticas tendientes a denostar al contrario y potenciar ideas de integración y bienvenida “a la mesa” a todos aquellos que comulguen con sus ideas.
Pienso que en la era actual el fenómeno tiene una mayor omnipresencia, en tanto la comunicación digital y las redes sociales de internet explosionan las posibilidades de comunicar lo cual abona a los tejedores de estas visiones sesgadas del mundo y la realidad y si no miremos por ejemplo que el Twitter se ha convertido en el canal preferido de la mayoría de gobernantes –por lo menos en el hemisferio occidental– para comunicar a las masas.
No cabe duda que los populismos son nocivos en tanto niegan la “existencia” de expresiones contrapuestas, algo que va en contravía a la calidad de nuestras democracias, pues a lo que se debe apostar es al pluralismo como herramienta mas que necesaria para potenciar el ideal de un desarrollo con igualdad de oportunidades.
En definitiva, pienso que el populismo es una “dolencia” que entraña la misma democracia, en tanto se gestiona la realidad a partir de visiones preconcebidas que segregan y cuestionan a los oponentes lo cual, evidentemente impacta en el goce democrático de los “contrarios”.
Posdata: En artículo del 7 de mayo de 2019 para un portal mexicano, Fabrizio Lorusso reconoce que es difícil “clasificar” los populismos totalmente como “de izquierda” o “de derecha” y ejemplifica que pueden “derechizarse” a partir del miedo a los pobres y migrantes, pero al contrario puede “izquierdearse” a partir de reivindicaciones de justicia o hasta de “revanchas”.