Cuando era niño existían, desde mi punto de vista de la época, dos tipos de países: los paradisiacos y los infernales. Los primeros estaban conformados por USA, Canadá, Europa occidental y Japón y Corea del Sur. Un par de naciones oceánica también podían incluirse en este grupo como una graciosa excepción a la regla de que el Norte es rico y el sur miserable. El resto de naciones pertenecían al bloque infernal ya fuera porque se trataba de dictaduras o, simple y llanamente, porque sus economías eran un desastre y sus poblaciones no tenían ningún futuro.
Más de 40 años han pasado de aquellos pensamientos. En este tiempo, muchas cosas en el planeta han cambiado. Algunos países pobres han medrado, sin que por ello haya mejorado el nivel de vida de sus habitantes. China se ha convertido en la gran potencia que conocemos hoy, aunque sigue siendo una dictadura feroz y algunos países que han adoptado la democracia han sufrido una gran decepción al grado de acabar votando a unos líderes populistas, ya sea de derecha o de izquierda, que tan solo empeoran la situación.
Sin embargo, es quizá en los países que vivieron en la opulencia donde el neoliberalismo ha causado las mayores desilusiones. En estos años, la clase media de esos países se ha reducido drásticamente fruto de las múltiples crisis ocasionadas por un sistema capitalista desbocado cual potro salvaje en el que no hay ningún control.
Si hacemos un repaso al mapa nos encontramos con que dos grandes potencias; Estados Unidos e Inglaterra, han sido gobernadas por líderes incompetentes y populistas en los últimos años por el simple hecho que los mandatarios tradicionales ya no levantan pasiones.
Trump hizo gala de un discurso abiertamente racista. Johnson, por su parte, apoyó un Brexit cuyos argumentos principales fueron el rechazo a los inmigrantes, así como el odio que generó Merkel entre los británicos hacia la Comunidad Europea por su afán de recalcar que ella era la que mandaba.
El día que una amiga inglesa, que no había conocido la guerra y que había crecido en la isla de la Reunión, me dijo: ”no hemos ganado la Segunda Guerra Mundial para acabar obedeciendo a los alemanes”, comprendí que tenían oportunidades los simpatizantes del Brexit en el referendum, pese a lo que dijesen las encuestas. ¿Cuáles fueron las consecuencias de ambos Gobiernos? En el caso norteamericano, todos recordamos las imágenes dantescas del intento de golpe de Estado por parte de los simpatizantes de Trump en el Congreso.
Si la democracia gringa ya había perdido brillo con el fraude electoral de Bush Jr. en 2000, ahora fue el país entero el que dio una imagen de nación subdesarrollada. Por su parte, fruto del Brexit, los irlandeses que quieren la reunificación tienen motivos para estar de enhorabuena. Por una parte el Sinn Fein (antiguo brazo político del Ejercito Republicano Irlandés) ganó en ambas partes de la isla por primera vez en la historia y encima muchas empresas establecidas en Inglaterra acabaron yéndose a la República de Irlanda porque ofrece mayor estabilidad.
En Francia, cada día está más cerca la llegada de la fascista Marine Le Pen al Eliseo. En Italia y sobre todo en los opulentos Países Bajos ya gobiernan partidos xenófobos y ultra conservadores. En aquellos lugares donde no han llegado al poder aun, ya han conseguido -con la ayuda de los neocomunistas-, polarizar de tal manera el debate político que, como menciona Rubén Blades en una de sus canciones, “has dejado la esquina del barrio tan caliente que ahora uno, ahí no se puede ni parar”.
Una tendencia natural del ser humano es la de buscar un líder mesiánico en los momentos de crisis para salvar el país. Otra tendencia es la de echarle la culpa a los que vienen de fuera. En ese sentido, el fracaso del neoliberalismo, que ni ha conseguido crear condiciones de vida óptimas en los países pobres ni ha conseguido mantener la opulencia en los países pobres, es palmario.
Las opciones más radicales han florecido en aquellos países que hacían gala de sus sistemas democráticos y presumían, hace unas décadas de un electorado sensato. Los únicos que han ganado en estos ya casi 50 años de neoliberalismo (teniendo en cuenta de que el Chile de Pinochet fue el primero en ponerlo en práctica en los años 70) han sido los multimillonarios en detrimento del 99% de la población mundial.
Sin embargo, las consecuencias de este capitalismo sin regulación son cada vez más devastadoras. Después de la Segunda Guerra Mundial no hubo crisis económicas globales hasta los años 70 con la del petróleo. Desde que se cambiaron las reglas del juego en los ochentas hemos tenido ya tres grandes desastres económicos mundiales (1987, 2008 y 2020) por distintas causas. Cada una peor que la anterior. Pero tranquilos, el remedio siempre es el mismo.
Ya sea en los ochenta en Finlandia o en México en 1994 e incluso en USA y la Comunidad Europea de 2008, la solución pasa por una simple divisa: “privatizar las ganancias y socializar las pérdidas”. De esta forma fueron rescatados los bancos de los lugares arriba mencionados sin que hasta la fecha hayan pagado estos sus deudas (cosa que nunca acabaran de hacer), mientras que a los ciudadanos se les endilgaba los débitos lo que a su vez provocaba que perdieran en cada impacto calidad de vida.
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