Una conducta institucional
Sara Baz

La deriva de los tiempos

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Se refería a que, al parecer, cuando uno se convierte en funcionario público, pierde la voluntad, la individualidad y la capacidad de crítica.

Imagen: Rincón de Psicología.
Imagen: Rincón de Psicología.

Lectura: ( Palabras)

El asunto ya es medio viejo pero no lo quiero dejar pasar. ¿Por qué aprendieron a leer, señores? ¿Por obligación? La mayoría quizá diga que sí. Yo aprendí a leer porque me daba la llave de la puerta del mundo de los adultos. Leía anuncios, entendía sus claves secretas, leía etiquetas de botellas y cajetillas de cigarros ante el escándalo de los adultos ajenos, porque leer –lo que fuera‒ me permitía la fantasía de salir del mundo esclavizado y estrecho al que pertenecía una niña en los 80: con mucha voluntad pero sin experiencia, conocimiento, dinero o permiso para hacer nada. ¡Ah! lo que sí: esa niña tuvo mucho tiempo e impulso familiar para devorarse el librero entero, si le daba la gana. Quizá cultivé un enorme egoísmo a raíz de eso. Quizá, por otro lado, tuve por primera vez consciencia del otro.

Recientemente, la poco asertiva declaración de Marx Arriaga (y no nos extraña) acerca de que la lectura por placer es un acto de consumo capitalista, volvió a ponerse de moda en virtud de varias cosas: de que el propio Arriaga expusiera que esas palabras nunca figuraron en su discurso, pero sobre todo, de que Jorge F. Hernández decidiera librarse de su cargo como agregado cultural en la Embajada de México en España. Y digo librarse, porque así mismo lo ha expresado él y yo lo entiendo. El escritor (y en primer término, lector, como se define él mismo) concedió una entrevista para aclarar su dicho: no fue cesado por cuestiones de presunta misoginia, como se le imputó, sino que se separó de su ministerio al sentir la inminente censura después de sus declaraciones sobre, adivinen quién: Marx Arriaga.

Dado que el Director General de Materiales Educativos de la SEP salió a decir que en su ponencia nunca aparecieron semejantes palabras, me di a la tarea de leerla, lo que me hizo ver que contiene pasajes todavía más perversos y poco agraciados retóricamente que lo que se difundió, además de faltas de ortografía (¿“insipiente” Marx? ¿En serio?) Me detengo en ello sin hacer citas textuales ni darle mucho realce, porque definitivamente no vale la pena y, además, el texto del documento puede consultarse en la cuenta de Twitter del interfecto.

estupidez humana
Imagen: ALnavío.

La ponencia entera se dedica a elogiar los “logros” de la autoproclamada 4T, como es obvio. Recurre a varios símiles desastrosos gracias a los cuales, por su mal empleo, le sale el tiro por la culata, pues el autor no se da cuenta de que, al elogiar la “reflexión empática” que nuestro jefe de Estado (la frase me cuesta trabajo) tuvo para con sus gobernados, se sitúa en el ojo de un huracán que está cobrando nuevos bríos y que se caracteriza ahora por tener que soportar los embates de una pandemia en su tercera ola de contagios, de las malas decisiones gubernamentales que, entre otras cosas, derivan en no poder aplicar ninguna restricción porque, como es evidente, la economía de nadie aguanta ya un nuevo confinamiento. Sus referencias al consumismo están, en gran medida, vinculadas a las hechas por AMLO para quien “la felicidad no reside en la acumulación de bienes materiales” (risas sardónicas, por favor); se dirigen a poner de relieve que México tuvo un presidente lo suficientemente “sensible” como para emitir un Decálogo para salir de la crisis del coronavirus; serie anodina e ineficaz de puntos que AMLO presentara en junio de 2020. Prefiero pasar de largo una pifia de semejantes proporciones; sólo diré que el cuarto punto de dicho decálogo reza “No nos dejemos envolver por lo material” (violines de fondo).

Aquí está uno de los focos de la perversión: consiste en desviar la atención y la esperanza (de los pocos que la tienen todavía) hacia cuestiones retóricas de mala factura, que apelan a soluciones fideístas (aunque Arriagadiga que la pandemia terminó con la fe) en lugar de aportar soluciones y de formular políticas firmes. El discurso de Arriaga se hace aparecer, sin ninguna originalidad, como eco de las palabras vacías de su jefe máximo.

Ignorancia disfrazada
Imagen: Misiones Online.

Y es justamente la vacuidad de la retórica que muchas veces exhibe la función pública la que me lleva a cerrar esta reflexión y a regresar a Jorge F. Hernández. Vayan ustedes a saber en qué consistan los “comportamientos poco dignos de una conducta institucional” que aduce Enrique Márquez, director de Diplomacia Cultural de la Cancillería, en el brevísimo comunicado que publicara el 7 de agosto en redes sociales para “zanjar” el asunto con el exministro. Voy a tener que glosar una de las declaraciones de Hernández que me tocaron más profundamente, en la entrevista que dio a W Radio en el noticiero de Gabriela Warkentin y Javier Risco; se refería a que, al parecer, cuando uno se convierte en funcionario público, pierde la voluntad, la individualidad y la capacidad de crítica. Y sí, suscribo; por quedar bien con la planilla, parece que uno está condenado al amago y al silencio. Pero no, señores, el que lee y lee con conciencia, no hace eso. No hace eso porque no es ético.

Sin conocerlo, manifiesto mi solidaridad y empatía con el historiador y escritor: la función pública debe estar acotada, de acuerdo, pero nunca debe redundar en la falta de crítica y mucho menos, en la desbocada defensa de sinsentidos. Hay que revisar detenidamente qué implica observar “una conducta institucional”. La función pública, bien llevada, es un acto de valentía y de coherencia, lo mismo que renunciar a ella. Ante todo, la congruencia. No dejen de leer por placer, por libertad, aunque su lectura no contribuya al bienestar social ni a la emancipación de los pueblos, o al discurso vacío de quien está en el poder. Y no dejen de leer “Por placer”, columna ejemplar de Jorge F. Hernández.

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Alejandro

Excelente artículo Sara! El tema es que en política, el cuestionar al Señor Feudal desde la corte o la tribuna puede ser muy peligroso para la carrera de ese cortesano.
Este gobierno particularmente es dogmático, y todo aquel que insinúa que la gestión de este gobierno puede mejorar se convierte en enemigo. Irónicamente , estas voces de auto critica dentro del gobierno son las que pueden mantener lejos de la guillotina a este Monarca Absoluto, que como Luis XVI no acepta críticas.
En política, como diría Maquiavelo, “Un hombre que quiere ser bueno entre tantos que no lo son, labrará su propia ruina”.

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