En días anteriores se viralizó la imagen de una madre que recibía los restos de su hijo que llevaba casi un año desaparecido; taciturna, sentada en una banca afuera de una oficina y con su respectivo cubrebocas, la señora observaba fijamente dos bolsas negras, en su semblante se atisba alivio y dolor.
La Fiscalía General del Estado de Veracruz creyó correcto entregar los restos de la persona desaparecida en bolsas negras de basura. De manera exacta otorgó dos bolsas, una con restos óseos y la segunda para algunos restos biológicos que se habían desprendido durante el levantamiento y su posterior traslado. Sí, dos bolsas negras.
En un insólito grado de indiferencia y nula empatía la Fiscalía nos mandó un claro y contundente mensaje: somos basura. No le importa en lo más mínimo la dignidad humana, el desprecio se hizo patente y no sólo para la señora, sino para todos. ¿Por qué nos debe indignar hasta la médula esta acción? Porque en aquella bolsa de basura pudimos haber estado nosotros y esa señora pudo ser tu madre, tu esposa o hermana. No harán nada por nosotros, no valemos nada.
Reiterando el desprecio que la Fiscalía tiene por su gente veracruzana, la fiscal del Estado, Verónica Hernández, no ha salido a decir nada, ni una disculpa, aunque fuera fingida.
La necesidad de empatía se presenta entonces como algo urgente, sobre todo en aquellos funcionarios públicos que tienen relación directa con la administración de justicia. El dolor no es cosa sencilla de sobrellevar, pero ello no es excusa ni justificación para convertirse en indolente. El dolor es cosa importante en la vida de un mexicano, vivimos día a día con el dolor, con la muerte como vecina, con la tragedia acechando nuestra existencia, es cierto que se ha vuelto algo cotidiano, pero no debemos perder nunca la capacidad de asombro, irritación y molestia ante la violencia.
La normalización de la violencia no debe ni puede tener lugar en una sociedad y menos en una fiscalía. En aquel lóbrego lugar, es donde las personas van a pasar las peores horas de su vida, lo mínimo que necesitan es un poco de comprensión de parte del personal, no se exige que sientan y se empapen del dolor ajeno, sólo que empaticen hasta cierto punto en el que podamos reafirmar la bondad de nuestra humanidad.
Urge un curso de sensibilización para todo el personal de la fiscalía, incluyendo a la fiscal –que en teoría debería renunciar junto con todos los implicados, pero no vivimos en la utopía sino en una distopía–, porque no podemos permitir que nadie vuelva a ser tratado de esa manera, este vivo o muerto. La criminología sabe que tiene un compromiso con la sociedad y de igual manera –en algunas ocasiones– trabaja en primera línea con el dolor y la tragedia. Sin embargo, tiene bien claro que el sufrimiento es parte de su labor, no es ajena a él, se sabe que en los criminólogos puede existir un poco de consuelo ante la pérdida del otro. Es devastador, el dolor cansa, pero es parte del trabajo; se tiene la convicción de que se trabaja por la justicia y ello aterriza ligeramente el cansancio y lo sublima en motivación.
Los lamentables hechos cometidos por la fiscalía nos dejan en claro que la administración de justicia en México no sólo es ineficiente, también es indiferente ante el dolor de los mexicanos.
Ineficiencia e indiferencia juntas en una misma dependencia, dando el terrible mensaje de que para ellos sólo somos basura.