No se puede negar que una de las características del fascismo es la militarización de un Estado y la violencia que éste mismo ejerce contra los que intentan cruzar un pedazo de tierra. Un Estado arroja los primeros signos de fascismo, cuando el extranjero se convierte en un enemigo, cuando un extranjero es recibido con virulenta y sádica violencia, cuando un extranjero con un niño en brazos es considerado un individuo de riesgo.
Desde la pasada contienda electoral de los Estados Unidos, cuando las caravanas migrantes comenzaron, México dobló las manos para hacer el trabajo sucio. Dejando de lado la larga y extensa tradición diplomática de recibir refugiados, el gobierno mexicano ha decidido frenar de manera violenta la migración que se presenta en la frontera sur de nuestro país. Estamos ¿defendiendo un país que no es nuestro?, de un enemigo que nosotros no hemos construido y que no representa el riesgo que la narrativa trumpista nos dijo.
El domingo pasado un grupo de migrantes, en su mayoría de origen haitiano, hartos de sobrevivir en condiciones paupérrimas, reanudaron su marcha que, busca el septentrión como destino final: el sueño americano. Sin embargo se vieron detenidos de forma violenta por elementos de la Guardia Nacional y el Instituto Nacional de Migración, las imágenes que quedaron captadas en video nos muestran el abuso que algunos migrantes sufrieron. La Guardia Nacional es una herramienta de represión violenta.
Sin embargo, la doble moral de nuestro gobierno, sí permite recibir refugiados afganos; al parecer hay fenómenos migrantes más mediáticos que otros y que generan más aprobación popular. Recordemos el mundo se conmovió ante la fotografía de aquel niño muerto en las playas del mar mediterráneo. Sociedades de todas partes alzaron la voz contra la intolerancia y la xenofobia, pero cuando en México comenzó el fenómeno de las caravanas migrantes, la misma sociedad mexicana señalo y juzgó a los migrante con la misma lógica trumpista.
Hoy, los sucesos que se presentan en nuestro país parecen no interesar mucho a la comunidad internacional que hoy tiene los ojos puestos en Afganistán, ni a la sociedad mexicana que durante los conflictos en Medio Oriente alzó la voz contra el fascismo europeo.
El riesgo que ya he mencionado en otras columnas es la función que está ejerciendo la Guardia Nacional: las mismas armas que apuntan contra los migrantes tienen la posibilidad de apuntar contra nosotros. Las violaciones a los Derechos Humanos no han parado, ni siquiera han disminuido, en lo que va desde su creación. La Guardia Nacional ha recibido una buena cantidad de recomendaciones por parte de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, cada recomendación implica la existencia de un riesgo existente. El peligro mayor viene de la ceguera de la sociedad mexicana que se muestra incapaz de vislumbrar el futuro de una institución militar a cargo de las labores de seguridad pública.
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