Tal como en ese juego de reyes, de más de 1,500 años, Josep Biden y Xi Jinping desplegaron sus estrategias en la Cumbre del G-20, influyente cónclave político-financiero. Estados Unidos (EU) y China, simbolizan la puja entre el decadente Occidente y la emergencia de lo multipolar. En torno a ese ajedrez geopolítico, alfiles, peones, caballos y torres se movían para ganar en el tablero de Bali, una de las 17 mil islas indonesias.
El juego abrió en un contexto delicado, pues el mundo aún encara los efectos de la pandemia (desequilibrio entre oferta y demanda por las debilitadas cadenas de suministro, inflación superior a la esperada, e imparables precios en alimentos y energía).
Xinping llegó a la partida con éxitos a cuestas. Inauguraba su inédito tercer mandato, cobijado por el Partido Comunista Chino. Además, muy reconocido por su asertiva contención de la pandemia y que hoy China es un país sin pobreza extrema y ‘medianamente próspero’.
La posición de Biden era precaria. Retuvo con esfuerzo el control del Semando en las apretadas elecciones de medio término, aunque al arribar a Indonesia era incierto su triunfo en la Cámara baja. Y en la sombra flotaba el amago de mayor polarización en su país, tras el anuncio de la candidatura presidencial de Donald Trump.
De ahí que, cuando Biden caminó para dar la mano a Xinping – que lo esperaba con serena sonrisa – simulase que superaba la prolongada ofensiva contra su archi-rival geopolítico y se mostrara conciliador. De ahí su bizarra declaración: “Creo que no hay razón para que haya otra Guerra Fría”.
Sin embargo, sus estrategas (sherpas, en el argot de esas cumbres) no integraron en la agenda bilateral en esa Cumbre, el espinoso tema del veto de Biden a vender microprocesadores a China. Y en cambio, contemplaba lograr una crítica a Rusia por el conflicto en Ucrania y seguir usando a Taiwán como peón de su estrategia en Asia.
Pero el huésped de la Casa Blanca no obtuvo nada. Es más, el comunicado final de la Cumbre reconoció que ‘hay otras posturas’ sobre el conflicto en Europa del este.
Fracasó la expectativa de que ese Club de los Ricos desairara a Vladimir Putin. Pese a la entusiasta diplomacia del anfitrión indonesio, Jowo Widodo, el político de San Petersburgo designó en su lugar a su experimentado canciller, Serguéi Lavrov.
Entretanto, los alfiles se reacomodaban en la nueva escena global. En apretadas citas, una desdibujada Alemania y la Francia que lidia con los insumisos, junto con Italia, Reino Unido, Canadá, Japón y Surcorea, buscaban pactos en Arabia Saudita, India, Turquía, Argentina, Brasil, México y Sudáfrica.
Ahora, esos estados son los protagonistas del G-20, que suma el 85 por ciento del PIB mundial, el 75% del comercio global y representa a dos tercios de la población global. En Bali, ellos abrían la puerta al mundo multipolar, mientras los estados colonialistas, militaristas y fascistas del viejo orden fallaban en imponer sus políticas como antes.
Y es que, tras la operación rusa en Ucrania, drásticamente cambiaron las reglas del juego. EU ya no mueve el tablero a su antojo “aunque se proclame superpotencia única” como refiere Immanuel Wallerstein; que Rusia no es la de 1991 y es imparable la influencia de China.
En el balneario balinés de Nusa Dua, cuando otras potencias emergentes se posicionaban con asertividad. La titubeante propuesta de paz de México para la Europa oriental, no suscitó reacciones.
Peón de los capitales corporativos, la ensimismada prensa corporativa dio por hecho que Moscú lanzó dos misiles contra Polonia, aunque la mismísima Alianza del Tratado del Atlántico Norte lo desmintió. ¡El árbol les impidió ver el bosque!
Otros alfiles y peones juegan a la geoestrategia en favor de un rey en tableros de otras regiones; es decir, se comportan como mercenarios.
Son las derechas radicales cuya estrategia por el dominio de las élites apuesta a la ingobernabilidad y exalta la supremacía racial, la xenofobia, el anti-semitismo, el anti-arabismo, el anti-indigenismo, el saqueo de recursos, la libertad económica de unos y el dominio individual sobre la colectividad.
Lo hacen con suculentos financiamientos de agencias de EU y fundaciones privadas que sostienen a partidos, ONG’s ‘por la democracia’ y movimientos extremistas – que operan con nuevas formas de mercenarismo – en Cuba, Alemania, España, Ucrania y hasta en Argentina.
En esos tableros, ellos son los peones – que en el ajedrez representaban a la infantería –. Y han elegido México para realizar la Conferencia Política de Acción Conservadora (CPAC), una cofradía de agrupaciones extremistas subsidiadas (que el propio Trump usó para proyectarse como ‘no político’ hacia la presidencia).
Resulta paradójico cuando el tiempo se desmantela el viejo orden excluyente y depredador, se financie a esos peones para que amaestren a sus huestes en valores cavernarios. Más esquizofrénico aún, es que políticos que hundieron a sus países en bancarrota y desprestigio, además de desgarraron a sus sociedades, se sientan poderosos e influyentes desde México. No cabe duda, hoy que el horizonte señala un cambio de era geopolítica, el tiempo corre para tener visión geopolítica y ver al futuro. De ahí que algunos esperen ya el Al-Sha-mat (en árabe se pronuncia scacmat ) es decir, el contundente jaque mate contra la era de la desigualdad e injusticia.
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