El encuentro entre los presidentes Xi Jinping y Joseph Biden el 15 de noviembre en el marco del Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC) fue seguramente el evento más importante del Foro y uno de los más relevantes para definir las relaciones entre EU y China hasta 2024.
El contexto del encuentro es significativo. Como hemos analizado a detalle en esta columna en los últimos años, la confrontación entre ambas potencias ha escalado significativamente. Desde la “competencia entre grandes potencias” definida por Trump desde 2017 las tensiones han aumentado en todos los ámbitos imaginables.
La visita de Nancy Pelosi en 2022 a Taiwán también evidenció las serias diferencias entre ambos países sobre un territorio sobre el cual China no está dispuesta a negociar y ante el reconocimiento de EU en 1979 de la política de “una China”. Más allá, China también buscó, infructuosamente, incluir en la reunión la posibilidad de eliminar y/o reducir los altos aranceles de EU a las importaciones chinas, así como los permisos y prohibiciones del comercio de alta tecnología y las inversiones extranjeras directas en sectores que EU considera como de seguridad nacional.
El derribo de un globo aerostático chino en febrero de 2023, por otro lado, llevó al más bajo nivel de las relaciones bilaterales en las últimas décadas, incluyendo la suspensión de la comunicación entre sus respectivos ejércitos.
Las expectativas sobre el encuentro fueron mínimas en ambos bandos; los resultados también fueron reducidos: se logró que los sectores militares de ambos países retomaran su comunicación y la reducción por parte de China de productos relacionados al fentanilo. Según diversos reportes extraoficiales las diferencias fueron también relevantes en torno a Taiwán y sobre la solicitud china de eliminar las barreras comerciales y de inversión. Ambas partes -sin llegar a un comunicado conjunto- destacaron su interés en “estabilizar” la relación.
Si bien los resultados pudieran parecer pobres e insuficientes ante la crisis global del medio ambiente -la invasión rusa a Ucrania y la de Israel a Palestina, entre muchos aspectos globales- los significativos retos para 2024 son evidentes y particularmente el ambiente electoral en EU: hasta noviembre de 2024 se espera un ambiente particularmente anti-chino en los dos principales partidos políticos y que pudieran incluso empeorar más las tensiones bilaterales actuales; posibilidades de encuentros y acuerdos entre EU y China en 2024 se antojan muy remotos. El encuentro per se y la búsqueda de ambas partes en lograr mínimos acuerdos reflejan la intención de adelantarse a incluso mayores confrontaciones en 2024.
Durante el encuentro de Xi Jinping con cientos de empresarios estadounidenses -por la que obtuvo una prolongada ovación- enfatizó la innovación, apertura, sustentabilidad e inclusión como fundamentos del desarrollo y para la región de Asia-Pacífico. Seguramente la expectativa fue la de lograr diálogos con contrapartes estadounidenses en temas económicos que, por el momento, se han descartado con Biden.
Para terceros países -bajo el concepto de “nuevas relaciones triangulares”- los resultados del encuentro entre Biden y Xi son significativos en el corto plazo. Ambos han realizado esfuerzos para permitir su realización, sin dejar de atender a sus respectivas audiencias nacionales: Biden justificando la acusación de “dictador” a Xi y el presidente chino resaltando el reconocimiento de China como iguales y la cooperación en diversos ámbitos binacionales e internacionales.
En América Latina y el Caribe (ALC) y en México los resultados del encuentro reflejan que al menos en el corto plazo -y hasta finales de 2024 con las elecciones en EU- la confrontación entre EU y China no cejará: el security-shoring de Estados Unidos y su arsenal de medidas en contra de China seguirán siendo el principal incentivo para que terceros países -por ejemplo- se sigan beneficiando del comercio y la IED, aunque la proveeduría china -vía comercio e IED- puede convertirse en un impedimento para que las exportaciones hacia EU obtengan subsidios, como por ejemplo en vehículos eléctricos. Es decir, países como México continuarán buscando una “nueva relación triangular” con las dos superpotencias, situación que seguramente será cada vez más compleja en los siguientes años.
Estas condiciones también invitan a que países como México se preparen cada vez más desde una perspectiva pragmática y sobre cadenas globales de valor específicas: del turismo, agroindustria, electrónica, autopartes y automotriz, entre muchas otras; en cada una de éstas requerirán de medir potenciales impactos de insumos chinos, por ejemplo, para ser integrados en sus exportaciones hacia Estados Unidos. La cooperación entre los sectores público, privado y académico pudiera ser crítica para estos escenarios.
El contenido presentado en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no necesariamente representa la opinión del grupo editorial de Voces México.
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