Como cada 9 de mayo, desde 1945, Rusia celebra el Día de la Victoria que conmemora su triunfo sobre la idea peregrina de la nazificación del mundo.
Este 78 aniversario la gesta se reverencia en un contexto de reconfiguración política global, donde la no alineación es una utopía, Estados Unidos (EU) es la potencia con récord global de desprestigio y China con Rusia construyen el Siglo Euroasiático bajo severas tensiones con Occidente.
En el Día de la Victoria sobre el nazi-fascismo, el pensamiento mundial está en el provocador ataque con drones al Kremlin, ese oscuro objeto del deseo de Napoleón Bonaparte y Adolfo Hitler. La irrupción se dio la víspera de esta fecha honorífica, por lo que autoridades rusas no descartan la probabilidad de que el enemigo “intente ensombrecerla”.
Decepciona la socarrona cobertura mediática occidental que proclama que el poder político ruso “estuvo en gran peligro” y silencian que los drones fueron abatidos.
Tal incursión sobre el Kremlin era innecesaria en el ya agrio conflicto en Ucrania, que oxigenó el arrogante Occidente para evitar el reposicionamiento político de Rusia, a partir de su poderío energético.
Los drones parecían mostrar que el país eslavo no es inexpugnable; exhibir la vulnerabilidad del propio Vladimir Putin. En síntesis, que esa incursión marca un punto de inflexión la víspera de la esperada –y postergada– “contraofensiva ucraniana”.
De ahí la rigurosa vigilancia en el tradicional desfile militar de la Plaza Roja desde la Colina Poklónnaya, cuando 144 millones de rusos llegan al día nacional más importante con el recuerdo vivo de las penurias sufridas por sus familiares en aquella dramática contienda.
Ese colosal sacrificio humano del pueblo ruso deja hoy en segundo plano a otra guerra mundial que hoy libra el poderoso capital corporativo: la de su afán por controlar el casi infinito poder de la inteligencia artificial y los algoritmos de los usuarios.
Ambos fenómenos, que ilustran los desafíos del siglo XXI, impactan en nuestras naciones, muchas de ellas víctimas del nazi-fascismo y que celebran lo que llaman el Día de Europa.
Lo hacen en el contexto del efecto boomerang del conflicto en Ucrania, que ha dejado a una Europa desdibujada geopolíticamente con la Alemania de Olaf Scholz rendida a Estados Unidos del que hoy dependen energéticamente millones en ese continente.
Enaltecer la victoria del Ejército Rojo soviético sobre el totalitarismo que Adolfo Hitler imponía al mundo es muy válido. Fue ante el mariscal Gueorgui Zhúkov que firmó la rendición incondicional de la Wehrmacht el mariscal de campo, Wilhelm Keitel, en Berlín, mientras en Reims, los aliados hacían un montaje paralelo.
Es urgente recordar esas hazañas hoy, cuando Naciones Unidas insta al gobierno de Joseph Biden acabar con la discriminación racial y los peligros del radicalismo están presentes, justo cuando la derecha fagocita al pensamiento liberal y altermundista con su ideario medieval.
El mundo atestigua cómo simpatizantes neonazis tirotean a estadunidenses y xenófobos atropellan a migrantes en el sur. Y en Nuestra América esa derecha radical pinochetista retorna imparable y arrasa en el Congreso Constituyente de Chile.
Es terrible que Naciones Unidas baje las manos y afirme que “en este momento no es posible la paz en Ucrania” y no condene la rusofobia ni a los artífices del ataque con drones al Kremlin y voltee la mirada ante el rearme y la polarización global.
El mundo y los rusos y ucranianos necesitan respuestas a estas cuestiones: ¿Quién diseñó el ataque? ¿Quién lo financió y cuál su objetivo real? ¿Fue Falsa Bandera o juego de quintacolumnistas pro-ucranianos desde territorio ruso? La verdad es apremiante.
Así, aunque liberar a naciones del pensamiento radical ha sido vocación milenaria de los pueblos, estos son tiempos de anti-política, del desencanto donde ingenuos creen que es posible vivir sin política.
La política en su sentido más loable aparece como la verde esperanza al fondo de la mítica Caja de Pandora. Y así vemos cómo a 78 años del fin de la Segunda Guerra Mundial, Newsweek anuncia el fin del Siglo Estadunidense y anticipa que ese viraje comienza en Medio Oriente.
Seguramente sus analistas se han percatado del éxito diplomático de China por lograr la reanudación de relaciones entre Irán y Arabia Saudita; lo que meses después propició el retorno de Siria a la Liga Árabe.
El Día de la Victoria sobre el nazi-fascismo recuerda que Moscú y Kiev distan 750 kilómetros. Que toda “contraofensiva” alentada por el complejo industrial militar para recuperar los territorios ocupados por Rusia al este de Ucrania cobrará decenas de miles de vidas.
Irresponsable y sádicamente, los medios describen cómo en el terreno ya se despliegan mercenarios, tanques de última generación a cuya tripulación capacitaron ‘fast track’ sus donantes extranjeros y cohetes de corto alcance Hydra 70.
Celebran el flujo de dólares al bolsillo de Zelensky y sus más radicales colegas: 300 millones de un nuevo paquete desde Estados Unidos y un poco más de la Comisión Europea ¡Urge la reconquista!
Pero la derrota rusa no es inminente, como tampoco la victoria contundente. Las lecciones de 1945 están ahí para Washington, Moscú, Bruselas y Beijing.
Comparto totalmente sus planteamientos, algo a lo que la articulista me tiene acostumbrado.
Por lo menos ironía, para no utilizar la palabra sarcasmo, la ONU conmemora su triunfo en 1945 sobre el ejército nazi, enalteciendo la no alineación como sostén de la ejemonía de los EU en Europa.
Qué interesante explicación. Sólo conociendo los intereses que se juegan en esa guerra podremos entender por qué se ha prolongado y ha puesto en riesgo la hegemonía estadunidense.