El presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) ha “invertido” parte de su tiempo este jueves en la tradicional “mañanera” para “acusar” a una noble institución de servicio global como lo es la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Según AMLO, la máxima casa de estudios de la República mexicana es “defensora de proyectos neoliberales”.
Creo que el principal “problema” generado desde la era AMLO y de muchos líderes de nuestra región latinoamericana de tendencia “progresista” es que buscan a toda costa “reinstalar” en el pensamiento contemporáneo de nuestros países, la idea heredada por el líder político venezolano de los siglos XVIII-XIX, Simón Bolívar, de que “las instituciones perfectamente representativas no son adecuadas a nuestro carácter, costumbres y luces actuales”.
Si bien es cierto que las diversas ideologías ‒sean de izquierda, derecha o todas aquellas impulsadas conforme los contextos geopolíticos actuales‒ buscan “reivindicar” ciertos derechos de nuestras sociedades, no es menos cierto que se debe “procurar” un consenso “universal” sobre la gestión de los diversos asuntos que impactan en la calidad de vida de cada ser humano. Es decir, “arremeter” contra instituciones como la UNAM y otras del subcontinente ‒desde estamentos ejecutivos‒, es a mi parecer un “distractor”, porque desde su naturaleza, el ámbito educativo superior liderados por instituciones como la UNAM, particularmente en México, deben hacer valer su “propia voz” a raíz de su autonomía en la formación de los recursos humanos de servicio al país y a la región.
Me parece que el “riesgo latente” en estos discursos políticos es caer en el juego de la historia única ‒que he aprendido en mis cursos de primavera de 2013 en la Universidad Iberoamericana Ciudad de México‒ cuestionada por la novelista nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie,pues a partir de ahí “se crean estereotipos y el problema con los estereotipos no es que sean falsos, si no que son incompletos”. Esto evidentemente implica no “ceder” a nuestros propios impulsos emocionales en la manifestación de nuestras expresiones. Creo que la democracia contemporánea ahora más que nunca se erige ‒debido a la multiplicidad de factores digitales y sociales‒ en la base de una amplia y empática dialéctica que anteponga el bienestar global de nuestras sociedades ante la imposición de ciertas formas particulares de pensar por sobre los demás.
Ése es precisamente el meollo del asunto, ¿por qué criticar la función administrativa universitaria? Lo que indefendiblemente invade competencias no legitimadas en los diversos instrumentos jurídicos y normativos nacionales e internacionales. Hace un quinquenio, de igual manera se cuestionó desde la actual autoridad ejecutiva hondureña de ideología derechista, el hecho de que la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (UNAH) fuese una especie de “estado dentro de otro estado”. Esto fue a raíz de la condena pública en ese momento a la irrupción de la fuerza policial “catracha” en el campus principal de la máxima casa de estudios del país centroamericano.
En definitiva, pienso que la posibilidad de hacer críticas “abiertas” contra instituciones académicas de amplio calado como la UNAM y centros educativos referenciales de nuestros países, deben estar argumentadas en sólidas bases con robustas propuestas para “recomponer” la situación y no se quede en superfluas expresiones mediatizadas.
Posdata: AMLO es egresado de Ciencias Políticas y Administración Pública por la UNAM. Es importante hacer notar que, en ese contexto, senadores de la oposición política mexicana exigieron un alto a la agresión institucional desde el Ejecutivo federal mexicano. Mientras tanto, en el escenario hondureño, cabe destacar que ‒en mayor o menor medida‒ desde que asumió el cargo en 2017, el médico cirujano y actual rector de la UNAH en Tegucigalpa, Francisco José Herrera Alvarado, ha buscado “por todos los medios” una gestión independiente de la influencia estatal.
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