Mis insomnios
Juan Patricio Lombera

El viento del Este

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Si uno no puede dormir, no debe buscar desesperadamente el encuentro con Morfeo dando una y mil vueltas en la cama, si no hacer algo que propicie el anhelado sueño.

Insomnia - Constantin Voronov.
Insomnia - Constantin Voronov.

Lectura: ( Palabras)

El no poder dormir ha sido siempre una de mis peores pesadillas. Entiendo que el impedir el descanso de una persona sea una forma clásica de tortura. Con los años he asumido que nunca podré hacer un viaje trasatlántico y echar una cabezada. Nunca he probado pasar la noche en un coche cama de tren, pero dadas mis exigencias a la hora de visitar otros mundos desde el catre, dudo mucho que lo consiguiese.

Sí recuerdo, cuando era pequeño el haberme quedado plácidamente dormido en un viaje de México a Cuernavaca, pero ese expediente X nunca se ha vuelto a repetir. No obstante a lo largo de mi vida, sí he conseguido cerrar los ojos en lugares no muy cómodos como una tienda de campaña en la playa, una hamaca o un suelo con muchas mantas pero ningún colchón. En los dos primeros casos, las altas ingestas de alcohol ayudaban a adormecer los sentidos, mientras que en el tercer caso, el cansancio operó el milagro reparador.

Cuando éramos novios, mi esposa y yo conseguimos dormir una noche en una cama individual que no tendría más de medio metro de ancho. No podíamos movernos sin molestar al otro, pero finalmente, quién sabe cómo, lo logramos.

Hubo un periodo, recién llegado a Madrid, en que no conseguía pegar ojo. Ya fuera por las altas temperaturas veraniegas, ya fuera por los nervios que me producía no conseguir trabajo al tiempo que tenía que vivir con muchas estrecheces. Posteriormente, cuando mi situación económica ya fue más desahogada decidí consultar a un especialista del sueño. Recuerdo que en mi primera sesión tenía que pasar la noche en la clínica con la cabeza llena de micro sensores pegados con silicona. Nada más sentirlos pensé “otra noche en vela”. Me advirtieron que tenía que aguantar 40 minutos despierto para que el estudio fuera válido. Incluso me pusieron un programa de la tele para entretenerme.

Cuál no sería mi sorpresa, cuando a los 15 minutos oí la voz del médico advirtiéndome que no cerrase los ojos y aguantase. Al final conseguí mantenerme en vela el tiempo requerido antes de dormirme. Aquella, no obstante,  no fue una noche plácida. Los sensores se me clavaban en la mejilla y más de una vez me desperté. Los resultados establecieron que no tenía ningún problema de piernas inquietas o mal congénito y que los nervios eran la única causa de mis desvelos.

Se me ofreció una serie de ejercicios de respiración que tenía que combinar con mi imaginación visualizar un globo con números en orden descendiente, siendo el 100 el primero de los números y el 97 el segundo. El orden decreciente era de 3  en 3. Durante un tiempo esta gimnasia mental me sirvió, he incluso soñé con poder cruzar el charco sin tener que ver 3 películas y comer los 2 menús de mala calidad que sirven en los aviones, pero un gigantón al que le molestaba que reclinara mi asiento me pidió educadamente que no lo hiciera y desbarató mi sueño.

Sin embargo, lo más importante que aprendí en aquella clínica del sueño es a no obsesionarme con dormir ocho horas diarias como suele aconsejar. Cada cuerpo tiene su propio tiempo de reposo. Igualmente, si se va a madrugar para hacer un viaje, es mejor acostarse a la hora de siempre y dormir menos que adelantar la hora de ir a la cama en pos de descansar lo mismo de siempre. Sin embargo, la lección más importante que aprendí aquellos días era que, si uno no puede dormir una noche, no debe buscar desesperadamente el encuentro con Morfeo dando una y mil vueltas en la cama, si no hacer algo que propicie el anhelado sueño. Y es por eso, mis queridos lectores que me encuentro frente a la pantalla de mi computadora escribiendo este artículo. Ya les contaré si conseguí mi propósito.  

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