Historias de genocidios (Parte I)
Juan Patricio Lombera

El viento del Este

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“Si hacen las cosas tal cual se las he dicho nadie saldrá herido y sólo seremos una molestia pasajera, pero si nos la juegan se van a arrepentir, aunque sea lo último que hagamos”.

Lectura: ( Palabras)

—Los jabalíes nos están siguiendo. Nuestros hombres están cansados y necesitamos reposo y víveres -comentó jadeante la Comandante Elena.

—¿Cuántos son ustedes? –preguntó el cura jesuita.

—Ochenta y nueve.

—¿Y ellos?

—Doscientos o trescientos. No sé con exactitud. Nos rodearon en Las Rosas y de no haber sido por nuestros francotiradores, que vendieron su posición, ninguno habría sobrevivido. Espero que nuestros compañeros hayan muerto y no capturados. Si cayeron en manos del enemigo les espera un largo infierno. Nosotros salimos por patas y logramos burlar a los jabalíes en la Barranca de los Zopilotes. Calculo que llevaremos un día de ventaja. Vamos a quedarnos aquí unas cuantas horas y ustedes nos van a vender alimento antes de seguir adelante. Si no lo hacen por las buenas, lo tomaremos por las malas. 

Los notables del pueblo; el cura, el alcalde y el cacique se asustaron. Si se hubiese tratado de soldados regulares no lo habrían dudado, pero los jabalíes; ese cuerpo de élite del ejército, era conocido en todas partes por las sangrías y salvajadas que cometían sus miembros. Violaciones de niñas de no más de 13 años, descuartizamientos públicos y ejecuciones en masa eran algunas de sus proezas. Viéndolos dudar, la Comandante insistió:

—Si hacen las cosas tal cual se las he dicho nadie saldrá herido y sólo seremos una molestia pasajera, pero si nos la juegan se van a arrepentir, aunque sea lo último que hagamos.

—Y luego ¿qué? Ustedes cruzan la frontera y tan felices y nosotros tenemos que hacer frente a los jabalíes que no se andan con chiquitas –le dijo el cura.

—Haremos lo siguiente. Quemaremos un potrero y alguna que otra milpa con el fin de que ellos crean que hicimos la cosa a la fuerza y les daremos el dinero que tenemos para la futura reconstrucción. Ustedes lo enterrarán hasta que ellos se hayan ido y asunto resuelto.

—De acuerdo –dijo entonces el alcalde-. Pero mañana a las 8 de la mañana no queremos que quede ni una sola huella de ustedes ni de sus armas.

—Así se hará. Asintió la Comandante. 

Era un sábado de junio como cualquier otro. La boda de Rosa María e Ignacio se llevaría a cabo en la hacienda donde la famosa actriz, conocida como la Beba Rivera, se había casado un año antes. Las cámaras se habían volcado con ese evento y a ella no le había importado que se le viera en televisión con una barriga de por lo menos 7 meses. Fruto de esa boda televisada, la bella hacienda colonial cercana a las famosas ruinas mayas había pasado a ser el lugar de moda para las parejas ricas que se querían casar, por lo que había que pedir fecha con mucha antelación. Amén de un museo particular con cuadros y esculturas únicas de la colonia, la hacienda contaba con un amplio jardín ideal para el banquete y una capillita donde se realizaban las ceremonias. En el jardín se podía ver orgulloso, un enorme sauce de 400 años de vida y a sus pies un río artificial mandado a hacer por el dueño. El cascote no se encontraba en su mejor estado, pese a las múltiples reparaciones que había emprendido el arquitecto, poseedor de la finca. Sin embargo, éstas eran demasiado caras por lo que pensó que podría establecer un negocio de banquetes y fiestas con el fin de obtener suficiente dinero para acabar la restauración.  

Ignacio y Rosa María se conocieron en la Universidad. Él estudiaba Letras y ella Ciencias Políticas. Pero en aquel año de 1975, los dos apenas estaban en el tronco común, por lo que estudiaban las mismas asignaturas. La primera impresión que tuvo de ella, viéndola discutir con sus compañeros y citando El capital como si se tratase de la Biblia, fue que se trataba de una niña rica que quería dárselas de muy liberada y progresista, aunque luego se acabaría acomodando. Sus compañeros, niños de clases ricas, se burlaban de ella continuamente salvo aquellos que querían ligársela y que fingían una verdadera inquietud sobre las injusticias sociales. Empero, como no era tonta siempre acababa descubriendo la impostura y dejaba con las ganas al formal galán. En cambio, Rosa María tardó mucho tiempo en fijarse en Ignacio. Él era bastante tímido y no le gustaba nada hablar en público. Si no hubiera sido por el hecho de que parte de la calificación final se desprendía de la participación activa en clase, no se le habría escuchado ni una sola vez en todo el trimestre.

Un día, decidió cambiar de autobús para ir a la Universidad. Había oído que el 53 tardaba menos en recorrer la distancia. Después de subir y pagar su billete, buscó un asiento libre. Todos estaban ocupados. Reconoció a Rosa María en la última fila y se acercó a ella, ya que era la única persona de su clase. Curiosamente, a pesar de su pudor a hablar en público, Ignacio era un excelente conversador y era consciente de que en el cara a cara ganaba muchos puntos. En ese primer encuentro, él no quería ligar, tan sólo pasar el tiempo platicando mientras llegaban a la escuela. Sin embargo, le cayó bien la muchacha y como efectivamente el 53 era más rápido, decidió ir todos los días por ese medio. También le agradó la idea de poder verla más a menudo y conversar a solas. Ella se enamoró de él por su autenticidad. Disfrutaba conversando con ella y en ningún momento parecía tener segundas intenciones.

Su conversación se centraba en la literatura y raramente expresaba una opinión política. “Tenemos demasiado poco tiempo como para andarlo perdiendo en tonterías” solía decir Ignacio. A ella, ese comentario le resultaba chocante, ya que consideraba que la política afectaba directamente a sus vidas y que todo aquel que se declaraba apolítico estaba, en realidad, muy de acuerdo con el sistema dictatorial imperante. Pero al mismo tiempo, le agradaba ver que él no fingía intereses donde no los tenía. De hecho, ella estuvo a punto de declarársele, pero temió ser rechazada y prefirió esperar. Varios meses tuvo que esperar a que él se armara de valor. En un primer momento, no estaba interesado en ella. Después vinieron todas las murmuraciones por parte de sus compañeros y amigos, pese a que ambos siempre decían por activa y por pasiva que nada más eran amigos. Finalmente, Esteban lo interpeló un día, harto de ver como ella se consumía sin recibir respuesta alguna:

—No sé a qué estás esperando, para sacar a Rosa María de la circulación. ¿Quieres que venga otro y te la quite? 

—¿Qué quieres decir?

—Está claro que está que se muere por ti, pero tú nada.

—¿Tú crees?

—Nomás hace falta ver esa marca labial que te dejó en la comisura de los labios.

Alentado por su compadre, decidió dar el paso definitivo. La invitó al cine el fin de semana. A media función y sin que mediara palabra, se quedaron viendo el uno al otro fijamente y empezaron a besarse. Luego, él confesaría que esa forma de proceder había sido un alivio, ya que la parecía ridícula la forma convencional de declararse de sus amigos. Prefería que los sentimientos mutuos fluyesen libremente, sin explicaciones necias de por medio que podían alterar su significado final. Al cabo de dos años empezaron a salir juntos. Parecían la extraña pareja. A ella le encantaba estar rodeada de gente; él prefería la soledad. Ella era extrovertida, él serio. Él aprobaba todas sus asignaturas con 10, ella repetía muchas veces por andar en mítines y actividades del sindicato estudiantil en lugar de estudiar. Sus lecturas y gustos eran completamente opuestos, pero aún así se querían.

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