Esa mañana Vicky y Pato tuvieron que salir temprano de casa. Ella tenía que atender un trámite burocrático y quería evitar largas colas mientras que Pato se dirigía a la oficina trabajo. Todo iba conforme a los cánones de una jornada laboral veraniega. Unas cuantas llamadas intentando vender stands a empresarios extranjeros, aguantar un rato al jefe y soñar otro rato con las vacaciones venideras. A las 11 de la mañana, Pato recibió una llamada angustiada de su esposa. Pipa no aparecía por ningún lado. Por más que se le llamase, se le ofreciese su desayuno favorito o se fuese al baño y abriese un poco el grifo (cosa que siempre llama la atención de los felinos), Pipa no daba señales de vida. Vicky incluso se había asomado por la ventana por si la gata hubiese tenido la mala idea de saltar en busca de un pájaro. Ninguno de los dos entendía cómo podía haber salido si no la habían visto cerca de la puerta cuando emprendieron sus respectivos caminos. Daba igual.
Llegados a este punto, solo quedaba una solución. Vicky se puso a hacer carteles y pegarlos en la calle y establecimientos del barrio donde la pareja solía comprar, al tiempo que buscaba a Pipa. Cuando Pato regresó del trabajo, comió una lata de atún y un arroz de microondas y tomó el relevo. A esas horas la temperatura en la calle era de unos 34 grados. Estuvo un par de horas dando vueltas por el barrio sin éxito alguno. Los comerciantes que lo conocían, se mostraban empáticos, pero esa solidaridad de barrio no se traducía en ninguna pista esperanzadora. Además, dado el calor eran pocas las personas con las que se cruzaba que le pudieran dar información al respecto. No obstante, alguno sí había.
—En ese parque suelen juntarse varios gatos a los que los vecinos alimentan –le decían y ahí que se iba.
En su cabeza aparecían pensamientos como que hará cuando tenga sed con ese pinche calor o, peor aún, cómo pasará la noche. Su atención se centraba en la parte de debajo de los coches así como en lugares arbolados y frescos. También oteaba con miedo las calles, por si veía las marcas de un atropello. Ya empezaba a vislumbrar el doloroso pensamiento de que nunca la volverían a ver. Cansado y bastante asoleado volvió a casa para trabajar un rato. Entre las personas a las que les mostró la foto de Pipa, varias le dijeron que a veces los gatos se escondían tan bien que podían pasar horas durmiendo en un sitio cerrado y sin ser encontrados. Entre estos, el más convencido fue el vecino del quinto al que se encontró en la puerta del ascensor.
—La gata no es tonta. Sabe que en tu casa está la comida y la seguridad. No se va a arriesgar a dejar todo eso por la incertidumbre. Podría, en un momento dado salirse a las escaleras, pero de ahí a la calle hay un gran trecho.
Pato asintió educadamente, pero en el fondo pensaba que todo estaba perdido. Él sabía que era imposible que Pipa estuviese en casa, pues Vicky había revisado de arriba abajo el hogar que de por sí no era muy grande. Ella por su parte estaba desconsolada y no podía siquiera ingerir alimento alguno dado el disgusto. Sin embargo, como muchas personas sabían, él no era exactamente una persona que se rigiese precisamente por las leyes de la lógica. De hecho, cuando se perdía un objeto en casa, él empezaba la pesquisa en los lugares más insospechados. De esta forma, en alguna ocasión había encontrado las llaves en la nevera o la el martillo en la alacena. Eso sí, era incapaz de explicar cómo habían llegado ahí esos objetos.
Por otra parte, Pato pensaba que en la vida hay algunos actos que, por muy absurdos que parezcan, se tienen que llevar a cabo aunque solo sea por quitarse la espinita de encima. Por todo lo anterior se puso a abrir los armarios. Si Pipa estaba encerrada había que ayudarla a salir pensó. Cuando abrió las puertas del armario de Vicky se cayó una bolsa revelando el tesoro oculto que guardaba desde la mañanita.
—¡Pipa!– gritó jubiloso de tal modo que hasta los vecinos se enteraron.
Vicky vino corriendo desde la cocina y cogió en volandas a la gatita para darle todo tipo de achuchones. El único ser que no entendía tal alborozo era la propia Pipa que aún estaba medio dormida.
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