La mente es el conjunto de capacidades y funciones que permiten que una persona tenga, por una parte, consciencia de sí mismo y, por otra, pueda desarrollar y ejecutar el conjunto de capacidades intelectuales asociadas al pensamiento, la memoria y la creatividad.
Ubicar en el cuerpo humano a la mente es equivalente a intentar delimitar el universo. La mente es, consciente e inconscientemente, sensación, acción, ideación, análisis, recuerdo, vigilia, sueño, ánimo y deseo. Es quietud, parálisis, movimiento y torbellino. En otras palabras, la mente se construye y se explica desde el lenguaje y en él cohabitan funciones simbólicas, reales e imaginarias.
¿Es importante entender lo anterior?, no sólo es importante, es fundamental. Comprender que cada uno de nosotros es un conjunto de funciones fisiológicas que, concatenadas en una forma única, posibilitan no sólo que estemos vivos, sino que seamos capaces de saber de nuestra existencia y actuar de determinada forma, constituye el rasgo fundamental de la condición humana.
Cada individuo que se detiene y calla, focalizándose en la suma de experiencia que actúan sobre sí en un instante determinado, puede indistintamente maravillarse o aterrarse. Frente a ese riesgo, por lo general optamos por el “ruido”, por la cascada de imágenes que nuestra mente nos ofrece desde todas sus funciones para distraernos y protegernos del abismo que supone la finitud de nuestras vidas.
Con todo, quienes de vez en cuando traspasan esa “bulla” distractora, relatan que del otro lado hay un universo paralelo fascinante llamado creatividad en el que conviven todas las funciones de la mente y donde, además, habita algo único llamado independencia emocional. Dicen también que, en esa libertad, merodea lo que algunos llaman Dios.