La sobrevaloración y la trivialidad, el cuerpo en esta sociedad persecutoria de la corrección política, es arma y propaganda, es censura y exhibicionismo, y al final ser un argumento más para esgrimir su ideología.
En la actitud de que están abanderando una causa, nos dicen de la corriente del “cuerpo positivo” o la “positividad” “cuerpo neutral”, la nueva “lucha” consiste en sentirse bien con su cuerpo, sea como este sea. No pretender tener la apariencia de otra persona, asumirse o aceptarse.
¿Cuándo el ser humano se ha sentido feliz con su cuerpo? Eso no es de ahora y la eterna victimización de culpar a la imposición de las imágenes de la publicidad es para evadir la responsabilidad de habitar la realidad.
En los libros fundacionales está dictaminado, Adán y Eva al ser expulsados del Paraíso, primero toman conciencia de su desnudez, luego sienten vergüenza por ese cuerpo y tratan de cubrirlo con las hojas de una higuera.
Con este conocimiento llega el dolor que deberá padecer ese cuerpo, al trabajar, reproducirse, enfermarse. La realidad es lo que espera detrás de la puerta de ese Edén perdido, y esa realidad es un cuerpo que deben procurar, comprender y padecer.
En esa condena que ha marcado a la cultura occidental, el cuerpo desde las culturas pre bíblicas es objeto de sacrificio y veneración, depositario de castigo y honores, enfermedad y disformidades. La representación de ese cuerpo en el arte nunca ha sido desde la perfección, como afirman las ideologías persecutorias de la corrección política.
El arte se ha interesado en todas las manifestaciones de ese cuerpo y para eso el arte sacro significó una oportunidad prodigiosa, en donde el dolor y el martirio es la manifestación de la entrega y la devoción. Estigmas, llagas, cicatrices, decapitaciones, tortura, enfermedades, todo lo han padecido los santos y ha sido recreado con realismo y metáfora, desde hace siglos en la pintura y en la hiperrealista y gore escultura policromada del Barroco y el Novohispano.
Los cuerpos de Rubens, las pieles marchitas de Rembrandt, los fenómenos de José de Rivera o de Arturo Rivera, las obesidades y heridas de Jenny Saville o su maestro Lucian Freud, hablan de nuestra condición y nuestra condena, habitar una masa ingobernable de huesos, músculos y fluidos, que para tener sentido requiere de una mente y un espíritu inteligentes, para huir de su propia fisiología, convirtiéndola en algo sutil y sublime.
Esas obras hablan de belleza, de enfrentarnos a que el cuerpo, desde el dolor, la voluptuosidad o la deformidad emerge con la potencia de su condición de único e irrepetible, para ser bello y ser un ideal para el arte. La belleza no es predecible, es inesperada y está en lo que nos seduce y lo que nos agrede, nos trastorna para nunca separarse de nuestra memoria.
La victimización y el facilismo se regodean en interminables etiquetas e imponer su ignorancia, nos llevan a la estigmatización de nuestra verdadera relación con nuestro cuerpo y el de los demás.
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