En otras ocasiones ya se ha mencionado la vinculación incondicional que mantiene a toda la creación en funcionamiento, de tal forma que la manifestación de cada uno de los seres, animados o inanimados, sirve para mantener el equilibrio del todo. Esto sucede por leyes, programaciones o instintos, presentes en todas las formas de existencia, incluyendo parte de la actividad del ser humano, sin que haya capacidad de elección o esta está muy reducida; sin embargo, en nuestra especie, hay muchos más aspectos que son producto de la intencionalidad y, por lo tanto, de la voluntad. En algunos casos esto sucede de forma inconsciente por modelos aprendidos y otras por afinidades o intereses personales sin reconocer ampliamente las implicaciones que esto tiene. De aquí la necesidad de revisar los lazos, las condiciones que los limitan o provocan, la calidad de vida que proporcionan y las consecuencias personales y comunitarios que generan.
La vinculación intencional implica el reconocimiento consciente de la ligadura existente con el entorno, de forma particular y comunitaria. En ese sentido, de una u otra forma se está unido a todo, pero con diferentes características, cercanías y consecuencias. La fricción con éstas dependen más de la expectativa humana que de la liga en sí misma.
Por ello conviene pensar en múltiples conjuntos de círculos concéntricos. En cada uno de ellos hay un ser en su núcleo y las diferentes órbitas establecen la cercanía y, por lo tanto, la importancia e influencia que implican con relación al ente nuclear, ahora bien, el intercambio relacional, nunca supone que todos mantienen la misma característica, por ejemplo, mientras para el ser “a” el ser “b” está en su primera órbita porque le es muy significativo, para “b” “a” puede ocupar cualquier otra, incluso una muy periférica o ni siquiera estar contemplado por tener una condición diferente.
Esta disparidad es normal y puede ser perfectamente funcional en la medida que se admite y se acepta, al ejercer no solo la libertad propia, sino asumiendo y reconociendo la de los demás.
La intencionalidad implica asentir la necesidad y la responsabilidad que se tiene en cada relación, es decir, percatarse tanto de la necesidad que corresponde al propio deseo como la responsabilidad personal que se tiene frente a la necesidad del otro o lo otro para su subsistencia.
Ciertamente la limitación humana provoca una constante lucha entre lo que se desea y lo que es, pues la imaginación produce universos alternos en donde se roba la libertad o función de cada ser para que este se posicione o actúe de acuerdo con los intereses propios sin considerar su propia autonomía. Si bien este anhelo es legítimo porque surge de una persona, es absolutamente inviable pues no corresponde a la naturaleza ni a la voluntad ajena. Esto causa una constante frustración que cuando se maneja inadecuadamente incapacita a la persona tanto para vivir en el presente como para adaptarse a las perdonas y al entorno así como se manifiesta.
Esta disfuncionalidad en los vínculos posee un potencial destructor latente tanto para la persona como para su entorno que solo es posible disminuir en la medida que se conoce y acepta concretamente todos los elementos que surgen, a saber: el tiempo, el espacio, las condiciones del momento, la personalidad integral del otro, el entorno físico, material, cultural, económico, etcétera y las expectativas propias que obstaculizan y requieren ser eliminadas.
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