El domingo pasado la tradición católica celebró la fiesta de Pentecostés que para los ortodoxos este año será la semana próxima. Sin embargo, esta tradición tiene un origen muy antiguo, anterior incluso al cristianismo y al judaísmo.
En efecto, la evolución del ser humano muestra como éste intuye la existencia de algo superior a sí mismo, a quien debe su existencia y a quien decide agradar por medio de ritos para conservar un destino favorable. Desde luego, una de las primeras manifestaciones rituales, una vez que descubre la agricultura, está relacionada con ésta pues ella le garantiza la sedentarización y su supervivencia.
Ciertamente la agricultura en la antigüedad dependía del conocimiento de los ciclos de la naturaleza para garantizar cosechas suficientes. Por ello, entre las significativas ofrendas antiguas en el cercano Medio Oriente Antiguo estaba la correspondiente a la recolección de las primeras cosechas como agradecimiento por tener alimento.
Esta fiesta agrícola el pueblo hebreo la relacionó con su principal celebración relacionada con la salida de Egipto Pésaj quedando a cincuenta días de ésta –Shavuot Erev-.
Para el cristianismo Pentecostés quedó exactamente con la misma relación de cincuenta días después de la Pascua, pero con un sentido diferente.
Para el judaísmo Pésaj y Shavuot Erev están relacionadas con la Alianza establecida con Yahvé quien los libera de la esclavitud y les entrega las normas que deben seguir para vivir de acuerdo con su fe. Es importante subrayar que la mayoría de estas reglas están relacionadas con la convivencia entre ellos y por ello se considera una religión ética.
Para el cristianismo la Pascua celebra la resurrección de Jesús y, con ella, una nueva comprensión de la relación con Dios; por su parte Pentecostés recuerda la presencia del Espíritu de Dios entre los creyentes. Así por medio de los dones que el Espíritu otorga a la humanidad, ésta puede desarrollar las habilidades que son fundamentales para la comprensión y la vivencia de la Trinidad en la vida diaria, así como para facilitar el desarrollo armónico de la comunidad y de la perfección humana.
De acuerdo con la primera carta de los Corintios capítulo 12, 8-10, escrita por el apóstol san Pablo, los dones que otorga el Espíritu son: sabiduría, inteligencia o entendimiento, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios.
El don de sabiduría está relacionado con el espíritu de discernimiento que permite entender lo que viene de Dios y lo que no.
El don de entendimiento concede la capacidad para escudriñar la Palabra de Dios y entender las verdades que son reveladas en la vida propia.
El don de consejo ayuda a orientar la propia vida y la de los demás.
El don de ciencia otorga un profundo conocimiento del pensamiento de Dios en lo profundo de los corazones humanos.
El don de piedad es la apertura a la voluntad de Dios que impulsa a actuar como Jesucristo en favor de los demás.
El don de fortaleza ayuda a superar las dificultades y tentaciones de todos los días.
El don de temor a Dios está lejos de relacionarse con el miedo, es la facultad de reconocerlo como el máximo bien.
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