*Sé que varixs de mis lectorxs se molestan por el uso de la “x” en mis textos. Sorry, not sorry. No lo suscribo, lo hago por respeto a quienes se sienten incluidxs solo por este gesto. Gracias por su comprensión.
Cada vez que comemos con alguien, desarrollamos una plática que puede equipararse a la trama y la urdimbre, es decir, a una tela que soporta una serie de relatos. Los relatos son vidas y las vidas son relatos que se intersectan.
Las personas interactúan hasta el punto de hacer bordados infinitos. Cada vez que comemos cenamos, desayunamos o bebemos con amigos o familiares, hacemos pactos sin pensarlo (¡piénsenlo!). De pronto, esos pactos implican compromisos a futuro. A un futuro muy lejano… o no tanto.
Hoy tuve varias oportunidades y dos revelaciones: las oportunidades van en la línea de pensar en la importancia del cuidado en diversas expresiones y las revelaciones se relacionan con la posibilidad de dejarse sorprender, a pesar de que la razón haga presa de unx.
Las sorpresas no siempre son agradables, pero hay muchas que tienen que ver con dejar de controlar y aprender a recibir; a recibir una caricia, una comida linda o un regalo. Las oportunidades nos hacen pensar en qué podemos hacer por los demás, sean personas, animales, vegetales o cosas. Parece mentira, pero si haces algo por una cosa, haces algo por ti, o quizá por alguien más implícitamente. Cada que nos dejamos ir en una comida, en una plática, en una copa, en un café, quizá no estamos viendo el potencial de construir trama y urdimbre no solo entre varios, sino para nosotros mismos. No solo compartir una plática, sino acariciar a un animal o acariciarnos a nosotros con la conversación entre dos, entre varios. Compartir historias no es solo eso, sino construir pactos, lazos, redes en donde caer.
Nunca pensé en el cuidado de esta manera y no lo hubiera pensado sin ayuda de mis alumxs. ¿Por qué? Porque a ellxs les apela el tema, la noción, la necesidad de repensar el concepto y el que no es obligatorio para nadie, pero está al alcance de todxs lxs que lo quieran pensar. En las sociedades tradicionales (heteropatriarcales), el cuidado se encarga a las mujeres desde hace cientos de años (ver Remedios Zafra, El entusiasmo, Anagrama, 2017).
Leí a Remedios Zafra por ahí del 2017-2018 y la leí con un profundo extrañamiento, al inicio y, después, me entregué al encanto de su narración desgarradora. Me redescubrí como una persona muy enojada con lo que se contaba y con lo que le había tocado vivir; en particular, con las experiencias “ficticias” de una joven que se veía en la encrucijada de renunciar a su carrera como creadora de contenidos cuando es víctima de una coyuntura de necesidad “familiar”, es decir, de cuidar a alguien. Por más que una se resista, cuando leía aquello, no podía evitar las náuseas. ¿Por qué renunciar a lo que “tengo que hacer” para cuidar a alguien (apellido: “de mi familia”)? ¿Por qué renunciar a lo que se supone que he defendido y que soy?
En el tiempo en que leí por primera vez a Remedios Zafra estaba encabritada porque me acababa de divorciar: cada una de sus palabras me significaba y apelaba a decisiones no tomadas “a tiempo”. Hoy, ¿saben qué? La revisito con entusiasmo (paradójicamente). Porque tengo más años, porque me he demostrado que se puede cuidar sin renunciar a la propia vida; porque cuidarnos también causa entusiasmo, aunque no “reditúe”. He tenido recientes experiencias con amigas de diversas edades y resulta que, todas, independientemente de que tengamos o no hijxs, familias, parejas; todas estamos obsesionadas por cuidarnos mutuamente, tanto hoy como en nuestras ideas de futuro.
Nunca había escuchado (tal vez porque no tenía oídos para eso) tantos anuncios o menciones en radio sobre las Afores y sobre la necesidad de empezarse a preocupar por el autocuidado. Coincide esto con una etapa de mi vida en que, si no me ocupo, me carga el payaso. Coincide con que quizá tengo las orejas más abiertas a estos temas. Coincide con que, quizá, hasta ahora me he dado cuenta de la importancia de construir pactos, hilos y ficciones. Porque ahora salgo a pasear a mi perro y nos encontramos amigxs: de él y míxs. Y entonces, hay que refrenar el ritmo, detenerse a recibir lo que cada quien en una palabra, una caricia, un platito lleno de agua, tiene que dar. Y, ¿saben qué? Esto me ayudó a pensar en recibir y en dar.
¡Ah, qué lindo, Sara! Disfruté tu texto.
Me acordé del libro Mujeres que luchan se encuentran por aquello de crear redes. Te mando cariños.