Los peligros de la cultura de la cancelación desde la criminología mediática
Roberto Ramos Erosa

La voz de un criminólogo

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¿Somos víctimas del nuevo medio o victimarios? El poder de comunicar nos ofrece la posibilidad de ser ambas, porque si nos ponemos reflexivos, ¿qué es lo que comunicamos a través de nuestras redes sociales?

Imagen: El Definido.
Imagen: El Definido.

Lectura: ( Palabras)

El mundo cibernético nos ha ofrecido la oportunidad –o tal vez la terrible maldición– de poder migrar en nuestros momentos de ocio hacia otro mundo, uno secundario en el que, como avezados arquitectos, hemos diseñado cada parte y cada rincón de esa vida alternativa que llevamos en las redes sociales. Inevitablemente la forma de relacionarnos en aquel mundo digital también se ha visto alterada, la ventaja de poder construir nuestra nueva identidad es que en este acto de edificación gozamos de un sinfín de herramientas y materiales para poder diseñarla nuestro completo antojo. Lo anterior también nos ofrece una oportunidad única, pues en caso de desearlo nos permite ocultarla y actuar bajo un perfil anónimo que no dé la más mínima razón de quiénes somos. Esta cualidad ha sido utilizada por muchos usuarios –de todas las redes sociales que existen– para atacar, ofender, denostar, denigrar o cualquier otro acto de cobardía que requiera el anonimato como bandera; sin embargo, también han existido acciones altruistas que se realizan desde el mismo frente.

La velocidad y la conectividad que nos brindan las redes sociales han facilitado el intercambio de información al grado de volverla peligrosa, porque no toda la información que navega en la red es sinónimo de verdad y ahí reside el nivel de peligro. A finales del siglo pasado y principios de este siglo, la transmisión de la información estaba encomendada a los medios tradicionales (prensa escrita, radio y televisión), empero con la llegada del Internet a nuestras vidas, esta hegemonía mediática fue cambiando poco a poco de bando. Ahora el poder de comunicar ya no recae exclusivamente en los medios tradicionales, ahora cada usuario de cualquier red social tiene la capacidad –o el poder, porque la comunicación es un poder– de comunicar cualquier suceso a cualquier hora y en cualquier parte del mundo. El Internet ha penetrado tanto en la vida humana que concebirla hoy en día sin él nos parece una profunda aberración.

¿Somos víctimas del nuevo medio o victimarios? El poder de comunicar nos ofrece la posibilidad de ser ambas, porque si nos ponemos reflexivos, ¿qué es lo que comunicamos a través de nuestras redes sociales? Y para contestar la pregunta anterior vamos a apelar a la fábula socrática de los tres filtros: ¿Es verdad lo que publicamos o compartimos?; ¿es útil o necesario?; y el último filtro, ¿es bueno aquello que vamos a difundir? La dinámica veloz y apresurada de las redes sociales ha ido obnubilando nuestra razón y nuestra capacidad crítica, todo es tan rápido en el espacio digital que no hay tiempo de detenerse y cuestionarse si eso que leemos y que compartimos es verdad. El click o el tap es nuestro pan de cada día.

control y poder en medios
Imagen: Fundación Gabo.

Cuando el poder se junta con la ignorancia resultan cosas como las que atañen a este artículo: la llamada cultura de la cancelación. Esta naciente “cultura” se refiere al poder que la masa digital dirige para cancelar a una persona –cancelar en estos casos es sinónimo de censurar–. Se busca la censura de todo aquello que la urdimbre tecnológica no aprueba moral ni socialmente, se castigan ferozmente actos carentes o completamente sacados de contexto, se señala y se lapida a los actores protagonistas, no hay tiempo para dudar si es o no cierto lo que juzgamos, lo que importa es limpiar el mundo digital de todo aquello que ofende, que humilla, que denigra.

¿A qué costo estamos limpiando? Estamos “cancelando” la verdad y no sólo eso, la estamos olvidando, milenios y siglos de filósofos persiguiendo la verdad y la iluminación para que una generación la elimine en su afán de limpiar un mundo intangible. No sólo la verdad se ve comprometida, también se nos olvida que olvidamos muy rápido; la memoria histórica tiene fecha de caducidad y censurar todos aquellos actos que son considerados violentos, racistas, misóginos, clasistas, etcétera. Nos hará olvidar que existieron y que existen, pasarán a la clandestinidad, pero nunca dejarán de existir, se volverán discretos y silenciosos, aprenderá el ser humanos a cometerlos en la privacidad, mientras que la masa digital celebra hipócritamente un espacio libre de violencias, pero éstas no desaparecen, sólo se desplazan y se transforman.

fake news, anonimato
Imagen: Blogs.

La criminología mediática no busca justificar este tipo de contenido, pero sí conmina a realizar un ejercicio reflexivo, en primera: para seguir buscando la verdad y no caer en el pernicioso juego de la posverdad (fake news); en segunda: para no buscar la censura absoluta de este tipo de contenido, sino tomarlo y mostrarlo, recordar que las violencias racistas, machistas, clasistas y demás existen, que el hombre sigue siendo lobo del hombre, que la maldad continúa existiendo allá fuera, en el mundo real, objetivo y tangible, y que la eliminación de la misma en el mundo digital utópico sólo es un acto de hipocresía humana, pues al final ahí somos una imagen pública. No olvidemos quiénes somos y qué hemos sido capaces de hacer a lo largo de la historia; la bondad y la maldad son parte del ser humano, no neguemos esa condición de posibilidad porque nos condenamos a una ceguera terrible y peligrosísima.

Como criminólogo y concluyendo, para prevenir la violencia desde cualquier arista posible, es necesario ver, analizar, reflexionar, dilucidar y despejar la calígine de la duda y la incertidumbre. No ver no significa que no exista, no hay peor ciego que el que no quiere ver y de ciegos están hechas las peores masacres de la humanidad.

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