La búsqueda filosófica existencial de conocerse a sí mismos, investigar en ese abismo, y arriesgarse a asumir oscuridades y destellos, está pasada de moda. La psicología nos dijo primero, con un discurso de autoayuda, que ser “uno mismo” era una cuestión axiomática, es decir, como fuéramos, estaba perfectamente aceptado, valioso y válido. Los defectos eran parte de nuestro ser y no eran defectos, eran “características”. Nos ahorramos la misión de moldear el carácter y crear una personalidad sólida. A esta complaciente y negligente forma de asumir la personalidad y la existencia, siguió la que hoy nos inunda: la de identificarse y ser “incluidos” en uno de los grupos ideológicos de moda.
Las redes sociales, que son los grandes vehículos de propagación e imposición ideológica, designan los “grupos sociales” con la propuesta de algún internauta, y si eso se viraliza se establece como real, verdadero y justo. La cantidad de likes son las que validan esta nueva posición, nomenclatura y grupo. No hay necesidad de “conocerse a sí mismo” hasta “incluirse” en un grupo elegido y así tener una “personalidad” y posición ante el mundo.
La individualidad ya no existe, los individuos ahora son grandes colectivos, y cada miembro es una célula, como una colonia de amebas, que engrosan una masa informe que crece hasta proporciones gigantescas. Esa población se percibe en las redes sociales en donde se suman estas personalidades invisibles, para ser “incluidos” creando “colectivos”.
El detonador de este movimiento social que sigue la masa es el aburrimiento. Estamos en una sociedad aburrida. El progreso les ha dado tanto sin merecerlo, la politización de la educación, que se une a la excesiva pedagogía que se prolonga hasta la vida adulta; podemos ver cómo a los universitarios se les educa y trata como si fueran párvulos, han consentido tanto a la sociedad, la han convencido hasta la náusea de su perfección, que están aburridos de ser ellos mismos.
Los discursos de autoayuda para vendedores de “eres un triunfador”, “eres el emprendedor que alcanzará la cumbre” con imágenes de gente escalado el Everest, se han fundido con los discursos feministas radicales, los discursos de género, y los que vayan surgiendo.
El fenómeno no es un asunto de edad, no es sólo de los jóvenes, es una impregnación social que explotan desde los políticos en sus campañas, las técnicas de marketing, hasta las áreas del conocimiento. La “inclusión” es una obsesión segregacionista: o entras o estás en contra. El arte es el receptáculo perfecto de este “inclusionismo” y uno de los más potentes impulsores de esta ideología. Al afirmar “todo es arte, todos son artistas”, al aceptar cualquier manifestación como arte si ésta tiene un discurso social oenegero, institucionalizaron el inclusionismo.
El artista ya no necesita “conocerse”, saber quién es y cuáles son sus búsquedas en el arte, le basta ser “incluido” como artista, ser llamado así porque se identifica a sí mismo como artista. Decir: “no eres artista porque no sabes hacer arte”, es un ataque a su identidad y el supuesto artista reacciona a esto como si hubiera sido víctima de un ataque racista.
Se aburrirán de su mundo perfecto, la tragedia será que después de generaciones de indolencia emocional, carecerán de interés para destruirlo.
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