Santos y señas de todos nosotros
Luis Wertman

Construcción Ciudadana

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La popularidad, en este tiempo, también es un riesgo a la exposición innecesaria y eso nunca ha sido bueno para una sociedad que busca soluciones inteligentes a sus problemas cotidianos.

Lectura: ( Palabras)

En este cambio de época uno de los insumos más valiosos son los datos. Conocer cuáles son nuestros hábitos, nuestras preferencias, las rutinas que seguimos para adquirir un producto o un servicio es un capital que se pelean compañías y marcas para lanzar campañas de publicidad más precisas a la hora de invertir en difundir ofertas y promociones.

Si bien todavía nos faltan mucho para garantizar la seguridad de nuestros datos personales, los ciudadanos podemos hacer mucho más para establecer claramente los límites de la privacidad, así como de la protección de la información que proporcionamos con otros fines y termina empleándose para vender casi cualquier cosa.

Hemos normalizado que aplicaciones, plataformas, instituciones financieras, educativas, sitios de entretenimiento y de compras, manejen datos que luego aparecen en otras manos y, tristemente, algunas de ellas son las de grupos delincuenciales que han trasladado sus operaciones al ciberespacio, un lugar en el que es fácil ocultarse y en el cual, cada vez con mayor contundencia, también están presentes las autoridades para perseguir crímenes de todo tipo. Sin embargo, lo que podría acelerar la disminución de los delitos mientras navegamos es adoptar comportamientos más eficaces para restringir la información que debería mantenerse privada.

Además de un cambio de contraseñas mensual, de cerrar las redes sociales solo a personas conocidas o que autorizamos su ingreso, de nunca compartir por teléfono (sí, esa herramienta del pasado) datos bancarios o familiares, debemos acostumbrarnos a otros hábitos digitales, que se entrelazan con la vida física.

Si hacemos una revisión de los mensajes instantáneos que compartimos por cientos a lo largo de la semana, ¿cuántos de ellos llevan información que no debería estar, ya sea por escrito, en fotografías o en video? ¿Cómo sabemos que la persona a la que le enviamos esos datos hará un uso correcto de ellos? Y pongo a consideración todavía algo más revolucionario: ¿cuántos de nosotros leemos los avisos de privacidad y uso de datos personales antes de pulsar el botón de “compra” o de autorización para contratar un servicio?

El fin de semana pasado recibí un mensaje (instantáneo, como no podría ser de otra manera) en el que me compartían un supuesto modus operandi que se dirigía a jóvenes que ingresaban a una sala de cine y eran abordados antes por presuntos encuestadores que pedían su número celular, el de alguien cercano, su correo electrónico y otros datos que permitían después montar una extorsión telefónica a sus familiares, mientras ellas y ellos disfrutaban de la función y estaban aislados.

La persona que me lo envió, una conocida que regularmente me consulta sobre medidas de prevención para proteger a su familia y a ella, compartía su alarma por este aparente nuevo modus operandi. Su preocupación tenía un origen válido: sus hijos acaban de entrar a la adolescencia y comienzan a realizar actividades sin ella. No obstante, le expliqué que, para lograr ese engaño, hace mucho tiempo que no es necesaria tanta nómina e infraestructura. Aunque, le dije, eso no quiere decir que compartan cualquier dato personal a ninguna persona, por mucho que se presente con una tableta electrónica ofreciendo premios o descuentos si respondes a una serie de preguntas.

Su respuesta fue preguntar por qué. Bueno, simular llevar a cabo una encuesta significa tener personas ocupadas, y contratadas, aunque sea de manera eventual, para recabar información que hoy los delincuentes obtienen por medio de mensajes, virus, aplicaciones no seguras y juegos supuestamente gratuitos para entretenernos, sin tanta organización. Claro que hay malas prácticas en el levantamiento de datos en supermercados, centros comerciales y lugares concurridos, pero esos procedimientos se han sofisticado, lo mismo que las llamadas desde centros de telemercadeo y hasta por los principales sitios de internet a los que les confiamos ciegamente nuestra identidad a cambio de su contenido.

La recomendación es evitar dar tanto santo y seña de nuestros gustos y de nuestras ubicaciones. La popularidad, en este tiempo, también es un riesgo a la exposición innecesaria y eso nunca ha sido bueno para una sociedad que busca soluciones inteligentes a sus problemas cotidianos.

Y la propuesta es comenzar a construir una cultura fuerte de prevención y de comunicación vecinal, directa, calle por calle, que sea complementaria, orgánica, a la que se desarrolla en el mundo digital. Solo así podremos estar en control de nuestra propia identidad, un bien de lo más valioso, en los años por venir.

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