El uso de las redes sociales y los medios digitales se han transformado en la forma de comunicación más utilizada en el orbe, incluso, más que el habla misma. Por ello, son empleadas como medio indispensable para entrelazar las relaciones interpersonales, ya que, por su inmediatez, hacen que las personas se sientan más cercanas.
Aunado a ello, el aumento de libertad, el quebranto de barreras morales, la laxitud de convencionalismos sociales y reglas de conducta que —de alguna manera— sometían la voluntad de las personas en tiempos anteriores, han brindado una realidad distinta de extrema libertad, en la que prácticamente no existen limitantes que generen la autorregulación y el control de los impulsos e instintos como ocurría con las personas que son clasificadas como “Baby Boomers” y, en menor medida, la “Generación X”.
En este contexto, el ciberespacio es —por antonomasia— el lugar más libre del entorno social. Todo tipo de información y comunicación transita por ahí, sale de sus emisores y llega a sus receptores de forma inmediata, sin que la distancia o el espacio sean limitantes. El sueño libertario se vive a través de una computadora o de un teléfono celular inteligente. Las relaciones humanas son notablemente distintas a las que durante generaciones utilizamos.
El contacto humano es sustituido por sonidos, imágenes y símbolos que son transmitidos por medios digitales. Sentimientos, instintos y comunicaciones se transforman en información acumulable, consecuentemente recopilable y que —como lo he comentado anteriormente— es pública pues, al fin y al cabo, se encuentran como bits que permanecen atemporales, inertes, en espera de ser encontrados por quienes los buscan.
Los seres humanos tienen una gran interacción en este espacio, en donde los límites son inexistentes y que sólo dependen de la voluntad de los usuarios que habrán de utilizar la información conforme a sus momentos, intereses, necesidades, pasiones y egoísmos.
Así, la máxima expresión de libertad se ha transformado en una gran prisión en donde la falta de muros y barreras hacen que las personas se atengan a las circunstancias y que, en las más complejas de las circunstancias, llegan a utilizar aquella información que, en las alegrías se recibe con dicha y gozo, mientras en las desavenencias y el encono, son utilizadas con la finalidad de herir, lesionar y hasta matar.
Así, en últimas fechas, las instancias gubernamentales han pretendido poner un alto al uso faccioso y hasta inhumano de la información, decretándolo ilegal. Ejemplo de ello lo encontramos en la llamada “Ley Olimpia”, que considera como delito divulgar, compartir, distribuir y publicar imágenes, videos o audios de contenido íntimo sexual de una persona adulta sin su consentimiento. Un gran avance, sin duda, pues atiende una problemática mediata, que atenta y denigra la integridad humana. Sin embargo, el camino es largo, pues falta mucho porque las autoridades e instancias gubernamentales comprendan, a cabalidad, la nueva realidad que impera en el orbe; en donde —hasta el momento— sólo depende de la voluntad de quienes emiten y reciben la información.
De este modo, se retorna a un problema añejo que la humanidad no ha logrado superar: la conciencia generalizada sobre la consideración y valía de las personas.
@AndresAguileraM
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