Tomado del curso de Existenciología de Jutta Battenberg Galindo
La enfermedad es una constante en la existencia humana. Una experiencia que deseamos evitar y que inevitablemente tarde o temprano aparece en nuestro horizonte. Así, nuestra conciencia de esta situación ha llevado al ser humano desde la antigüedad a buscar su origen y a proponer métodos que la prevengan y la curen.
El origen de todas estas propuestas ha estado por un lado, en la observación de los efectos nocivos y curativos de distintos elementos de la naturaleza y de la experimentación intencional que ha llevado lentamente al dominio de estas prácticas; y por el otro, la influencia del entorno y los pensamientos en la aparición de los padecimientos.
La enfermedad se puede manifestar por la alteración del funcionamiento normal del organismo, por la carencia de vitaminas y minerales esenciales para el buen funcionamiento del cuerpo o por sobre exposición a agentes químicos, físicos y sociales que produzcan el trastorno.
Las alteraciones que afectan el funcionamiento se puede presentar tanto de forma individual como colectiva e impactan en las tres dimensiones de las personas: física, mental y/o espiritual.
La forma en que mejor identificamos la enfermedad es la física por la modificación y/o incapacidad que genera a la experiencia cotidiana relacionada con el cuerpo. Generalmente produce cierto malestar o dolor, aunque también las hay con manifestaciones silenciosas que deterioran a los órganos y cuya identificación se da en etapas tardías cuando la vida o las condiciones de ésta quedan comprometidas.
En la enfermedad física coinciden múltiples factores, tanto internos como externos cuya manifestación es corporal, por ello no sólo es necesario atender el aspecto físico, sino considerar las demás variables para conseguir la sanación integral y no solo la superación del síntoma.
Para lidiar con la enfermedad física es indispensable la complicidad entre la corriente médica, el sanador y el enfermo. Sin esta colaboración es muy difícil conseguir la restauración de la salud.
Por otro lado, también es indispensable aceptar en armonía y paz el derrotero que puede tomar esta, especialmente con enfermedades crónicas que implican rigurosos cambios de hábito y prohibiciones que implican una importante disciplina y autocontrol para cumplir con las instrucciones médicas.
También significativas, pero menos consideradas aún son los trastornos psicológicos que TODOS padecemos. En efecto, todos tenemos áreas de oportunidad mentales. No solo se trata de las psicosis fácilmente identificables o de los hoy llamados trastornos de personalidad que conocemos, sino de estas alteraciones en el área afectiva o cognitiva que impiden una vida armoniosa y feliz.
En efecto, reconocer que hay situaciones que perturban e impiden gozar de la existencia es el primer paso para acudir con el especialista para acomodar y resolver aquello que estorba. Generalmente estos procesos son breves y es necesario acudir a ellos cuantas veces sean necesarias para recuperar la armonía, la paz y la alegría.
Por su parte, las enfermedades relacionales están vinculadas a los aspectos psicológicos de los miembros que intervienen en ellas que denotan disfuncionalidad en todas las personas involucradas. Idealmente se requiere del deseo y la voluntad de todos los miembros de la relación para resolverlas. Sin embargo, esto no es necesariamente indispensable pues una conducta encaminada a sanar por parte de uno de los involucrados empuja la conexión hacia nuevos derroteros.
En el caso de las enfermedades relacionales, el rompimiento por sí mismo solo resuelve el síntoma, es decir, su manifestación entre esas personas, pero no la enfermedad pues los nuevos vínculos se establecerán en el mismo patrón disfuncional.
Por último, las enfermedades sociales implican comprensiones equivocadas de la realidad que son replicadas por los miembros de una cultura, una familia o un grupo social. Por aprenderse en los primeros años de infancia quedan grabadas en la conducta como verdades universales entre los sujetos de ese grupo humano. Por lo mismo, es difícil cuestionarlas o abrirse a otras interpretaciones.
Las enfermedades sociales son las responsables de las grandes injusticias humanas que se emprenden en contra de grupos o minorías como la etnia, la religión, el género, la condición socioeconómica, la raza, la nacionalidad, la orientación sexual o cualquier otra diferencia que se considere como merecedora de desprecio.
Todas las enfermedades pueden y deben sanarse. Para hacerlo es indispensable considerar los elementos multifactoriales que intervienen en ellas para aplicar las medidas correspondientes y la férrea voluntad de llevar a cabo lo conducente para sanar.
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