Ya en otros momentos se ha mencionado acerca de la diferencia existente entre el resto de los seres creados y el ser humano la cual radica en la flexibilidad del cerebro que le permite crear un mundo no programado y que le sensibiliza de una forma muy especial hacia aquellos miembros de la comunidad que se encuentran limitados para enfrentar la existencia.
Estas dos variables se encuentran tempranamente en los vestigios de la evolución humana, algunos de ellos incluso antes del Homo Sapiens Sapiens[1]. Estas características también son las responsables del aspecto cultural del ser humano.
Así, para subsistir los seres humanos han requerido de instituciones y fundamentos ideológicos para explicar la realidad en la que se encuentran y para que proporcionen dirección y sentido a su presencia en esta dimensión. Estas explicaciones han surgido de la observación de su entorno y de la reflexión que han hecho al respecto con ayuda de los presupuestos vigentes en su ambiente y siempre condicionados por las creencias y expectativas previas de los pensadores.
Estas versiones se comparten con el grupo de pertenencia y se replican en la comunidad de tal manera que las siguientes generaciones que nacen ya en medio estas nociones, las asumen como verdades absolutas y las replican dando fuerza y vigencia a sus culturas e instituciones.
Por haber nacido en medio de estas comprensiones, generalmente no se cuestionan y cualquier intento de modificación o explicación contraria genera respuestas adversas que pueden ser tan pacíficas o virulentas como la radicalidad con la cual se asumen.
Esto mismo pasa con las visiones que se tienen del misterio, es decir, Si bien podemos coincidir todos los seres humanos, creyentes o no, en que hay un principio creador y sustentador de todo lo creado, aquello que se afirma de este misterio está condicionado por las mediaciones físicas, psicológicas, sociales, expectativas y motivaciones que dieron origen a dichas afirmaciones.
Sin entrar en el debate de la verdad o la fantasía en cada una de ellas, conviene revisar a qué tipo de sociedades y de vida llevan, así como a qué necesidades responde en las personas y las comunidades, pues toda comprensión del misterio condiciona la forma que se entiende y la relación que se establece con las personas, con el entorno y con uno mismo.
Esto fenómeno no solo aplica a creencias religiosas antiguas, sino también tanto a las nuevas opciones teístas o no que han surgido en las últimas décadas, como a las diferentes compresiones de una misma tradición.
Así, más que defender la propia creencia conviene reflexionar: ¿cuántas versiones distintas del misterio tenemos los seres humanos? ¿Qué consecuencias tienen con relación a nuestra propia percepción? Nuestra propia convicción ¿qué consecuencias tiene con respecto a la visión que tenemos de nuestra propia persona? ¿Qué consecuencias tienen con respecto a nuestra relación con los otrxs? ¿Qué consecuencias tienen con respecto a nuestra relación con el entorno? ¿Qué consecuencias tienen con relación a nuestra proyección a futuro?
[1] Para profundizar en este tema se pueden ver videos, artículos o incluso visitar las excavaciones y el museo de la Evolución Humana en Atapuerca, España.