La ausencia de don Cristóbal
Sara Baz

La deriva de los tiempos

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¿Qué sucede cuando queda un vacío? En el espacio público, se inicia una batalla.

Lectura: ( Palabras)

El almirante genovés probablemente nunca imaginó que su memoria sería tan perdurable. Sin duda, la intuición que lo guio hacia las Indias formaba parte de un cúmulo de cualidades que lo destacaban y que, quizá, lo hicieron concebir que su hazaña le valdría el recuerdo de varias generaciones.

El 10 de octubre de 2020, el conjunto escultórico que dio nombre a “la Glorieta de Colón” que presidía el Paseo de la Reforma y que se instaló en su pedestal en 1877, fue retirado, al abrigo de la madrugada, por las autoridades de la Ciudad de México; el argumento era que tanto el conjunto como el pedestal debían someterse a trabajos de conservación. Don Cristóbal hizo mutis, no de motu proprio, días antes de que se conmemorara el 12 de octubre y se esperaran marchas asociadas con diferentes posiciones políticas. No se le ha vuelto a ver. ¿Qué sucede cuando queda un vacío? En el espacio público, se inicia una batalla.

Se habló primero de que el vacío fuera llenado por “Tlali” una cabezota femenina, con rasgos presuntamente indígenas, diseñada por Pedro Reyes. Pero, “¿cómo se representa a una mujer indígena?” decía Yásnaya Aguilar a El País y a otros medios de comunicación, cuando expresaba su indignación por la falta de comprensión tanto de la jefa de gobierno de la CDMX como del propio López Obrador, ya que los “indígenas” no existen más que como una categoría abarcante y aplanadora. Tlali, inspirada en la llamada “cultura madre”, es decir, la olmeca, quedaba tan lejos de la posibilidad de representación real, que no fue colocada en lugar del navegante. Nótese la antítesis ramplona mediante la que se deseaba desarticular una memoria ominosa: si se elimina la figura del opresor, ¿se resignifica automáticamente la de los oprimidos? Mejor aún, ¿dejan de estarlo? (ya discutimos esto en la Deriva de los tiempos, en concreto, en “El pedestal vacío” y en “Narrativas de pasado. La toma del espacio público”).

La ausencia continuaba. En septiembre de 2021 el vacío se llenó de facto, y se llenó con un acto simbólico que implicó la instalación de una pieza que se yergue como antimonumenta: representa a una mujer con el puño en alto, en un reclamo airado; el soporte del reverso lleva calada la palabra JUSTICIA. La pieza fue colocada por colectivas y representa a las mujeres que luchan por encontrar a sus hijas desaparecidas o porque se haga justicia a las víctimas de feminicidio. Se escribieron, además, los nombres de esas víctimas. Al día siguiente, el gobierno de la CDMX no toleró la denuncia que esto implicaba y borró los nombres, mismos que volvieron en sucesivos actos de protesta y manifestaciones a favor del aborto. Para los diletantes de la estética urbana: no, no se trata de que “esté bonito”, se trata de un espacio público que se elige para denunciar el fracaso del sistema. ¿Se entiende?

Mientras tanto, no sabíamos de don Cristóbal. La jefa de gobierno salía del paso aduciendo que se sometería a “unos trabajos de conservación y restauración”. La escultura decimonónica fue entregada al INAH y sería hasta 2023 que nos enteramos del siguiente paso en la ruta del fantasma genovés, ese ignominioso espectro que se halla contenido en el eidolon de bronce: sin más, se anunció en los periódicos que el destino de la pieza será el Museo Nacional del Virreinato (en septiembre del 2021 se sugirió instalar el conjunto escultórico en el Parque América, según una nota de El País).

Más allá de la indignación que, a título personal, me pueda causar una decisión como ésta —en vista de que, curatorialmente, el MNV no tiene por qué ser un depositario de ídolos incómodos que fueron creados en el siglo XIX y denostados en el XX— el antiguo pedestal que ocupaba don Cristóbal sigue siendo un espacio en pugna. En 2021, Claudia Sheinbaum, abrumada por la polémica que se armó por Tlali, su escasa representación y el hecho de que fuera concebida por Pedro Reyes (varón, blanco que, supongo, poco tiene que opinar respecto de representaciones de mujeres violentadas) anunció que, en vez de la entelequia peligrosa que representaba la cabezota y, también en lugar de la figura de la mujer anónima que lucha, el espacio sería ocupado por una reproducción de seis metros de “La joven de Amajac”, una pieza arqueológica huasteca que fue hallada en un campo de cítricos a inicios de ese año, en una comunidad del estado de Veracruz. Parece que esta decisión, como siempre, no fue producto de un consenso; inclusive parece que cuando se hizo el anuncio, el INAH no tenía ni la más remota idea de que tendría que hacer una reproducción monumental.

De nuevo, la antítesis ramplona: don Cristóbal cederá su plaza a una figura femenina que probablemente representa a una antigua gobernante. Si de eso se trata (o bien de una deidad), ella no luchó por sus derechos; ya los tenía. Es una figura de escasa transmisibilidad simbólica para el ciudadano contemporáneo promedio. Si se coloca, lo que va a valer la pena no es exaltar la retórica de “la mujer indígena” sino dotarla de representatividad; quizá por sus características formales, alguien le va a ver parecido con algo, de la misma forma en que sucedió con La suavicrema, con El dorito o con El pantalón (quienes no sean chilangos, pueden buscar estas edificaciones en Google). Solucionado el problema del vacío que dejó don Cristóbal, para la jefa de gobierno se cerró el asunto, se sacude las manos con satisfacción y se dedica a su campaña. Para los familiares de las víctimas de feminicidio, no creo que la joven de Amajac restañe, reconforte o resuelva absolutamente nada.

El vacío que dejó don Cristóbal es más grande que el del pedestal o que el de la glorieta entera: es el de la falta de problematización de una serie de realidades anómalas y desgarradoras. La joven de Amajac es el “curita” sobre la herida sangrante que hiende cada vez más la ausencia de diálogo. No sé cuánto tarde la intervención del navegante ausente y sus compañeros; ciertamente, no todos los extrañan en Reforma. No sé qué destino le den en el Museo Nacional del Virreinato. Quizá don Cristóbal, ese fantasma incomprendido y apresado en bronce, presida la nada, cerca de la Fuente del Santo del Agua (otro objeto arrumbado), escuchando los grillos de la huerta en medio de la noche, allá en Tepotzotlán, lugar idóneo para el olvido.

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