Narrativas de pasado y la toma del espacio público
Sara Baz

La deriva de los tiempos

94 opiniones • veces leído

Pero cualquier reclamo del presente, incluso del de las madres de víctimas del feminicidio o de las desapariciones forzadas, debe eliminarse…

Colón vs. Tlalli (Foto: Claro y Directo MX).
Colón vs. Tlalli (Foto: Claro y Directo MX).

Lectura: ( Palabras)

¿Cómo enfrentar la idea de que a este gobierno “le da pena” que pertenezcamos al mundo hispánico? O ¿no debería decir eso? ¿Es ominoso? Para mí no; para mí este conocimiento fue una forma de entenderme como individuo en este país y en una globalidad y, por supuesto, la polémica Colón vs. Tlalli me despertó interés pero también mucha desazón: la narrativa articulada por el gobierno federal, soportada fielmente por el local de la CDMX, busca perpetuar la idea del expolio: genera facciones a partir de la construcción de entelequias polarizadas, echa humo sobre cualquier tentativa de comprensión de una tremenda complejidad histórica y pone el piso parejito para dar rienda suelta al reclamo sin ton ni son; total, para este régimen es más fácil pensar en “buenos y malos”, “conquistadores y conquistados” y hasta en los científicos y académicos como delincuentes. Respecto de la polémica en torno al monumento del Paseo de la Reforma, llamo al lector interesado a consultar el texto del Dr. Alberto Soto: “Monumento a Colón: de historiofóbicos a iconoclastas”.

No creo en la fórmula de los “500 años de resistencia indígena”, a menos que hablemos de la supervivencia difícil de los pobladores ¿indígenas? que viven en pobreza extrema. Quitar una escultura, patrimonio público, para moverla a otro sitio, sin invitar a un debate en torno a su pertinencia, es un acto de autoridad alevoso, que no hace sino enmascarar los fracasos en materia de bienestar y genera una cortina de humo en torno a un mito implantado por los gobiernos postrevolucionarios” (Soto, loc. cit.).

monumento a Colón, glorieta de mujeres que luchan
Foto: El Universo.

Y sigue la mata dando: hablemos de fracasos gubernamentales que se manifiestan en historias recientes. Un colectivo de mujeres se apropió del espacio público y encaramó con toda valentía una efigie de hierro sobre el pedestal que otrora ensalzara al navegante genovés. Se escribieron los nombres de mujeres que luchan por encontrar a sus familiares desaparecidos y de las madres de las víctimas de feminicidio en las mamparas exteriores; se bautizó a la polémica glorieta como “Glorieta de las mujeres que luchan”. A mi juicio, las estrategias del pronunciamiento son impecables, incluido el detalle de fijar la efigie de una mujer con el puño en alto con cemento al pedestal. En breve, el gobierno de Claudia Sheinbaum cubrió con pintura los nombres: acalló las voces, otra vez, como se hizo cuando se escribieron los nombres de las víctimas de feminicidio en la plancha del Zócalo. La jefa de gobierno de la CDMX declara, en forma escueta y lastimera que “sí, está bien, pero pensemos en las mujeres indígenas… En las que no han tenido voz y que han representado la resistencia durante 500 años”. Otra vez la cantaleta. Es más ominoso el pasado que el acto con el que dejaron bien claro que, si uno no está con las narrativas históricas que se inventa AMLO, pues entonces simplemente no está. Cada pronunciamiento en el presente le agrega un bache al asfaltado parejo que esta administración pretende construir.

El problema con el presunto afán indigenista es que se antoja tan decimonónico como la mismísima estatua de Colón: todo indígena del pasado es glorioso y debe enorgullecernos, a condición de echar tierra sobre una memoria de cultura que, en realidad, es mucho más compleja de lo que todos queremos creer. Pero cualquier reclamo del presente, incluso del de las madres de víctimas del feminicidio o de las desapariciones forzadas (indígenas o no, los reclamos son legítimos), debe eliminarse o, de perdida, guardarse para después. Indudablemente la proclama y la toma del espacio público que realizaron los colectivos feministas afearía y le quitaría lustre al evento de conmemoración de la consumación de la Independencia. Y, ¿qué es más importante que el lucimiento del presidente?

estatua a colon manifestaciones
Foto: CDMX.com.
monumento a Colón, genocida
Foto: El Mundo.

En el mundo hispánico de los siglos XVI y XVII (en el que el actual país que habitamos estaba incluido, por supuesto), uno de los rubros puestos de relieve por el Dr. Óscar Mazín en sus investigaciones, es el de la vocación por el saber y la enseñanza (Una ventana al mundo hispánico. Ensayo bibliográfico, 2 vols.) Se trata de una dimensión de larga data, que implica comprender la interacción de ámbitos del conocimiento como la teología, la filosofía natural, el derecho y la medicina y, sobre todo, que los saberes son aditivos; no desechan fuentes anteriores, por muy alejadas que se encuentren en el tiempo, no se desdeña ningún conocimiento, sino que se toman partes de él con deliberadas intenciones, se reelabora y se adecua para resolver problemas en el presente. No dudo que haya quienes digan que esas readecuaciones pueden ser alevosas y legitimar actos o juicios que hoy nos parecen depravados. Y podrán tener razón.

El hecho es que ese pasado hispánico que tanto le molesta a López Obrador y que se esfuerza por borrar refiere a un mundo que vinculó la herencia de la Antigüedad, que la reelaboró durante siglos y que se apropió de saberes para darle forma a la realidad y fundamentar sus creencias y sus acciones. Ese pasado también incorporó voces de indígenas como Chimalpahin, de mestizos como Fernando de Alva Ixtlilxóchitl; la herencia indígena se reivindicó en el Theatro de virtudes políticas escrito por Carlos de Sigüenza y Góngora en el siglo XVII, en donde dejó claro que no había que pedirle prestados héroes a la Antigüedad europea. Ese pasado es, como todo, complejo y tenía una vocación por el saber y la enseñanza. Los denostados reyes hispánicos auspiciaron universidades (sí, la de Alcalá fundada por el cardenal Cisneros, confesor y consejero de Isabel la Católica). El estudio no es un lujo ni es egoísta. El estudio es un derecho y debe ser impulsado por el Estado porque de ahí surgirá la ciencia y los avances tecnológicos. El estudio favorece la reflexión en torno a lo que somos y nos permite zafarnos de las narrativas polarizadas y facilistas. Y, por último, el estudio evitará también que se quieran acallar voces del presente en pro de una entelequia construida para reivindicar un pasado sin ninguna visión crítica.

Más columnas del autor:
Todas las columnas Columnas de

Deja un comentario

Lo que opinan nuestros lectores a la fecha