La novela Me llamo Rojo (1998) del escritor turco y Premio Nobel de Literatura 2006, Orhan Pamuk, describe cómo es descubierto el asesino de este entramado por su particular manera de expresarse dejando en cada trazo del dibujo una parte de él, elemento intrínseco de cada artista; es el sello de identidad personal. La obra versa sobre cómo es que los hacedores de Estambul viven entre la tradición asiática y la influencia de Occidente en una época distante a la nuestra. Trabajan en talleres en los que elaboraban obras de arte, generalmente comisiones, bajo la dirección de un destacado maestro, lo que nos hace recordar cómo era la usanza en los talleres renacentistas; sin embargo, el sello individual, es decir, la forma propia de cada uno será el hilo conductor que determine su culpabilidad, resulta imposible borrar los gestos o trazos de cada individuo, que son producto de sus manos a pesar de participar en obras colectivas.
Viene a mi mente la asociación del nombre y el contenido de la novela con el del maestro recientemente fallecido Vicente Rojo (1932-2021), quien nació y realizó sus primeros estudios en arte en Barcelona, años después emigró a México en 1949, siguiendo a su padre quien fuera refugiado de la Guerra Civil Española (1936-1939). México será la tierra adoptiva que le vio desarrollarse como uno de los artistas multidisciplinarios de importante trayectoria, incursionó en el diseño gráfico, en la pintura y en la escultura, lo que lo llevaría a ganarse el Premio Nacional de Ciencias y Artes en 1991, entre otros premios y reconocimientos.
Me parece comprensible cuando declarara el maestro Rojo que lo único que le quedaba de Catalunya era un acentillo, pero que él era mexicano. Sin embargo, considero que su formación primera en un ambiente profundamente artístico que ha dado al mundo talentos artísticos, incluido él, como Miró, Dalí, Antoni Tàpies, y Jaume Plensa, entre los destacados, sucede que esa manera del atelier colectivo que representa esta región del mundo a la que corresponde Catalunya, da la individualidad al artista, pero mantiene la esencia territorial; allí se encuentran talleres de grabado, fundición y de artesanías centenarias, por los que han pasado no sólo los catalanes, también artistas de otras regiones planetarias. En ocasiones, al maestro Rojo se le podía descubrir en su manera en la que dirigía un taller de gráfica, por ejemplo, con impecables técnicas y limpieza de las obras, el rigor en la disciplina no permitía juego o distracción alguna. Otras veces era desde las costumbres, como la austeridad en la vida cotidiana, la utilización precisa de los materiales en sus trabajos, fueran de diseño de grabado, de pintura o de escultura, mientras que, por otra parte, era renuente a las entrevistas, no le gustaban, era de un carácter fuerte, creo que se relacionan con la época de su arribo al país, diez años después de la guerra en España y muy poco después de la Segunda Guerra Mundial, marcas indelebles difíciles de olvidar.
“País de Volcanes”, obra de Vicente Rojo en la Secretaría de Relaciones Exteriores. Centro Nacional de las Artes, Obra de Vicente Rojo (Fotografía: México Desconocido).
Sus trabajos en las artes plásticas pertenecen a la abstracción conceptual, según los expertos, sus esculturas son repeticiones modulares de cuerpos provenientes de la geometría lineal y orgánica. ¡Cuidado de concebir sus obras por meros conceptos! Debido a que cada pintura o escultura son en sí mismas un universo completo que se relaciona directamente con sus observadores o, en su caso, con descubridores que analizan y perciben no tan sólo por definiciones, sino por la relación perceptual que se establece entre el sujeto y la obra de arte, esta relación no necesariamente tendrá que ser defina o entendida por la teoría, ya que la experiencia subjetiva que provee una obra en cada individuo es personal.
Al igual que los artífices en la novela de Pamuk, Vicente Rojo es descubierto y seguirá siéndolo por sus particularidades en cada una de sus obras, que contienen su esencia y su deseo de vida. Supo romper con la tradición costumbrista local, se arriesgó y pudo disfrutar en vida los logros y aportaciones al arte. Recientemente trabajó en la fachada del Museo Kaluz, el mural “Jardín urbano” (2020), el cual se realizó en diez paneles de piedra volcánica y cantera mexicana, de alguna forma pienso que algo así debieron ser las fachadas precolombinas.
La biología humana la detiene la muerte, pero ésta es trascendida con los trabajos que cada artista lega a la humanidad. Su corazón dejó de latir, pero la fuerza de Rojo está en la permanencia de sus obras.
Obra de Vicente Rojo en el espacio escultórico “La Fábrica”, en el interior de la Ciudad Deportiva Magdalena Mixuhca (Fotografía MX City).
Deja un comentario
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.