Dedicado a los mineros enterrados vivos en Sabinas, Coahuila, mientras se celebraban los procesos electorales del 6 de julio de 2020 en México.
El antes y el después en una narrativa histórica resultan fundamentales en las precisiones de la memoria social. No es lo mismo decir antes de nuestra época o después de ella. No es lo mismo antes de la Revolución francesa que después. En el muralismo mexicano la precisión es antes y después de Fernando Leal.
En su gestión como rector de la Universidad Nacional, en 1921, Vasconcelos invitó primero a Germán Gedovius y después a Alfredo Ramos Martínez a decorar el muro del paraninfo de la Escuela Nacional Preparatoria. Al rechazar ambos la convocatoria, le pidió a Ramos Martínez —entonces director de la Academia de San Carlos y de la Escuela de Pintura al Aire Libre de Coyoacán— que transmitiera la invitación para decorar el muro del foro del Anfiteatro a aquellos de sus colaboradores que pudieran estar interesados. Vasconcelos no impuso tema alguno a los artistas, confiando en que su talento debería permanecer en plena libertad creativa, es así que el primer interesado en desarrollar dicho proyecto fue el pintor Fernando Leal (1896-1964).
Leal durante su participación en el movimiento de las Escuelas al aire libre y Centros populares de pintura (1911-13; 1920-34) dirigió en 1921 la Escuela de pintura al aire libre de Coyoacán y después el Centro popular de pintura de Nonoalco “Saturnino Herrán” en 1928. Fue el principal ideólogo y promotor de nuevas posiciones de vanguardia a través del “Grupo de pintores revolucionarios ¡30-30!”, fundado por él y Ramón Alva de la Canal en 1928.
A finales de la etapa armada de la Revolución y bajo el gobierno de Álvaro Obregón, José Vasconcelos, como rector de la Universidad y más tarde al frente de la recién fundada Secretaría de Educación Pública, emprendió una “cruzada” educativa en el país a través de lo que llamó “Misiones Culturales”: encargadas de repartir libros de autores clásicos, organizar bibliotecas rodantes, llevar las letras y las artes a un país mayoritariamente analfabeto.
Según el libro El renacimiento del muralismo mexicano 1920-1925 de Jean Charlot, que recoge las memorias de los pintores que fundaron el muralismo, el propio Fernando Leal cuenta que una tarde Ramos Martínez les expuso el proyecto vasconcelista, bajo la advertencia de que “El verdadero arte se hace frente a la Naturaleza […] Ninguna necesidad tiene el artista de volverse cortesano y hacerles concesiones a los poderosos […] Claro está, que si alguno de ustedes quiere ir a pintar al Anfiteatro para ganarse unos cuantos centavos, puede decírmelo, y yo, con gusto, se lo comunicaré al Rector.”
Fernando Leal y Ramón Alva de la Canal aceptaron por separado la invitación para realizar el mural en el Anfiteatro de la Escuela Nacional Preparatoria. Poco después, regresó Diego Rivera a México, tras un largo período de formación en Europa. Vasconcelos lo invita a participar en el mismo proyecto, para el cual Rivera desarrolló el mural de La Creación, dedicado a las musas de las artes, donde, a solicitud del propio Vasconcelos, conjuga elementos masónicos y cristianos.
En ese momento, entre 1921-22, Fernando Leal se encontraba realizando el cuadro de gran formato Campamento de un coronel zapatista, el primer cuadro de temática revolucionaria que exalta al pueblo campesino por encima del líder agrario. Al llegar a oídos de Vasconcelos el revuelo que se levantó en torno a la pintura, se dirige sorpresivamente a Coyoacán y pide ver el cuadro en proceso. Entusiasmado al ver la obra que enfrentaba por primera vez lo que se convertiría en uno de los temas centrales del muralismo y de la Escuela Mexicana de Pintura, invita de nuevo a Fernando Leal a pintar los muros de la Escuela Nacional Preparatoria y a convocar a los compañeros que estime capaces de llevar a cabo esta difícil tarea, reto que aceptaron Ramón Alva de la Canal, Jean Charlot, Fermín Revueltas y Emilio García Cahêro.
Se formaron así dos equipos de trabajo: por un lado, Fernando Leal y Jean Charlot y, por otro, Ramón Alva de la Canal y Fermín Revueltas, quienes entablaron un diálogo plástico e histórico. La caída de Tenochtitlán de Charlot y Los danzantes de Chalma de Leal, realizados en 1922-23, conforman el binomio temático y estilístico del que partirá el movimiento muralista. El muro de Charlot representa la matanza del Templo Mayor, suceso que desencadenó las hostilidades generalizadas entre los conquistadores y los mexicas en el siglo XVI, mientras que el de Leal representa la conquista espiritual y económica realizada a través del sincretismo religioso que permanece hasta nuestros días.
En Los danzantes de Chalma –bajo una composición geométrica curvilínea rigurosa–, se celebra una danza a los dioses antiguos siguiendo el ritmo en espiral que corresponde al cortejo de Quetzalcóatl, contrapuesto al Cristo Negro en la parte más oscura del mural, advocación de Tezcatlipoca. En su mural Leal se autorretrató como el Danzante Central, el capitán de los danzantes, Xipe Tótec, la divinidad de los desollados, indicando así la sobreposición del ritual judeocristiano al rostro verdadero de los cultos ancestrales mexicas.
En su muro Charlot rindió homenaje a sus amigos Leal y Rivera, al pintar su autorretrato junto a ellos. Rivera observa con arrobo la escena de la masacre del Templo Mayor que le muestra Charlot, en tanto que Leal, desde el muro de Charlot, se observa a sí mismo en su propio mural, que está en el muro de enfrente, en donde se había autorretratado como el Danzante Central. Recíprocamente Leal, el Danzante Central, observa desde Los danzantes de Chalma, la Masacre del Templo Mayor.
Por su parte Ramón Alva de la Canal y Fermín Revueltas pintaron en la entrada de la Escuela Nacional Preparatoria La imposición de la Cruz en el Nuevo Mundo y La fiesta de la Virgen de Guadalupe, respectivamente. Al mismo tiempo, Diego Rivera, distante en esos días de la temática y de la visión estética de sus colegas más jóvenes, pinta en el paraninfo de la preparatoria La Creación, imbuida de la filosofía vasconceliana.
A unas cuadras de la Escuela Nacional Preparatoria, en el colegio chico de San Pedro y San Pablo, Roberto Montenegro y Gabriel Fernández Ledesma realizarán sus murales, bajo otra perspectiva. Posteriormente, entre 1924 y 1926, se integrarán al movimiento David Alfaro Siqueiros –quien aporta los murales Los elementos y El entierro del obrero sacrificado– y José Clemente Orozco, quien ocupará la mayor cantidad de metros cuadrados pintados y aportará algunos de los más icónicos murales del Colegio: Cortés y la Malinche y La trinchera.
En 1930, Fernando Leal volverá a San Ildefonso para realizar, en el vestíbulo del anfiteatro Bolívar, La epopeya bolivariana y los libertadores de América, para conmemorar el Centenario del fallecimiento de Simón Bolívar. El conjunto bolivariano de Leal es el más emblemático del Muralismo mexicano sobre la gesta del Libertador y conforma un canto antirracista y libertario.
Todos estos artistas desarrollaron la Escuela Mexicana de Pintura que, por su originalidad de expresión y contenido, se sumó a la ola de vanguardias artísticas de la primera mitad del siglo XX que repercutieron a lo largo de ese período.
Extraordinario artículo. Felicidades.
Muy buen artículo, saludos desde Panamá