Un camino nuevo. Que es, en todo caso, un camino de nuevo. El conocimiento como novedad. La novedad de un conocimiento. Que resulta, a final de cuentas, (re)conocimiento.
En el imaginario de Occidente, se sabe bien, el tiempo es una línea; incesante, progresiva, eterna. Sobre esa linealidad se organiza toda forma de conocimiento.
San Agustín, el sabio de Hipona, completará la ecuación al investir a la memoria de esa organización primaria que suponen los tres tiempos: la memoria del pasado, la memoria de lo presente, la memoria de lo por-venir.
Toda innovación, pues, toda alteración, dislocación, disrupción sobre las formas de hacer del presente, será nombrar como la in-clusión de lo nuevo.
Innovación como lo nuevo dentro de lo nuevo. Si la renovación perpetua es el presente, la invocación de lo que está llamado a ser lo nuevo en lo nuevo, la innovación, no tendrá, en el imaginario, y solo en él, ya veremos por qué, un lugar, su lugar, en el futuro, en lo que es del ámbito del por-venir.
¿Sólo puede ser así? Esto es, ¿la innovación pertenece y ha de pertenecer, sí o sí, al ámbito de lo que está adelante?
¿Hay una forma, o varias, formas de lo innovador que apunten hacia (también imaginario) atrás del tiempo?
¿Se puede pensar con algún asomo de viabilidad, no sólo retórica sino práctica, en un salto hacia ese atrás para luego ir al no menos imaginario delante?
¿La innovación, pues, es sólo del futuro o el ir hacia las formas superadas produce el doble efecto de innovar sobre el relato de éstas y, por tanto, sobre las formas de lo por-venir?
Veamos un relato, forma pedagógica de la experiencia vivida.
Nació en Coahuila, en 1896. De los dos nombres, Francisco Javier, decidió quedarse solo con el segundo.
Luego, cambió la primera letra de su ahora único nombre; sustituyó la J por la X, cargándolo así de simbolismo y fuerza peculiar.
De Coahuila a la capital de Jalisco, Guadalajara, y de ahí a la Ciudad de México. Tumultuoso amanecer del siglo XX mexicano y su revolución social. También artística, por supuesto.
Muros, muros, muros. Blancos muros en un país teñido de sangre, pero listo para emprender el viaje al futuro que toda revolución promete siempre en su forma de salto mortal.
Xavier Guerrero, ya nombre y apellido unidos, se encuentra con Diego Rivera, el maestro y hacedor primordial, en ese momento, de una nueva forma del relato de una nueva República (y Res-Pública) emergiendo.
El hombre, Rivera, (re)hacedor del futuro a través de una nueva (antigua) forma de (re) contar el futuro anunciado en el pasado. Los murales; los frescos antiguos, y su técnica clásica.
El ayudante que se puesta una X en el nombre, mira al maestro fracasar. Rivera utiliza la misma técnica que ha aprendido en Europa para preparar y los muros del edificio de la recién fundada SEP.
El resultado, los primeros resultados, sin embargo, no son los deseados por el artista en jefe. Los muros del viejo edificio colonial se resisten.
Cauto, hemos de imaginar, en un país en el que aún con una revolución de por medio las formas de la jerarquía se mantienen (casi) intactas, el joven ayudante, Guerrero, se acerca al maestro.
Le ha estado observando, pero no quería importunar. Quizá la respuesta, le hace ver el joven al pintor consagrado, no está en el progreso de la Europa que está adelante, sino en atrás de un conocimiento (casi) inmediato.
Hace unos 4 años la historia fue recuperada para la amplísima difusión que siendo la BBC podía esperarse. La autoría de la nota corresponde a Alberto Nájar.
El título del texto publicado por el portal electrónico de la BBC recupera, con toda justicia, el apelativo de innovador que le corresponde a Xavier Guerrero. Para luego agregar, su condición de olvidado entre los grandes nombres del muralismo mexicano.
Narra Nájar las dificultades de Rivera, y dice: “Entonces uno de sus colaboradores preparó la pared destinada al mural de la misma forma como lo hacía su padre, quien era albañil y restaurador: colocó al final del proceso una fina capa de yeso puro”.
Ese colaborador era, por supuesto, Guerrero.
Su secreto, incorporar baba de nopal a la mezcla para preparar los muros.
La técnica está relacionada con un proceder prehispánico, según da cuenta el pintor francés Jean Charlot, contemporáneo de esos años y amigo muy cercano de Guerrero.
“El líquido viscoso que se obtiene de las pencas de la cactácea, al mezclarse con agua se convierte en una especie de pegamento para unir los pigmentos y minerales. Aunque el resto de la técnica para los murales es similar a la del fresco, la incorporación de este vegetal permite que el resultado sea único”, recuenta Nájar.
En la vastedad del conocimiento humano acumulado, parece querer recordar esta historia, todos los puntos se tocan.
Antes que una línea o una flecha imparable, la forma caprichosa del tiempo, para no citar por millonésima vez el Aleph de Borges, se dibujan sobre el entretejido de una red que se recompone.
Permanentemente.
Para innovar es imprescindible conocer cómo se logró “lo nuevo” todo tiene un origen en el pasado, a veces extraviado entre tantas innovaciones. Felicidade