No hay tradiciones químicamente puras.
Y qué bueno, porque del enriquecimiento de lo que somos encontramos lo que también no somos; aquello nuevo que estamos destinados a ser.
En esta transformación, esta mezcla incesante, viva, la tecnología ha jugado un papel crucial.
Barcos, instrumentos de navegación, primero, aviones, después; mas también, las tecnologías que en su momento estuvieron asociadas al uso de la seda traída de China o la cocción de la papa llevada desde América.
La base cultural, siguiendo a Néstor García Canclini, no es algo abstracto. En ninguna sociedad. Ni abstracto ni aislado.
Los preceptos básicos del imaginario social, esos que, entre otras cosas, busca delimitar lo propio de lo ajeno, son expresión de esa base cultural a la que alude García Canclini.
El lenguaje, los tipos de comida, vestido, música, se tornan así en expresiones concretas del actuar cultural.
De tal forma es como debemos comprender a la Navidad.
Una fiesta religiosa de origen cristiano, sí, desde luego. Pero, hoy por hoy, a la sombra de la globalización, no menos como el reflejo de un actuar cultural más allá de las fronteras y más allá de su contenido propiamente religioso.
Descalificar este actuar cultural, manifestado como celebración global, bajo el epíteto de consumismo exacerbado, es tan simplista como injusto.
No es sólo comprar lo que hay en la base de los adornos navideños en Delhi o las flores de Nochebuena en Tokio.
En la sorpresa, el juego, el descubrimiento, la curiosidad hay, vaya que lo hay, un encuentro con el otro.
Las tecnologías de la comunicación, bien sea el cine, las plataformas de video, la música, las redes sociales, son los nuevos barcos en los que viajan ya no cardamomo y orégano, sino formas culturales que no dejando de ser lejanas aparecen en la cercanía de lo inmediato.
Hasna Bouazza es escritora y columnista, tiene 38 años. Nació en Oujda, al noreste de Marruecos, en la frontera con Argelia. Llegó siendo niña a Países Bajos.
Escribió hace poco en el diario neerlandés NRC: “Eran los árboles de Navidad lo que más me gustaban de niña. Cada diciembre me ponía a mirar los árboles decorados en las casas frente a la nuestra. Debajo de los árboles, fantaseaba, había montones de regalos envueltos en papel brillante y con una elegante cinta”.
Bouazza recuerda también las películas navideñas que veía. Las luces y los colores como parte de lo que tanto la atraía. Se trataba de un fiesta con mesas llenas de cosas deliciosas, pensaba entonces.
Como parte de una familia musulmana, la antigua estudiante de literatura inglesa en Utrecht sigue contando, se conformaba con unas pocas luces que su padre colgó una vez en la esquina de una ventana.
Mas luego, ya adulta, “satisfice el hambre en mi propia casa durante el primer año: tenía un árbol de Navidad, regalos debajo y una cena de Navidad para mi familia que obedientemente participó. Ahora me he recuperado de la fiebre del árbol de Navidad”.
Es interesante que sea justo esta escritora quien recientemente haya publicado un vívido recuento de las distintas formas que la celebración de la Navidad ha adoptado en el mundo de nuestros días.
Reconocida por acercar a los lectores temas considerados tabú para la cultura islámica, Bouazza, se mira en lo propio, reconociéndose a su vez en lo ajeno.
No es extraño por eso que el trayecto global que propone respecto a la Navidad, se centre básicamente en sociedades donde el culto cristiano, no es mayoritario.
Así, por ejemplo, los hindúes balineses, hacen árboles de Navidad con plumas de pollo de colores y la pequeña minoría de cristianos en la India decora árboles de mango y plátano con luces, cuenta Bouazza.
Mientras que en el continente africano las mezclas no se dejan esperar. A la hora de comer, los favoritos locales adornan la mesa como los guisos de pollo o de cabra, las carnes a la brasa y el popular arroz jollof.
Además, en Liberia Santa Claus sólo juega un papel secundario, el papel principal es para Old Man Bayka, o ‘viejo mendigo’, documenta la periodista.
En las Bahamas tiene lugar el Junkanoo: un desfile con canciones, bailes e indumentaria colorida. El desfile se asocia a que antiguamente el día de Navidad se liberaban esclavos. “Con el tiempo, se ha convertido en un desfile afrocaribeño”, apunta Bouazza.
Y mientras en el Líbano y Palestina se baila una versión navideña del tradicional dabke, un baile entusiasta con tambores, en Japón, los locales de Kentucky Fried Chicken se abarrotan, una tradición que nació en los 70.
Es cierto que la comida chatarra en el caso japonés, podría ser lo menos navideño que se nos pueda ocurrir, pero sea pollo frito, pavo o un plato de arroz, el propósito es el mismo, reunirse, comer juntos.
“Se trata de estar juntos, dar y compartir comida”, dice Bouazza.
Sabernos en el otro; con el otro. En lo lejano y ausente; en lo cercano e inmediato. En lo propio y lo que suponemos ajeno. No siéndolo, nunca, tan ajeno, tan lejano.
Encontrarnos.
Extraordinario recuento de una festividad familiar que trasciende costumbres y fronteras, un ejemplo de unidad en la diversidad