Coloquialmente conocidos como jesuitas, el 27 de septiembre de 1540, siete sacerdotes católicos encabezados por Ignacio de Loyola fueron reconocidos formalmente por el papa Pablo III como la Orden de la Compañía de Jesús. Su misión fundacional fue, desde el principio, notablemente peculiar: “Encontrar a Dios en todas las cosas” y formar “hombres y mujeres para los demás”.
El pasado 7 de julio fue un día especial para los jesuitas en México, y para aquellos que hemos sido formados a la luz de sus valores, pues falleció Carlos Ramón Vigil Ávalos S.J., quien ocupara los más prominentes cargos en la Compañía de Jesús en nuestro país, destacadamente rector de la Universidad Iberoamericana y Provincial para México, entre otros.
En el padre Vigil, que con insistente sencillez decía “llámame Carlos, sólo así, ése es mi nombre”, se podía encontrar el balance propio de los jesuitas: la rigurosidad de pensamiento y la disciplina en el trabajo; pero conservando la alegre convicción de que “todo avance y toda conquista sólo podía ser profunda y auténtica si el que avanza y crece es el hombre, considerando no sólo al individuo, sino a la persona que se realiza en plenitud únicamente con los demás”. Así fue nuestro entrañable Carlos. Q.E.P.D.
Así en el pensamiento jesuita ha estado siempre la semilla de la transformación, la verdadera revolución implementada en las mentes de los líderes formados en sus aulas, tales como: Miguel Hidalgo y Costilla o José María Morelos y Pavón.
EN PERSPECTIVA, no debemos olvidar que, si de transformaciones se trata, fue en el Templo de San Felipe Neri (Iglesia de la Profesa), recinto encomendado a la Compañía de Jesús, donde se pactó la consumación de la Independencia de México. ¿Qué tan probable es que la profunda transformación que necesita México ocurra sin la participación de los jesuitas o los cuadros que han formado? ¿Usted qué opina estimado lector?
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A Claudio X. González, un líder al estilo jesuita, quizá sin saberlo.
Vuelvo a referirme al libro de Chris Lowney intitulado “El Liderazgo al Estilo de los Jesuitas / Las mejores prácticas de una compañía de 450 años que cambió el mundo”, quien abandonó la Compañía de Jesús para trabajar en J.P. Morgan, donde aplicó con gran éxito dichas enseñanzas en las postrimerías del siglo XX. En uno de sus capítulos el autor se refiere a la vida ininterrumpida de actos heroicos que suelen realizar los líderes para visualizar una meta prácticamente imposible de realizar, a efecto de cumplirla.
Para ello, el autor enseña que la excelencia a la que estamos llamados todos los seres humanos no ocurre por accidente, sino que para conseguirla en una empresa determinada, la meta elegida debe ser significativa individualmente, debe ser acogida con entusiasmo por cada uno de los integrantes de un grupo cualquiera, las personas deben estar facultadas para realizar algo importante para su consecución y los líderes deben ser modelo de actuación, apoyando a las bases desde arriba. Es así como el liderazgo, para tener éxito, debe ser automotivado y gracias al espíritu de solidaridad entre los miembros del grupo se logra divulgar los logros de excelencia conseguidos por algunos, lo que genera el sentimiento general de que se está construyendo conjuntamente algo importante, con cimientos sólidos.
Dichos logros en el contexto jesuita se obtienen mediante el examen de conciencia cotidiano que arroja luz sobre conductas o resultados que se quedan cortos respecto de las aspiraciones individuales y generales del grupo y obliga a vivir con un pie levantado para estar listos para el cambio. Para demostrar el éxito de este tipo de liderazgo, Lowney explica cómo nació el sistema educativo más grande del mundo en 1543, sin que la Compañía de Jesús se lo propusiera, con el sólo objetivo de enfrentar un problema real que entonces tenía que resolver: la necesidad de modelar ellos mismos el material humano necesario para desarrollar el sistema educativo europeo, el cual no producía naturalmente los candidatos que ellos requerían. Fue así como los directores jesuitas se lanzaron a supervisar el desarrollo espiritual y la formación académica de sus novicios, identificando y aprovechando talento aún proveniente de personas ajenas a sus filas.
Ningún jesuita había manejado nunca una escuela, pero pronto tres cuartas partes de ellos se vieron dedicados a una actividad que no se había planeado, lo cual no significó un obstáculo para llegar a contar con más de 700 escuelas en los 5 continentes. Ello porque el liderazgo salió de las trincheras, porque resolvieron el reto fundamental de formar hombres capaces, ante la imposibilidad de conseguir maestros ya formados y porque con tolerancia al riesgo, creatividad y firme voluntad diseñaron un plan global de estudios para desarrollar entre su alumnado destrezas para resolver las necesidades que enfrentaban. Con miras amplias se propusieron influir en quienes tenían el mayor impacto en la sociedad, estableciendo escuelas en lugares clave que se convirtieron en centros cívicos de gran relevancia y con visión social revolucionaria establecieron la gratuidad de su producto educativo.
Con dedicación a una visión extraordinaria, ambiciosa y casi inalcanzable, los jesuitas construyeron desde abajo hacia arriba la red educativa más grande de entonces. Desde luego tuvieron que enfrentar corrientes culturales e ideológicas desconocidas y contradictorias. Tal fue el caso de Antonio Vieira, quien investigó en 1650 los abusos contra los indígenas del Brasil y logró su libertad, sin atreverse a pedir la libertad de los esclavos africanos ni mucho menos la abolición de la esclavitud negra. Pero como el liderazgo heroico jamás termina, incluye la voluntad de seguir uno cuestionando y estar siempre dispuesto para la mejora continua, lo cual los llevó a final de cuentas al liderazgo en la promoción y defensa de los derechos humanos que llevan a cabo el día de hoy.
Como la satisfacción genera adversidad al riesgo, la cultura del sistema escolar chocó con la cultura jesuita de movilidad, flexibilidad y adaptabilidad, lo que provocó que aunque su misión los disponía a responder de manera innovadora a las oportunidades que se presentaran, el tamaño de su institución educativa que los obligaba a atender las pequeñeces de la vida escolar, provocó que sus actividades se concentraran en otras que les volvieran a brindar la flexibilidad que requerían. Es por eso por lo que hoy en día la presencia global de los jesuitas en la tarea educativa sea tan limitada. Para beneficio de la humanidad, fueron víctimas de su propio éxito.
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Con motivo del inicio del nuevo año 2022, deseo compartir con mis lectores algunas reflexiones derivadas del libro de Chris Lowney intitulado “El Liderazgo al Estilo de los Jesuitas / las mejores prácticas de una compañía de 450 años que cambió el mundo”. La Societas Jesu, S.J. es una orden religiosa de la Iglesia Católica, fundada por San Ignacio de Loyola, San Francisco Javier y otros cinco compañeros en 1534, en París, que cuenta actualmente con alrededor de 19 mil miembros, sacerdotes, estudiantes y hermanos, siendo hoy en día la mayor orden religiosa masculina católica. El autor abandonó la Compañía de Jesús un viernes de 1983 y comenzó a trabajar en el banco de inversión J.P. Morgan el lunes siguiente, donde permaneció diecisiete años. En su nueva actividad empresarial siguió utilizando como modelo de imitación al fundador de los jesuitas San Ignacio de Loyola con el propósito de transformar a las personas desde dentro. El libro analiza los principios del liderazgo que han guiado a los jesuitas desde el año 1540.
El reto que enfrentó Lowney en J.P. Morgan fue hacer que sus equipos de trabajo desarrollaran un liderazgo capaz de mantener a dicha institución a la cabeza de las empresas bancarias más importantes del mundo. Allí tomaban todas las iniciativas posibles para generar una actitud mental y una conducta necesaria para el logro de sus objetivos, incluyendo la introspección y el ingenio, a fin de encontrar lo mejor de cada uno y potenciarlo. Desde entonces se enseñó a proponer respuestas nuevas para solucionar problemas nuevos, así como una actitud de recibir a los otros sin prejuicios. Para ello se instaló una práctica de avanzada que se denominó “retroalimentación de 360°”, en la cual se incorporaban en las evaluaciones anuales del desempeño, no sólo el aporte del jefe directo del empleado, sino también el de sus subalternos y el de sus pares. Dicha retroalimentación de 360° derivó de la práctica en la multicentenaria Compañía de Jesús, la cual organizó desde antaño equipos multinacionales que trabajaban en armonía y motivación de un desempeño ejemplar para permanecer en todo momento “listos para el cambio” y con estrategias adaptables.
Ante ambientes complejos y cambiantes, los jesuitas privilegiaron la capacidad de innovar, de permanecer flexibles y adaptables, de fijar metas ambiciosas, de pensar globalmente, de actuar con rapidez y de asumir riesgos. Algunos aspectos de las técnicas jesuíticas como el vínculo entre el conocimiento de sí mismo y el liderazgo, han mostrado su plena vigencia en el ambiente empresarial contemporáneo, ya que el hombre o la mujer dan su mejor rendimiento en ambientes estimulantes de carga positiva que propicia a sus dirigentes a crear ambientes “más de amor que de temor”. Los principios que rigen este liderazgo revolucionario, son aplicables en toda la vida del ser humano, tanto laboral como personal y confirman la vocación de que todos los seres humanos estamos llamados a ser líderes.
El autor habla de los siguientes cuatro pilares del éxito: conocimiento de sí mismo, esto es, conocer nuestras fortalezas, debilidades y valores, así como tener una visión del mundo para poder ordenar la propia vida; ingenio, esto es, capacidad de innovación y de adaptación a un mundo cambiante que es nuestro hogar; amor, esto es, tratar al prójimo con amor y con una actitud positiva, creando ambientes de amor en vez de temor y sin prejuicios; y heroísmo, esto es, capacidad de fortalecerse a sí mismo y a los demás, despertando grandes deseos con aspiraciones heroicas. Bajo esta perspectiva, los jesuitas formaban a todos los novicios para dirigir, convencidos de que todo liderazgo empieza por saber uno dirigirse a sí mismo. Así, el autor prueba la vigencia de los mencionados pilares para fomentar un comportamiento seguro de las personas, a pesar de los cambiantes panoramas de cualquier siglo. Esta forma de pensar enseña a disfrutar la felicidad e invita al ser humano a hacer contribuciones positivas en donde estemos, bajo una ética implícita de amar a los demás como a sí mismo y de no hacer a los demás lo que uno no quiere para sí.
Lowney dedica un capítulo intitulado “qué hacen los líderes” en el que describe la primera acción de “trazar el rumbo”, esto es, indicar el camino acertado, convencer de que es preciso ir allá y exponer una visión del futuro que se quiere lograr, a veces lejano, y las estrategias para producir los cambios necesarios para realizar dicha visión. El propósito es alinear a la gente cuya cooperación se requiere; comunicar el rumbo verbalmente y con hechos, de manera que influya en la creación de equipos y coaliciones que entiendan la visión y las estrategias y acepten su validez.
El propósito es motivar e inspirar, infundir vigor a las personas con el fin de vencer los obstáculos políticos, burocráticos y económicos que se oponen al cambio y satisfacer así necesidades humanas básicas que a menudo permanecen insatisfechas. En la visión jesuita, el liderazgo nace desde adentro de uno y determina quién soy y qué hago. El liderazgo no es un acto sino una manera de vivir que no termina, sino que es un proceso continuo, un oficio, una función que uno desempeña en el trabajo y que luego deja a un lado cuando regresa a casa a descansar y disfrutar de la vida familiar. Este proceso continuo de desarrollo implica un conocimiento de sí mismo que va madurando. Este modelo de liderazgo ofrece rumbo, pero más preguntas que respuestas prácticas.
Como se puede percatar el lector, la tarea de los jesuitas no fue persuadir a los novicios para que actuaran de cierta manera, sino dotarlos de las destrezas para discernir por sí mismos, en cada caso, lo que había que hacer. En mi próxima columna continuaré exponiendo mis reflexiones sobre este motivante libro de Chris Lowney con el propósito de que en el 2022 todos y cada uno de mis lectores, y yo mismo, asumamos en plenitud nuestro propio liderazgo para enfrentar con éxito los enormes retos que se nos vienen encima.
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Gracias querido Roberto