A Claudio X. González,
un líder al estilo jesuita, quizá sin saberlo.
Vuelvo a referirme al libro de Chris Lowney intitulado “El Liderazgo al Estilo de los Jesuitas / Las mejores prácticas de una compañía de 450 años que cambió el mundo”, quien abandonó la Compañía de Jesús para trabajar en J.P. Morgan, donde aplicó con gran éxito dichas enseñanzas en las postrimerías del siglo XX. En uno de sus capítulos el autor se refiere a la vida ininterrumpida de actos heroicos que suelen realizar los líderes para visualizar una meta prácticamente imposible de realizar, a efecto de cumplirla.
Para ello, el autor enseña que la excelencia a la que estamos llamados todos los seres humanos no ocurre por accidente, sino que para conseguirla en una empresa determinada, la meta elegida debe ser significativa individualmente, debe ser acogida con entusiasmo por cada uno de los integrantes de un grupo cualquiera, las personas deben estar facultadas para realizar algo importante para su consecución y los líderes deben ser modelo de actuación, apoyando a las bases desde arriba. Es así como el liderazgo, para tener éxito, debe ser automotivado y gracias al espíritu de solidaridad entre los miembros del grupo se logra divulgar los logros de excelencia conseguidos por algunos, lo que genera el sentimiento general de que se está construyendo conjuntamente algo importante, con cimientos sólidos.
Dichos logros en el contexto jesuita se obtienen mediante el examen de conciencia cotidiano que arroja luz sobre conductas o resultados que se quedan cortos respecto de las aspiraciones individuales y generales del grupo y obliga a vivir con un pie levantado para estar listos para el cambio. Para demostrar el éxito de este tipo de liderazgo, Lowney explica cómo nació el sistema educativo más grande del mundo en 1543, sin que la Compañía de Jesús se lo propusiera, con el sólo objetivo de enfrentar un problema real que entonces tenía que resolver: la necesidad de modelar ellos mismos el material humano necesario para desarrollar el sistema educativo europeo, el cual no producía naturalmente los candidatos que ellos requerían. Fue así como los directores jesuitas se lanzaron a supervisar el desarrollo espiritual y la formación académica de sus novicios, identificando y aprovechando talento aún proveniente de personas ajenas a sus filas.

Ningún jesuita había manejado nunca una escuela, pero pronto tres cuartas partes de ellos se vieron dedicados a una actividad que no se había planeado, lo cual no significó un obstáculo para llegar a contar con más de 700 escuelas en los 5 continentes. Ello porque el liderazgo salió de las trincheras, porque resolvieron el reto fundamental de formar hombres capaces, ante la imposibilidad de conseguir maestros ya formados y porque con tolerancia al riesgo, creatividad y firme voluntad diseñaron un plan global de estudios para desarrollar entre su alumnado destrezas para resolver las necesidades que enfrentaban. Con miras amplias se propusieron influir en quienes tenían el mayor impacto en la sociedad, estableciendo escuelas en lugares clave que se convirtieron en centros cívicos de gran relevancia y con visión social revolucionaria establecieron la gratuidad de su producto educativo.
Con dedicación a una visión extraordinaria, ambiciosa y casi inalcanzable, los jesuitas construyeron desde abajo hacia arriba la red educativa más grande de entonces. Desde luego tuvieron que enfrentar corrientes culturales e ideológicas desconocidas y contradictorias. Tal fue el caso de Antonio Vieira, quien investigó en 1650 los abusos contra los indígenas del Brasil y logró su libertad, sin atreverse a pedir la libertad de los esclavos africanos ni mucho menos la abolición de la esclavitud negra. Pero como el liderazgo heroico jamás termina, incluye la voluntad de seguir uno cuestionando y estar siempre dispuesto para la mejora continua, lo cual los llevó a final de cuentas al liderazgo en la promoción y defensa de los derechos humanos que llevan a cabo el día de hoy.
Como la satisfacción genera adversidad al riesgo, la cultura del sistema escolar chocó con la cultura jesuita de movilidad, flexibilidad y adaptabilidad, lo que provocó que aunque su misión los disponía a responder de manera innovadora a las oportunidades que se presentaran, el tamaño de su institución educativa que los obligaba a atender las pequeñeces de la vida escolar, provocó que sus actividades se concentraran en otras que les volvieran a brindar la flexibilidad que requerían. Es por eso por lo que hoy en día la presencia global de los jesuitas en la tarea educativa sea tan limitada. Para beneficio de la humanidad, fueron víctimas de su propio éxito.
El contenido presentado en este artículo es responsabilidad exclusiva del autor y no necesariamente representa la opinión del grupo editorial de Voces México.
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Excelente artículo Antonio. Gracias por compartirlo
La educación de los Jesuitas en Mexico a generado grandes profesionales y grandes seres humanos , sin duda una orden religiosa admirable