A Francisco Palafox Padilla,
integrador del grupo de reflexión empresarial,
de quienes he abrevado las enseñanzas
que ahora comparto.
Continúo compartiendo con mis lectores algunas reflexiones derivadas del libro de Chris Lowney intitulado “El Liderazgo al Estilo de los Jesuitas / las mejores prácticas de una compañía de 450 años que cambió el mundo”, quien abandonó la Compañía de Jesús para trabajar en J.P. Morgan donde aplicó dichas enseñanzas en las postrimerías del siglo XX. El concepto jesuítico de que toda persona posee un potencial de liderazgo en muchas ocasiones no aprovechado, contradice abiertamente el modelo jerárquico de las corporaciones que sigue dominando el modo de pensar acerca de quiénes son los líderes. En efecto, en la Compañía de Jesús se ha venido preparando a todos los novicios para ser líderes, dejando a un lado la convicción de que son líderes únicamente los que ejercen el mando. Desecharon las teorías del “hombre grande único” y se concentraron en la vastísima mayoría de los restantes líderes en potencia. Todo individuo es un líder y todo el tiempo está dirigiendo, a veces de manera inmediata, dramática y obvia, y más a menudo de una manera sutil, lenta, difícil de medir, más no por ello menos real. De allí la invitación a desapegarnos del cumplimiento de metas inmediatas y a acoger una altura de miras que incluya metas de largo plazo, cuyo cumplimiento es a veces imposible de medir objetivamente.
Bajo esta perspectiva, la audaz decisión del presidente de una compañía de fusionarse con otra inevitablemente será aplaudida como liderazgo corporativo, lo mismo que sus esfuerzos por identificar a las personas que prometen grandes logros para formarlas y convertirlos en futuros líderes. Sin embargo, éstas son dos clases totalmente distintas de comportamiento. La fusión tiene un impacto obvio e inmediato, mientras que el desarrollo de los subalternos es una iniciativa sutil que puede tardar años en brindar frutos a la empresa. Con todo, a pocos les costaría trabajo reconocer ambas cosas como manifestación de liderazgo, por lo menos cuando el presidente de la compañía es el que toma la iniciativa. Pero, si el presidente que prepara a los futuros gerentes de la compañía es un líder, ¿no son también líderes los que años atrás le enseñaron a él a leer, escribir y pensar?
En resumen, ¿quién inventó ese metro que mide a algunos como líderes y a otros como maestros, padres, amigos o colegas? ¿Y, dónde están las líneas divisorias? ¿Se necesita influir en por lo menos cien personas a la vez para ser líder? ¿O es suficiente con 50? ¿O qué tal 20 o 10, o una sola persona? La confusión proviene de una visión sumamente estrecha de considerar que son líderes únicamente quienes ejercen el mando y producen un impacto transformador a corto plazo. Ese estereotipo de liderazgo de los de arriba, choca con el modelo jesuita por la sencilla razón de que todos ejercemos todo el tiempo influencias, buenas o malas, grandes o pequeñas. Un líder aprovecha todas las oportunidades que se le presenten para influir y producir un impacto.
Las circunstancias les dan a unos pocos la oportunidad de vivir momentos definitorios que cambian el mundo, pero la gran mayoría de la gente no tiene esas oportunidades. Sin embargo, el liderazgo lo define no sólo la magnitud de la oportunidad, sino también la calidad de la respuesta. Uno no puede controlar todas sus circunstancias, pero sí la manera como responde a ellas. El medio más eficaz del liderazgo con que cuenta el individuo es el conocimiento de sí mismo: una persona que entiende lo que valora y lo que quiere, que se basa en determinados principios y se enfrenta al mundo con una visión coherente. La mayor fortaleza del líder es su visión personal, que comunica a través del ejemplo de su vida diaria. La visión en este sentido es algo intensamente personal, el producto de madura reflexión que contesta a las interrogantes de ¿qué es lo que busco? ¿Qué quiero? ¿Cómo encajo en el mundo?
El liderazgo no es un oficio sino la vida real del líder que deriva de su visión del mundo y de sus prioridades. Así, el liderazgo madura de manera continua ante circunstancias personales y externas cambiantes. Algunas fortalezas personales decaen a medida que surgen oportunidades para desarrollar otras. El líder fuerte acoge la oportunidad que ofrece el cambio para aprender y goza con la perspectiva de nuevos descubrimientos e intereses. Así es que los líderes están llamados a innovar, a correr riesgos y a producir cambios importantes. La visión jesuita nos ofrece un rumbo para que cada uno encuentre sus propias respuestas, pero no nos brinda dichas respuestas. Aun cuando los jesuitas no son popularmente conocidos como expertos en liderazgo, sus métodos, visión y longevidad los hacen modelo en esta materia, fincando sus esperanzas no en la capacidad del gran príncipe al que se refería Maquiavelo, sino en el talento, comportamiento heroico e innovador de todo el grupo que lo integra.
El éxito que han experimentado de manera individual los jesuitas que asumieron su papel de líder, se ha debido a que entendieron sus fortalezas, sus debilidades, sus valores y su visión del mundo; a que innovaron confiadamente y se adaptaron a un mundo cambiante; a que trataron al prójimo con amor y con una actitud positiva; y a que se fortalecieron a sí mismos y a que fortalecieron a los demás con aspiraciones heroicas. Desde luego los principios del liderazgo de los jesuitas nunca constituyeron un libro de reglas ni un manual de instrucciones, sino que derivaron del examen de sus textos y de sus exitosas acciones a lo largo de los siglos.
Dichas acciones incluyeron la enseñanza a los novicios para dedicar gran parte de su energía a una minuciosa evaluación de sí mismos, a través de los famosos ejercicios espirituales de San Ignacio de Loyola, un régimen de entrenamiento que lo abarcaba todo, de los cuales los novicios salían sabiendo lo que querían en la vida, cómo alcanzarlo y qué debilidades podrían hacerlos tropezar. Sin duda algunos de los valores que aprenden dejan de ser negociables en sus vidas, pero ante un complejo mundo cambiante, los líderes se ven forzados a cambiar. Las técnicas jesuíticas de auto conocimiento han permitido a sus seguidores acomodarse al cambio por ese hábito de continuo aprendizaje y de meditación diaria sobre sus actividades, técnicas que siguen siendo pertinentes hoy, ya que permiten al hombre contemporáneo reflexionar sobre la marcha.
Gracias a estas técnicas, el conjunto de líderes jesuitas se enfrentan a los retos que presenta la vida, llenos de confianza, con un sentido claro de su propio valer como individuos dotados de talento, dignidad y potencial para dirigir, encuentran esos mismo atributos en otras personas y se comprometen a honrar y liberar ese potencial que perciben en sí mismos y en los demás, creando ambientes activados por la lealtad, el afecto y el apoyo mutuo y sacrificando pequeños intereses egoístas, en beneficio de las metas del equipo y el éxito de sus colegas. Es así como los líderes jesuitas imaginan un futuro inspirador y se esfuerzan por darle forma, en vez de permanecer pasivos a la espera de lo traiga el futuro.
Nuestro reto para el 2022 es motivarnos a nosotros mismos para actuar tratando de conseguir grandes soluciones a los graves problemas que enfrentamos, bajo la consigna simple del magis, que en latín quiere decir “más”, siempre querer algo más, algo más grande, algo mejor, superar las expectativas.
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Excelente resumen, no se pierdan la primera parte, de las enseñanzas de San Ignacio de Loyola. Es por ello que por centurias la educación jesuita se ha considerado superior. La razón es obvia: formar personas y no profesionales.
Por supuesto los ejercicios espirituales son una extraordinaria forma de conocerse a uno mismo sin importar la religión que profesen, si son agnósticos o ateos.