La reciente Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), fue una verdadera olla de grillos, plagada de intrigas geopolíticas. Destacó la inesperada presencia del presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, causando airadas protestas de Colombia, Paraguay y Uruguay, entre otros países. Por su parte, Miguel Díaz-Canel, el presidente cubano, asistió, con un desproporcionado protagonismo, a pocas semanas de haber aplastado la mayor protesta antigubernamental del régimen castrista.
Sin embargo, la nota se la llevó el presidente de México, presentando una delirante propuesta para crear una unión continental, similar a la Unión Europea, a partir de los estados miembros de la CELAC, pero que sume nuevamente a Brasil, así como posteriormente a Estados Unidos y Canadá. El objetivo sería una integración económica, pero también con una dimensión social y pleno respeto a la soberanía de cada Estado miembro. Ni una sola mención sobre alianzas en el campo militar en la disputa geopolítica. En otras palabras, una especie de pastel libre de carbohidratos y azúcares.
La iniciativa mexicana no pudo estar peor parida. La ausencia de las principales economías del continente Estados Unidos, Canadá y Brasil, vulneró de manera definitiva la vertiente económica de la propuesta; y la presencia de Cuba, Venezuela y Nicaragua con gobiernos claramente autoritarios quebrantó definitivamente la vertiente política.
Sin embargo, es innegable que el sueño de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) no carece de encanto, en estos tiempos de desesperanza. La iniciativa es apreciable en el campo de lo simbólico, la arena en la que mejor se mueve el presidente mexicano.
Es una visión tentadora, aunque AMLO no sea el primero en tenerla. El imperio mexicano se independiza de España al grito de libertad para la América septentrional. Cosa similar hizo Simón Bolívar al liberar a la gran Colombia del yugo español. Y, posteriormente, los mismos Estados Unidos de América (Estados Unidos), que en su nombre llevan sus intenciones primigenias, ha intentado consolidar su control sobre el hemisferio occidental desde que expulsaron a los españoles en 1898 tras la guerra hispano-estadounidense.
Al año siguiente de la guerra, Estados Unidos ayudó a organizar la Primera Conferencia Internacional Americana. Esta conferencia se convirtió en la Unión de las Repúblicas Americanas, luego en la Unión Panamericana, hasta que finalmente adoptó su nombre actual: la Organización de los Estados Americanos (OEA).
Así que es iluso pensar que la OEA sea independiente de los intereses de Estados Unidos, si fue creada por ellos para lidiar con la región desde sus inicios. Y en la práctica, su principal misión ha sido ideológica: ser un muro de contención al comunismo.
En ese sentido, la CELAC no es diferente a la OEA, pues responde a la necesidad de los países latinoamericanos y del caribe de mostrar cierta independencia ideológica respecto de los Estados Unidos y poder negociar con mayor solvencia en el nuevo orden multipolar. En otras palabras, se creó con motivos ideológicos, más que para objetivos prácticos en el ámbito político, económico, social o militar.
Mencionó el presidente mexicano que esta nueva organización sería algo parecido a la Unión Europea (UE), pues no olvidemos que esta organización surge por la convicción de Alemania y Francia de la necesidad de acabar con las guerras intraeuropeas, así como la necesidad de cooperar para levantarse de la banca rota económica acarreada por dos guerras “mundiales”, cuyos principales protagonistas fueron los europeos, y el principal beneficiario fue los Estados Unidos de América.
Obviamente la UE tiene su discurso, o más bien, sus principios ideológicos, pero esta unión sólo pudo gestarse bajo el liderazgo político y el patrocinio económico de Alemania y Francia, y no menos importante bajo el paraguas de la protección militar de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) encabezada y financiada principalmente por Estados Unidos.
La UE no se convirtió en lo que es en un único acto o concilio. Comenzó como la Comunidad Europea del Carbón y del Acero, y poco a poco fue evolucionando hasta lo que hoy conocemos.
Si América Latina realmente quiere conformar un bloque, primero se tienen que alinear México y Brasil hacia un mismo propósito. Es innegable que la visión de AMLO tiene cierto encanto, así como una lógica estratégica defendible. Si las naciones del hemisferio occidental se unieran, el tamaño de sus economías colectivas sería apenas inferior al de las economías combinadas de la UE y China. Europa es mucho más pequeña y tiene mucho menos población que el hemisferio occidental y, sin embargo, su unión la ha convertido en la segunda economía del mundo. Una CELAC al estilo de la UE podría crear economías de escala sin rival en el mundo. Una coordinación latinoamericana en la compra y venta de ciertos commodities tradicionales como petróleo, oro, plata, cobre y zinc; así como en algunos otros emergentes como el litio y las tierras raras harían a la región, sin duda, un actor preponderante en el tablero mundial.
Adicionalmente, si quieren escalar el bloque a escala continental, tendrán que incluir a Estados Unidos y Canadá, y el precio es una mayor cooperación militar y geopolítica a gran escala. Algo a lo que los latinoamericanos, comenzando con México, se han negado consistentemente.
Si los líderes latinoamericanos realmente quieren formar un solo bloque, deberán esforzarse porque el Mercosur y la Alianza del Pacífico funcionen. Pero eso no es lo que sugiere AMLO, ni es lo que la CELAC ha pretendido desde su fundación en 2011.
EN PERSPECTIVA, los líderes, por elocuentes que sean, no pueden simplemente invitarnos a soñar, ni a ciudadanos ni a países de la región entera. Tienen que ser capaces de financiar y proteger a aquellos que pretende dirigir. Ésta es una lección que a los líderes les cuesta mucho aprender. Y otra cosa, hay que tener estatura moral en la propia casa, teniendo orden y progreso, para que otros consideren seguirte. ¿Es éste el caso de México ahora en el 2021?
¿Usted qué piensa, estimado lector?
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