Gritos y susurros de la semana en Estados Unidos
Fulvio Vaglio Bertola
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Los votantes pro-Trump representan a la población blanca adulta arriba de los 60 años; los pro-Biden, a la población diversificada con menos de 40 años.

Imagen: BBC.
Imagen: BBC.

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Gritar, lo que se dice gritar, no lo hizo realmente Trump en la hora y media de su discurso en la CAPC (literalmente: Conferencia de la Acción Política Conservadora) en Dallas, el domingo 11 de julio; prefirió repetir sonriendo sus consignas del último año: las elecciones fueron trucadas, los demócratas han caído en las garras de socialistas y marxistas, los valores americanos están bajo asalto, pero los republicanos resisten heroicamente y recuperarán el Senado y la Cámara en 2022 y la Casa Blanca en 2024; todo aderezado con referencias personales, algunas obsequiosas, muchas más amenazadoras, a los asistentes y a los representantes de los fake media. Decía Goebbels que las mentiras, suficientemente repetidas, asumen valor de verdad.

Trump, 11 de julio

Tampoco Biden gritó en sus discursos del fin de semana (no es su estilo): todos los analistas concordaron en que su tono fue más decidido que en el pasado reciente, pero varios lamentaron que no propusiera pasos radicales como la ilegalización del filibuster (la práctica política con la que la minoría republicana puede enterrar cualquier proyecto de ley bajo una avalancha de discursos tanto impertinentes como interminables). Por su lado el propio Biden, atrapado en su promesa de gobernar para ambos lados del Congreso, debe enfrentarse a sus quintas columnas: especialmente a Joe Manchin, el senador de West Virginia, quien está eficazmente funcionando como un poderoso aliado de la derecha republicana en las discusiones sobre el plan de financiamiento de la infraestructura.

En este concierto de susurros que asumen fuerza de gritos por la mera fuerza de la reiteración, ha intervenido esta semana otra voz que, si no pasa de un murmullo académico, es muy reveladora para explicar el empecinamiento de Trump y la relativa parálisis de Biden. Ronald Brownstein (periodista y analista político de The Atlantic y de CNN) acaba de publicar el resultado de sus entrevistas con Robert P. Jones, el presidente del Instituto Público para la Investigación sobre Religión (PRRI, según las siglas en inglés): los sondeos del PRRI y de otras instituciones, cruzados con los resultados electorales, revelan que una variable importante del comportamiento electoral es la mezcla de raza y afiliación religiosa.

Hasta aproximadamente finales del siglo pasado, dos terceras partes del electorado norteamericano se definían como “Cristianos Blancos” (en 1968, el año de la victoria de Nixon que cambió composición y actitudes de la clase política, el dato era aún más contundente: 85%, de los cuales 60% protestantes, y 25% católicos). La mayoría blanca y cristiana ha venido reduciéndose desde entonces y ahora ha caído bastante más debajo de la mitad (entre 42 y 47% segundo los sondeos); el punto de inflexión parece ubicarse en los primeros años de la década pasada. La composición interna de estos datos es aún más reveladora: los cristianos evangélicos, que aún constituyen el núcleo duro del electorado de Trump (QAnon trabaja de la mano con esa denominación religiosa), eran 21% hace diez años y hoy se han reducido a menos del 15%, en parte como castigo por el extremismo pro-Trump de sus líderes. 

Lutheran church in America
Imagen: Lutheran church in America/Facebook.

El cruce con los resultados electorales es iluminante: los cristianos blancos predominan en las áreas (Estados y Condados) que votaron por Trump, los otros (cristianos no-blancos y otras denominaciones, incluyendo agnósticos) votaron por Biden; los evangélicos blancos han sido aún más fuertes en las áreas más radicalmente pro-Trump (rurales y poco habitadas); las otras denominaciones y los agnósticos han sido principalmente representados en las áreas más radicalmente pro-Biden. Último cruce fundamental: los votantes pro-Trump representan, en los porcentajes ya citados, a la población blanca adulta arriba de los 60 años; los pro-Biden, a la población diversificada con menos de 40 años. Raza, religión y demografía parecen retocar a muerte para el republicanismo radical.

toma de la Casa Blanca

Esto explica la beligerancia de los radicales trumpianos: se encuentran, de repente, sitiados en fortalezas seguras pero marginales y poco pobladas; sienten que el sistema político norteamericano los ha abandonado y por eso están más dispuestos a librar una batalla defensiva encarnizada, aun a costa de violentar los principios democráticos. Esto también explica la debilidad endémica de Biden, católico blanco que se presenta como el experimentado negociador en nombre de una clase política que está cambiando dramáticamente. Dice Brownstein al final de su artículo, citando a Jones: ésta es la crisis, y seguirá así al menos por una década, o más.     

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