Mucho se ha hablado en estos días en torno a que la luna de miel de Joe Biden con el pueblo norteamericano ha terminado. Los primeros seis meses de presidencia del líder de los demócratas han pasado con altas y bajas en un contexto que sigue marcado por la pandemia.
Si hacemos un recuento de sus logros y fracasos, la división es muy clara, más logros en la política exterior, menos logros en la política interna y menos todavía en aquellos temas en los que el juego político se intercala entre lo externo e interno.
Algunos de los logros internos son interesantes, aunque limitados. La propia estrategia de la pandemia que tenía como objetivo principal la vacunación de todos los ciudadanos para el 4 de julio, no se logró. Quizá no se vislumbraron dos cuestiones: las variantes, como la delta, y los negacionistas de las vacunas, que en Estados Unidos están muy bien organizados y que tienen millones de seguidores en Twitter, Facebook, y en varias redes sociales.
De acuerdo con datos del Center for Countering Digital Health, los antivacunas son toda una industria que ha ganado 36 millones de dólares, de los cuales, por ejemplo, le ha generado ganancias a Facebook e Instagram cerca de 1.1 billones de dólares solamente. La inversión en Big Data de la industria antivacunas les ha permitido promover sus ideas, consideradas por muchos como desinformación, pero que les ha vinculado con 62 millones de seguidores. Ése es un reto presente y futuro para la administración de Biden.
En términos de los límites a la política interna que se entrecruzan con los temas de política exterior, el actor principal es el Senado. La Cámara baja la tiene “ganada” el presidente Biden gracias a la escueta mayoría que tiene el partido demócrata, 219 demócratas y 212 republicanos, lo cual permite que todo proyecto de ley o asunto que pasa por la Cámara baja sea votado más favorablemente con el proyecto presidencial. El lío está en el Senado en donde muchas propuestas presidenciales topan con pared. Esto se debe principalmente a que en el Senado ambos partidos están empatados, 50 demócratas y 50 republicanos. Los demócratas, a pesar de contar con el voto de la diferencia que lo da la vicepresidenta Kamala Harris, no siempre se requiere la mayoría simple para que un proyecto de ley se convierta en ley.
En el ámbito de la política interna es claro que el bipartidismo no funciona principalmente en el Senado. Propuestas como la reforma migratoria o la reforma electoral, llamada “la Ley del Pueblo”, que obtuvieron votos favorables en la Cámara baja, no pasaron el escrutinio senatorial. Esta última, por ejemplo, obtuvo 50 votos demócratas y 50 republicanos, se necesitaban 60 votos a favor para convertirse en ley. El tema es muy interesante porque buscaba mejores condiciones de votación para los más desfavorecidos y sobre todo en territorios republicanos, en los cuales se han llegado a modificar las reglas electorales a nivel estatal.
Pero no todo es negativo, hay temas en los que el bipartidismo parece funcionar y las cosas prosperan como la aprobación del presupuesto en defensa, como los 778 billones de dólares aprobado por el Comité de Servicios Armados del Senado.
En política exterior, el espíritu bipartidista también brilla por su ausencia. Los senadores, que según la Constitución son los que vigilan la política exterior, son quienes constantemente vinculan sus ambiciones electorales a los temas internacionales importantes.
Para muestra un botón: en la reciente visita de Angela Merkel a Estados Unidos, uno de los temas más ásperos entre ambos mandatarios fue el asunto del gasoducto Nordstream 2 que va de Rusia hacia Alemania. Es un proyecto interesante ya que pasa por debajo del mar Báltico. El problema es que deja a Ucrania fuera de beneficios fiscales, que podría cobrar si pasara por su territorio. Para tener una mejor relación con Berlín, el presidente Biden decidió eximir de sanciones a la empresa constructora del mismo, lo que enfureció a republicanos como el senador texano Ted Cruz, que en represalia ha estado bloqueando la ratificación de nominaciones diplomáticas del presidente.
En el caso de México, por ejemplo, la reciente misiva de los legisladores, de ambas cámaras y ambos partidos al presidente Joe Biden, para que se tomen cartas en los asuntos del T-MEC. Los legisladores consideran que México ha violado reglas en la industria automotriz y energética (entre otras), con lo cual tales acciones demuestran la capacidad de los legisladores norteamericanos para ponerse de acuerdo y ejercer presión en los temas sensibles de la agenda bilateral.
El sistema político norteamericano se ha caracterizado por el equilibrio entre poderes. Las limitaciones que entre cada uno puede haber en términos de limitar la tentación de los abusos de poder, pueden ser infinitas. Pero a juzgar por lo que sucede hoy en día es imposible pensar que la política interna y externa están divorciadas.
Hay un actor clave en la política norteamericana que tiene la llave para influir en conseguir un mejor debate público y hacer funcionar el equilibrio de poderes de la democracia del país, el pueblo norteamericano, que en las próximas elecciones de medio tiempo en 2022, tiene la responsabilidad de lograr que su gobierno funcione mejor y con ello se fortalecería el liderazgo de Estados Unidos en el mundo, una de las promesas de campaña más importantes para el presidente Biden.
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