En el mundo la vacunación contra la COVID-19 continúa de manera progresiva –obviamente con mayor intensidad en los países desarrollados–, previendo inocular el antígeno de diversas casas productoras del medicamento en la mayoría de ciudadanos posibles, para así llegar a lo que diversos expertos y autoridades denominan “inmunidad de rebaño”. El problema es que en los últimos meses se ha identificado una serie de fenómenos físico-sanitarios que tiene que ver con el surgimiento de cepas locales mutadas del coronavirus original. Así las cosas, hasta la fecha se ha señalado el surgimiento de variantes genéticas del SARS-CoV-2 en Reino Unido, Sudáfrica y Brasil. Para contrarrestar esta situación los científicos aconsejan realizar un rastreo denominado “vigilancia genómica”.
En un principio, cabe señalar que la actual es una tarea “contracorriente” por preservar la vida humana, misma que se gestiona desde diversas instancias burocráticas a escala global, en relación a la capacidad instalada de multiplicar exponencialmente la producción de los productos farmacéuticos y la imperiosa necesidad de fomentar en los diversos espacios de interacción humana, procesos de respeto absoluto al uso de los protocolos de bioseguridad que desde un principio delineó la clase científica para enfrentar el agente microscópico desconocido.
Desde mi punto de vista, el principal problema que se debe resolver es que la producción de las vacunas tiene que superar a la población elegible para la inmunización. Ya algunos investigadores han hablado recientemente de “liberar las patentes” para producir a gran rapidez y en escalas exorbitantes, a fin de llegar al último rincón de la humanidad. No obstante, me parece que esta sugerencia podría atenuar la calidad del producto, en tanto la lógica podría indicarnos que habría desventajas en relación de unas casas farmacéuticas con otras, producto de la prevalencia de factores adversos como: tecnologías médico-científicas inapropiadas; concepciones geoculturales diversas de la enfermedad y, por lo tanto, respuestas segmentadas de acuerdo a los países; y, la apuesta de los centros de inversión y gubernamentales a escala planetaria a favor de ciertas organizaciones farmacéuticas, relegando otras.
Ahora bien, la tardanza en la inoculación de las dosis a los ciudadanos indudablemente que podría incrementar los riesgos de mutación del patógeno. Ya lo advierte el experimentado periodista de ciencia y salud de la BBC inglesa, James Gallagher, para quien “cuantas más oportunidades tenga el virus de mutar, más probable será que encuentre una forma de infectar incluso a las personas que han sido vacunadas”.
Creo que es ahora cuando cada ciudadano debe tomar un papel protagónico en la contención de la pandemia siguiendo las medidas e instrumentos necesarios para tal fin. De ahí que estos se convertirán en héroes o villanos según decidan comportarse. Como ejemplo se ha podido observar en los últimos meses cómo a lo largo y ancho del planeta se ha viralizado y popularizado, desafortunadamente, una suerte de “fiestas covid” por parte de personas que han negado in situ la existencia del coronavirus, y que indudablemente ponen en entredicho la gestión pública por parte de los estados-naciones que buscan procurar convivencias armónicas y en fraternidad. Jean-Paul Sartre decía “mi libertad se termina dónde empieza la de los demás”. Y esto tiene que ver con otra premisa señalada por el político mexicano Benito Juárez, para quien “el respeto al derecho ajeno es la paz”.
En definitiva, no se pueden invocar las libertades personales y el libertinaje cuando se pone en riesgo la salud pública, producto de acciones concretas irresponsables y con falta de empatía como las señaladas. Y esto es más grave y de mayor magnitud cuando se realizan o desarrollan en espacios públicos porque se multiplica el riesgo de contagio –quiérase o no–.
Posdata: De acuerdo a datos de prensa, Israel con el 58% y Chile con el 32% son los países que lideran y han completado en esos porcentajes poblacionales la inoculación de la doble dosis de la vacuna. México se encuentra en el sitio 17 con el 4.6% de su población que ha completado el proceso inoculatorio. En Centroamérica, sin embargo, se evidencia la desigualdad de acceso a la vacunación, pues tanto el Salvador como Costa Rica tienen el mayor porcentaje de vacunación, mientras que en el extremo opuesto, Honduras es de los menos avanzados en esa materia, producto de diversas dilatorias en la adquisición del inmunizante (no se ha inmunizado ni siquiera al personal público o privado vinculado a las instituciones de salud).
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