Esperamos que la pandemia quede detrás y podamos convivir con el nuevo virus, igual como lo hacemos con muchos otros, sin un riesgo mayor del que producen enfermedades que forman parte de nuestra vida en este planeta. Sin embargo, todavía es pronto para despedirse de esta crisis sanitaria, por lo que tenemos –todavía– que cuidarnos para cuidar a los demás.
Queda claro que no estamos en ninguno de los periodos más graves de la pandemia, pero la posibilidad de contagio sigue latente y no hace distinciones respecto de a quién infecta o cuántas veces lo hace, así que la prevención, como hábito, es tan pertinente hoy como lo era hace un año.
Por eso debemos concentrarnos en no perder los comportamientos que habíamos adoptado para evitar contagiar y contagiarnos. Uso de cubrebocas, sana distancia, higiene de manos y la aplicación de gel antibacterial, son procedimientos que necesitamos conservar hasta que ocurran dos eventos: que surjan medicamentos que puedan combatir el virus y la confirmación científica de que la pandemia ha concluido, lo que no significa que dejemos los cuidados, aunque no bajo la incertidumbre permanente de que esta enfermedad sea fatal.
Tengo la duda válida de que hayamos alcanzado la etapa en la que podemos considerar a la COVID-19 como un fuerte resfriado y esa es la razón para insistir en la precaución contra un microorganismo del que seguimos aprendiendo y continúa sorprendiendo a los especialistas por su manera de esparcirse y mutar.
No es que podamos reprocharle al SARS-CoV-2 que busque su supervivencia, porque lo hace prácticamente igual que cada ser viviente en el planeta, sin embargo, lo que sí podemos hacer es atenuar su impacto e incorporarlo a una naturaleza que se vuelve cambiante y por lo tanto pone a prueba a los ecosistemas que considerábamos estables hasta su aparición.
En ocasiones, escucho voces que no dan por terminada esta emergencia, así como la opinión de otras personas que estiman que es una exageración seguir con tantos cuidados. Creo que, como en otras contingencias, debemos buscar el equilibrio y pensar que la principal explicación acerca de nuestro progreso como especie es la capacidad de adaptar el entorno a través de avances tecnológicos que surgen de la ciencia y del conocimiento. Alejarnos de la investigación y de las recomendaciones de los profesionales de la salud nos pondrían de nuevo en una posición vulnerable que a nadie conviene.
Sé que podríamos debatir sobre el grado de preocupación que todavía debemos tener, cuando los Estados Unidos, por ejemplo, han levantado las restricciones de vacunación para ingresar a su territorio o que el número de contagiados en lo que va de la primavera está en el mínimo en México, solo que es valioso recordar que, cuando estábamos en los periodos de mayor control de la pandemia, una nación como China tuvo que decretar confinamientos consecutivos ante los repuntes de la infección en varias ciudades, lo que amenazaba con una nueva alza en el número de enfermos y las consecuencias sociales y económicas que eso representaba.
Seguimos, en resumen, en una etapa de transición en esta pandemia. No estamos como antes, pero tampoco podemos decretar su suspensión definitiva. Cuidarnos siempre será una recomendación correcta y una forma de crear una cultura de la prevención que modifique para bien nuestro estado de salud como sociedad y, si eso sucede, podremos salir más rápido de ésta y de cualquier otro desafío sanitario que venga en el futuro. Es parte de habitar en este planeta y es la forma corresponsable de actuar al respecto.
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